Junio 2025

Diario de un Savonarola

Considerar nuestros errores como camino de conocimiento es una forma positiva de tomarse el asunto de la vida, más si entendemos la vida como la acumulación de lo que queremos creer y no de lo que en realidad es y se patentiza ante nuestros ojos.

La magnitud humana más valiosa es la de imaginar para deformar la realidad [que siempre es cruda] y hacernos con ella de una forma cómoda y poco traumática.

Nacemos, nos despedazamos y morimos para ser un frío esqueleto, he ahí la verdad desnuda, que puede adjetivarse con que sentimos dolor y placer [que no es más que una deformación del dolor]. Llegamos a cumbres para caer de ellas y obtenemos recursos para perderlos.

Lo rechulo de nuestra especie es que tiene el don extraordinario de cambiarle el valor a las cosas y a los sucesos hasta el punto de hacerlos pares a su realidad mediante la ‘creencia’. Creer, a veces, sirve para tener la sensación de vivir mejor, lo que no le quita a la realidad su terrible verdad.


Cuando alcanzamos la madurez y tomamos las riendas de la gestión cercana de nuestras vidas, nos sentimos eficientes [y lo somos a veces]. Tal estado nos impide asimilar sin barreras, como hacíamos de forma natural cuando éramos unos críos. Es la eficiencia, pues, una lacra tremenda e insoslayable cuando quieres crear en la madurez.


Los merecimientos siempre requieren de otro frente a ti, por eso la soledad es dura, porque por más que intentes elevarte, no dejarás de ser el tipo que conoces de siempre y al que no puedes engañar.


Colocando en los anaqueles de mi estudio los libros acumulados sobre mesa, di sin querer con ‘El arte de amar’, de Publio Ovidio Nasón, un libro que me ha deparado magníficos momentos durante diferentes etapas de mi vida. Inmediatamente me puse a buscar diversos pasajes que mantengo nebulosos en la memoria, y, sobre todo, el pasaje del circo, donde Ovidio desentraña con soltura el arte de hacerse con los favores de una mujer. Lo leí y disfruté tanto como la primera vez que lo hice, hasta el punto de que copio en mi diario algunos párrafos de esta joya que viene a demostrarnos que ni el mundo ni el hombre han cambiado… cambia el decorado, nada más, aunque pasen los siglos:

“…No dejes tampoco de asistir a las carreras de los briosos corceles; el circo, donde se reúne público innumerable, ofrece grandes incentivos. Allí no te verás obligado a comunicar tus secretos con el lenguaje de los dedos, ni a espiar los gestos que descubran el oculto pensamiento de tu amada. Nadie te impedirá que te sientes junto a ella y que arrimes tu hombro al suyo todo lo posible; el corto espacio de que dispones te obliga forzosamente, y la ley del sitio te permite tocar a gusto su cuerpo codiciado. Luego buscas un pretexto cualquiera de conversación, y que tus primeras palabras traten de cosas generales. Con vivo interés pregúntale a quién pertenecen los caballos que van a correr, y sin vacilación toma el partido de aquel, sea el que fuere, que merezca su favor. Cuando se presenten las imágenes de marfil en la solemne procesión, aplaude con entusiasmo a la diosa Venus, tu soberana. Si por acaso el polvo se pega al vestido de la joven, apresúrate a quitárselo con los dedos, y aunque no le haya caído polvo ninguno, haz como que lo sacudes, y cualquier motivo te incite a mostrarte obsequioso. Si el manto le desciende hasta tocar el suelo, recógelo sin demora y quítale la tierra que lo mancha, que bien pronto recabarás el premio de tu servicio, pues con su consentimiento podrás deleitar los ojos al descubrir su torneada pierna. Además, observa si el que se sienta detrás de vosotros saca demasiado la rodilla y oprime su ebúrnea espalda. La menor distinción cautiva a un ánimo ligero. Fue útil a muchos colocar con presteza un cojín o agitar el aire con el abanico, y deslizar el escabel bajo unos pies delicados.

El circo brinda estas ocasiones al amor naciente, como la arena del foro que entristecen las contiendas legales. Allí descendió a pelear mil veces el hijo de Venus, y el que contemplaba las heridas de otro, resultó herido también; y mientras habla, toca la mano del adversario, apuesta por un combatiente, y, depositada la fianza, pregunta quién salió victorioso, solloza al sentir el dardo que se le clava en el pecho, y, simple espectador del combate, viene a ser una de sus víctimas…”.

O este otro entresacado que no tiene desperdicio alguno:

…Cuida que no vaya sin tu compañía a ostentar su belleza en el teatro; allí sus espaldas desnudas te ofrecerán un gustoso espectáculo; allí la contemplarás absorto de admiración y le comunicarás tus secretos pensamientos con los gestos y las miradas. Aplaude entusiasmado la danza del actor que representa a una doncella, y más todavía al que desempeña el papel del amante. Levántate si ella se levanta, vuelve a sentarte si se sienta, y no te pese desperdiciar el tiempo al tenor de sus antojos. Tampoco te detengas demasiado en rizarte el cabello con el hierro o en alisarte la piel con la piedra pómez; deja tan vanos aliños para los sacerdotes que aúllan sus cantos frigios en honor de la madre Cibeles. La negligencia constituye el mejor adorno del hombre. Teseo, que nunca se preocupó del peinado, supo conquistar a la hija de Minos; Fedra enloqueció por Hipólito, que no se distinguía en lo elegante, y Adonis, tan querido de Venus, sólo se recreaba en las selvas. Preséntate aseado, y que el ejercicio del campo de Marte solee tu cuerpo envuelto en una toga bien hecha y airosa. Sea tu habla suave, luzcan tus dientes su esmalte y no vaguen tus pies en el ancho calzado; que no se te ericen los pelos mal cortados, y tanto éstos como la barba entrégalos a una hábil mano. No lleves largas las uñas, que han de estar siempre limpias, ni menos asomen los pelos por las ventanas de tu nariz, ni te huela mal la boca, recordando el fétido olor del macho cabrío. Lo demás resérvalo a las muchachas que quieren agradar y para esos mozos que con horror de su sexo se entregan a un varón…”.

Definitivamente está todo escrito, con maestría y con alto estilo, por los padres Clásicos… si es que debieran ser de lectura obligatoria [con análisis incluido] en los colegios: Marcial, Propercio, Horacio, Catulo, Ovidio… 

Lo que nos perdemos por esta locura educativa llena de ‘Tecnología’, ‘Plástica’, ‘Música’ y hasta ‘Religión’, coño.


Si te acostumbras a trabajar en categorías simbólicas [me refiero al trabajo literario], llega un momento en el que no sabes diferenciar entre la realidad y el valor de los símbolos, hasta tal punto que tu creación termina siendo irreal, falsa, atiplada.

También es cierto que plasmar la realidad a secas contiene dureza y una gran dosis de estupidez.


Agua a mares durante toda la noche y yo metidito bajo mi edredón disfrutando del golpear del agua en el tejado y en las ventanas, resistiéndome a dormir para extender el gozo que siento siempre en estas circunstancias.

¿Por qué esa pasión por el agua, esa necesidad de nublados, de viento y de chubascos?

Mi primer recuerdo con los aguaceros son los recreos salesianos, refugiado bajo los enormes arcos del patio porticado, mirando anonadado cómo caía el agua junto a los goterones y los chorros que escupía el tejado de la iglesia… Y aquel volver a casa sin paraguas pisando todos los charcos con mis botas Katiuskas verdes y duchándome bajo los balcones, sobre la acera, o golpeando las acacias de la calle Colón para que soltasen de golpe el agua que retenían…

Luego me llegan los días de chicas y lluvia [tenía entonces una gabardina marrón y un Piuma d’Oro de cuadritos azul marino]. Los grupos de muchachos y muchachas nos refugiábamos en el recién estrenado templete del parque y nos apretábamos para quitarnos los golpes de viento entre risas y voces. El agua trajo muchas veces a mi lado a la chica que me gustaba y propició conversaciones que no habrían llegado nunca en otras circunstancias. A la lluvia, en otoño, se sumaban la alfombra de hojas amarillas de xantofila de los castaños indios, las castañas indias silbando como balas y golpeando en el suelo como un granizo vegetal [hacíamos guerras con ellas y más de uno recordará preciosos chichones de aquellas refriegas]. 

Después llegaron los días helmánticos de lluvia, con la catedral chorreando entre gris y siena, refugiado con mi chica entre los columnarios de Anaya, queriéndonos con pasión… O las noches de vietnamita y panfletos mojados, huyendo de una policía que los días de aguacero no existía más que en nuestra imaginación y en nuestro miedo… O las excursiones para recoger plantas que llenasen nuestro herbario, con sus noches mojadas de tienda de campaña y risas… O las tardes en el puente romano, viendo a la lluvia regando el Tormes… O los cafés en Las Torres poniendo en orden los apuntes de Citología o de Botánica… O las noches de El Judío, calado hasta los huesos y buscando el calor en la ‘manchada’ mientras me metía para el cuerpo un par de bartolillos, que siempre pillaba en la panadería de La Casa de las Conchas.

Y aquella lluvia del Felipe tendero, la que hacía pensar a los clientes que acababa un ciclo y había que reponer vestuario… lLenaban mi tienda y la caja se tornaba pletórica junto a mi estado de ánimo.

Luego conocí una lluvia distinta en Karatu y Mangola Chini, en Arusha, mientras cruzaba la falla del Riff, en Kambi a Simba… La vi venir desde el horizonte que marcaba el Ngoro-ngoro precedida por un viento tórrido y oloroso que se llevó de golpe todos los mosquitos… Una lluvia salvífica, creadora, capaz de convertir en un paisaje verde lo que el día anterior era tierra roja y polvo, una lluvia maná… Y la noche refugiados en el Club Inglés de Arusha, jugando al billar entre birras y cortes constantes de luz, entre los truenos más impresionantes que se puedan imaginar y el aguacero más copioso que he visto en mi vida… Y luego la alfombra de pétalos de flores de jacarandás y bugambilleas cubriendo las calles… Y el monte Meru al fondo, con sus gorilas encamados entre la hojarasca de sus dos bocas volcánicas aguantando esa humedad que propiciaría frutos deliciosos en unos días… O el anciano masaai desnudo con el que me tomé un te caliente en un hoteli perdido mientras todo nuestro alrededor era una interminable laguna de barro rojo [la lluvia africana con Juanito].

Y la lluvia en Madrid después de un inolvidable acto literario, y la lluvia paseando por Zamora con Claudio Rodríguez, y la lluvia en Fuenteheridos charlando con Manolo Moya, y la lluvia en Barcelona charlando sobre José Agustín Goytisolo en un bar del Raval, y la lluvia abulense con Pepe Hierro, y la lluvia moguereña con Antonio Gómez y Antonio Orihuela, y la lluvia bejarana con Morante, y la lluvia pucelana con Belén o con Diego Magdaleno, y la lluvia de Punta con Uberto o con Juanjo Barral y Braulio, o la lluvia de Lisboa, o la lluvia leyendo a Ángel González, o la lluvia en El Escorial con Ada Salas, o la lluvia en Chueca con Esther y con Jesús Márquez, o la lluvia en El Castañar con Urceloy y Marisol, y la lluvia en Leganés con Paco Ortega y Santi Gómez Valverde, y la lluvia en Morille con Abraham Gragera, y la lluvia con Fabio y Fernando, y la lluvia con Joan Margarit, y la lluvia con Luis Alberto de Cuenca y Alicia, y la lluvia en Cambrils con Ramón García Mateos, Angel García López y Gamoneda; y la lluvia con David González, y la lluvia pensada con Karmelo Iribarren o con Roger Wolf, y la lluvia corita con Herme G. Donis, y la lluvia con Alberto Hernández, y la lluvia con Jaime Siles y con Jesús Hilario Tundidor, y la lluvia con David Torres.

Y siempre los días de lluvia con mis hijos y mis nietos, mirándonos.


Es curioso cómo nuestra imaginación resulta ser siempre mucho más pacata y corta que la realidad que nos espera. Tendemos a marcar el tiempo imaginativo con la calidad real de nuestra corta existencia y sumarle un poco más, sólo un poquito más… No tenemos en cuenta el maremagnum de generaciones y locuras que nos han ‘hecho’ hombres modernos y dominadores del escaso medio que pisamos, la cantidad de muertes y vidas pasadas en un multicolor tragicómico, las enconadas ideas absurdas llevadas a su máximo, la estupidez de grupo y la preclara inteligencia de contados individuos. El hombre mata al hombre, viola al hombre, engaña al hombre, sojuzga al hombre, juega con el hombre… Y de ello va resultando un avance increíble que aclara a pocos y aliena a casi todos.

Y seremos otra vez la gloria, y volveremos a ser decadentes, y volveremos a pasar miseria, y cercenaremos otra vez cada uno de nuestros miembros, y oleremos la sangre y la carne quemada otra vez, y haremos algo mágico de nuevo, y sabremos de la revolución en la calle otra vez, y lo perderemos todo y ganaremos más, y haremos el mejor arte otra vez… Y el peor, y destruiremos nuestra civilización y nacerán otras… y no habrá pasado nada, porque respondemos a ciclos y somos una especie capaz de lo mejor y de lo peor.

Nuestra imaginación peca de escasez, pues solo imagina multiplicar, sumar o restar, como mucho, lo que ya tenemos… Y hay otras posibilidades, muchas otras que nos negamos a imaginar por ‘imposibles’.

Amigos, si es posible la vida, la imaginación debe contar con márgenes infinitos, y hay que andarlos.


La camarera del hotel de Gorfan era etíope y no tenía nada que ver con el chagga del hoteli de Mangola Chini. Era de una belleza extraordinaria y llevaba su negocio con alegría y dedicación, atendiendo a los clientes con tal agrado, que era difícil encontrar mesa a cualquier hora del día. El chagga, por el contrario, era ladino. Ablandaba la voz y el gesto ante los clientes y trataba a voces y con dureza a sus empleados, todo al mismo tiempo. Paseando por los alrededores del lago Eyasi no hacía más que darle vueltas a esas dos actitudes tan diferentes en unos negocios primarios del tercer mundo. El de la camarera de Gorfan era una cabañita de cañas con multitud de mesas rudas y taburetes hechos a mano sin detalle alguno delante de una cocina de leña con estantes llenos de alimentos bien ordenados, y el del chagga era un mostrador viejo, atorado de productos alimenticios rodeados de moscas y un corralón enorme de palos donde los empleados apilaban cajas, botellas, telas y basura sin un orden establecido. Dos actitudes distintas y encontradas para una misma línea de negocio. Yo me preguntaba cuál de los dos saldría adelante con éxito, aunque a primera vista tenía predeterminado desde mi mirada occidental que sin lugar a dudas sería la camarera de Gorfan.

Terminado mi paseo por los márgenes del Eyasi y ya de vuelta al poblado de Mangola junto a Salim, nuestro guía y cuidador, le pregunté por ambos negocios y me quedé perplejo. El chagga era dueño de varios locales desvencijados de la zona y se había hecho con ellos a base de engaños y añagazas. Los alquilaba a hombres y mujeres de otras tribus y les cobraba rentas altas por ello, además de obligarles a que todas las compras de productos para la venta se las hicieran a él, que utilizaba su gran corralón de palos como almacén de todo tipo de productos que trajinaban un montón de chicos en régimen de semiesclavitud. Por el contrario, la camarera de Gorfan, que como he dicho era etíope, con lo que en Tanzania conlleva ser extranjero y pobre, pagaba una renta exagerada por su cabañita y además tenía que comprar a su arrendador los productos para vender a precios desorbitados, por lo que, a pesar de tener mucha clientela, no podía salir de su situación.

Entonces entendí con claridad meridiana cómo funciona el mundo del hombre… Y cómo sigue funcionando.

NOTA: Es un apunte de mi viaje a Tanzania hace unos años. Gorfan es una zona de la provincia de Karatu y los chaggas son una tribu cristiana que habita en esa zona.

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Febrero 2025
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