Dejar el mundo atrás

El mono es demasiado bueno como

para que el hombre descienda de él.

Friedrich Nietzsche

De todos los filmes apocalípticos que yo haya visto, Dejar el mundo atrás es el más terrorífico de todos, y eso que no tiene (aunque se estrenó en Netflix hace ya nueve meses, el lector de estas líneas debe abandonarlas inmediatamente en caso de no haberla visto; más que nunca aquí el mínimo spoiler te revienta completamente la fiesta, de modo que seré cauteloso), propiamente hablando, más que una secuencia de horror y destrucción, tan bella como tremenda, por cierto. Hay bastantes imágenes de una belleza terrible y vibrante en esta película de casi tres horas que nadie debería perderse aunque sólo fuera por eso, imágenes dignas de los mejores fotógrafos de calle norteamericanos de los últimos tiempos, como William Eggleston. Además, el director ha inventado, exclusivamente para esta cinta, un juego de angulación y retorcimiento del encuadre verdaderamente original y que presta a la exposición de la trama una dosis de congoja todavía mayor que la convierte en angustiosa y casi insufrible. De hecho, se consigue un efecto extraño y muy inteligente, como si el mundo entero, que figura en el título y que es el personaje oculto de la trama, estuviera siempre presente en su ausencia, blandiendo sobre los personajes de modo inmisericorde su demente espada de Damocles. La acción, por así decirlo (porque es un drama, excelentemente interpretado, no me cabe duda, como lo fue también Melancolía de Lars Von Trier), se va abriendo en círculos concéntricos, a la vez que se profundiza por su centro, con el Mundo contemplándolo todo desde arriba, hasta que la verdad se divisa en el último círculo, y los personajes, que habían temblado en el ojo aún sereno del huracán, pueden ya por fin gritar…

Uno de ellos habla despreciativamente la serie Friends como de la nostalgia de un mundo que nunca tuvo lugar, y, en efecto, así se apaga la última ilusión, la carta de ajuste del anhelo de la humanidad… Por supuesto, la moral de la película es calvinista, como las de Von Trier -y como la frase de Nietzsche, que era hijo de pastor alemán, no la raza de perro-, aquí encarnada por el formidable personaje de Julia Roberts (también desgarrada y trágica en Otoño, pero algo opacada allí por Meryl Streep), y, por supuesto, políticamente proyecta esa radical desconfianza que todo usamericanito de a pie deposita en cualquier gobierno del mundo, incluido el suyo propio. En esta, el redneck es Kevin Bacon, y bien se le vé que está viviendo el sueño de su vida (tanto es así, que recomienda a los protagonistas una solución que podría haber tomado él para su familia, pero es que ser la última frontera de la barbarie y morir “sólo ante el peligro” le pone mucho más). La tesis del personaje más original y atrayente de la película, la de que no hay conspiración ninguna de las élites en el mundo porque el mundo no tiene piloto alguno y tiene a la Nada al volante naturalmente es una gran chorrada, pero coincide con las ideas más anarquistas de nigromante Alan Moore, las pocas veces que se ha declarado al respecto. Dejar el mundo atrás es una película malísima, en realidad, porque es un telefilme de domingo por la tarde, pero a la vez es excelsa, porque tanto el guion como las técnicas de rodaje dejan al espectador clavado a su butaca como si hubiera sido soldado a ella con el vibranium o adamantium de Marvel. Yo creo que Hitchcock no le haría ascos a haberla filmado, y de hecho los personajes son muy Hitchcock por clase social y modales, sin contar con la escena de los ciervos, que ya imaginaréis a qué película de Alfred recuerda…

Dejar el mundo atrás es todo un espectáculo y toda una interrogación, o al menos quiere serlo, acerca del futuro y la naturaleza humana. A mí personalmente lo que más me perturba de esta película totalmente perturbadora es otra pregunta, la de por qué le estamos cogiendo tanto gusto al apocalipsis, eso que dijo de modo célebre Fredric Jameson de que “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”, y cómo es que cada día somos todos más como el psicópata/suicida de Kevin Bacon en esta alucinante y alucinada película…

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