Sueño de la casa, casa del sueño

 

 

La casa, a fin de cuentas, no es sino el hogar. Luis Fernández Galiano

Un hogar no es una casa. Reyner Banham

 

1. Orígenes difíciles

La etimología de la casa, deriva de su precedente latino de choza, para evidenciar la artificialidad de un espacio acotado, primigenio y difuso, y a veces, también confuso. Que esa es su definición tópica: espacio o edificio para ser habitado y vivido. De tal suerte que la casa se conectaría con la vivienda y con la habitación, en una compleja relación de designaciones y significados que englobaría a la morada (bebiendo del latín mos-moris) y al hogar que representa la presencia del fuego. De igual forma, que edificar, proecedente del latin aedificare, deriva de aedes – construcción y originariamente hogar – y ficare – hacer –; según nos relata Kenneth Frampton en su texto exploratorioLabor,  trabajo y arquitectura. Incluso otras denominaciones laterales que rozan el habitar como, albergue, alojamiento, aposento o estancia prolongan la ambigüedad de este territorio que se cruza y se bifurca entre la antropología y la construcción, entre el sedentarismo y el nomadismo, entre la técnica y la invención, entre el olvido y la memoria, entre el cuerpo y el espíritu.  Y, finalmente, entre lo económico y lo inmobiliario.

Ambigüedad de designaciones y de  denominaciones visible también en  otras lenguas. Desde las voces francesas maison, logis y demeure; a las designaciones inglesas house y home; pasando por las advocaciones alemanas hause, heim y whonung. También el albergo italiano o las presencias holandesas de huis, hejm y ham, formulan esa diversidad de contenidos y de significados. Todas esas voces y sus significados concurrentes, evocan la dificultad para hablar de ese espacio originario y nuclear en la vida comunitaria, como nos mostrara Ivan Ilich cuando en su texto ‘La choza de Gandhi’ estableciera la diferencia entre la casa y el hogar; que no dejan de prolongar las diferencias entre Producción y Cultura, entre Artefacto Técnico y Memoria. También las dificultades expresadas por Rykwert en su obra, ‘La casa de Adán en el Paraíso’, al advertir la indefinición narrada que la Biblia produce sobre la morada del primer poblador (‘La casa de Adán’) frente al detalle perplejo y detallado del Arca Noeniana. O la tensión de los debates culturales de la Ilustración entre las visiones del abad Laugier  y Rousseau: casa que socializa y multiplica o casa que individualiza y defiende.

Espacio acotado, la casa, que se conecta por demás, con las piezas fundacionales del cobijo en la clave de Quatremére de Quincey: Tienda, Cabaña y Cueva. O con la ampliación del alojamiento a la actividad económica de sus moradores que hiciera Jacques-Francois Blondel: la cueva o caverna refugio del cazador; con la tienda que protege, del pastor y con la cabaña que guarece del agricultor.

Tres posiciones antropológicas de defensa del medio circundante, que a su vez encierran las tres direcciones de protección de la casa. A saber: la protección vertical superior que guarece del agua y del sol; la protección lateral horizontal que abriga del frío y del viento y la protección vertical inferior que aísla del  terreno frío y húmedo. Tales direcciones principales generan otros tantos elementos tectónicos en correspondencia con los límites descritos: Techo o Tejado en la protección vertical superior; Pared en la protección lateral y Suelo en la protección inferior. De igual forma que la génesis constructiva de Semper establecía cuatro configuraciones físicas, y cuatro órdenes tectónicos en la cabaña primitiva. El Orden Leñoso de la cobertura y de la viguería; el Orden Textil del paramento tramado; el Orden Pétreo del basamento o zócalo labrado y el Orden Metalúrgico del hogar donde se acoge el fuego.

2. Orden moderno, vacío contemporáneo

El inventario del proceso de civilización que verifica Norbert Elias, en su trabajo homónimo nos advierte de las transformaciones operadas entre el siglo XVI y el siglo XVIII en la Europa occidental. Transformaciones civilizatorias  que afectan al lecho, al mobiliario, a la mesa del comedor, al vestuario y al ajuar; pero que sorprendentemente apenas aluden a la casa más que como una pérdida de su tamaño anterior. Como si la permanencia de la casa gótica, artesana y medieval, se prolongara sin alteraciones hasta el siglo XIX en un continuo difuso. Similar es la propuesta de Rybczynski en ‘La casa. Historia de una idea’, un recorrido por las innovaciones técnicas, de uso y de organización  que se producen entre las paredes de las casas europeas desde el siglo XVII. Recorrido en el que más allá de lo reseñado laten progresos de habitabilidad, de comodidad, de higiene y de eficiencia funcional; pero rara vez asistimos a un corte conceptual definitivo o a un giro significativo.

Sociabilidad y socialización civilizatoria que en su ánimo clasificatorio y normativo aparecen ya en las Ordenanzas de la ciudad de  Sevilla de 1527, cuando establece e identifica varios tipos de casas en un temprano ánimo normativo y clasificatorio. La Casa común, la Casa principal, la Casa real y la Casa de vecindad son algunas de las unidades identificadas en esa serie novedosa, que quiebra la identidad precedente del caserío homogéneo y escasamente identificado. Junto a ellas, y en una inflexión tipológica y morfológica, el citado cuerpo normativo descubre las diferencias esenciales entre la casa con patio central y la casa sin dicho elemento; practicando un agujero metafórico del vacío, sobre lo sólido edificado continuo. Deriva esta, que vincula el recinto así estructurado y perforado, con el peristilo claustral monástico del siglo IX y con el impluvium romano y que abre, retrospectivamente, los vínculos modernos de lo continuo con lo discontinuo. La descripción del viajante italiano Navagero, descubre la esencialidad de dicha disposición constructiva de éxito, en el siglo XVI: “La manera de construir es dejar un patio en el medio y labrar en sus cuatro frentes crugías divididas a conveniencia”. Posición que sería prolongada por Joaquín Hazañas en su trabajo sobre ‘La casa Sevillana’, cuando advertía del mandato de un propietario a su alarife: “Hágame usted un patio, y si espacio queda, hágame habitaciones”.

Es desde esta disposición desde la que emergerá todo un repertorio espacial y alternativo de la casa recopilado por Morgado: Patio, galerías, salas, miradores, zaguán, tribunas, cámaras, se adecuan y ajustan  a ese itinerario que habría que contraponer a la serie de salas, gabinetes, chambre y garde-robe. Itinerario fracturado más tarde, con las casas de pisos, extendidas ya en tiempos de Felipe III,  y que merecen su identificación en el diccionario Espasa-Calpe, como tipo “absurdo, oscuro y asqueroso que no hay que describir”. Y ese tipo abyecto que no se describe, será llamado a un próspero futuro. Entre el vacio resistente del patio y la abyección del piso seriable, se esconde el significado profundo de la habitación moderna.

La visión de la vivienda moderna nace, para algunos autores, con Jacques-Francois Blondel, en el siglo XVIII, a través de su tratado ‘Cours d’architecture ou traité de la décoration, distribution et constructions des bâtiments’ (1771); al haber apostado por dos principios novedosos: la Distribución y la Independencia. Principios que abrirían las puertas de la divisoria Público/Privado y del principio de especialización funcional del recinto moderno. Publicidad/privacidad y especialización funcional, que junto a los primeros rudimentos de higienismo con tocadores, gabinetes y boudoirs, comienzan a señalar un nuevo continente no sólo de representación sino de uso. Tales planteamientos novedosos, postergan la propia divisoria trazada por el mismo Blondel cuando establecía seis posibilidades espaciales reiterativas: Cuarto de dormir, cuarto de lujo, cuarto con alcoba, cuarto con estrado, cuarto con nicho y cuarto con desván. Aunque él prefería su tripartición simplificada, sus tres clases de habitaciones: de Respeto, de Recepción y de Comodidad.

Los principios programáticos desplegados por Blondel, inauguran el tránsito de la vivienda biológica a la vivienda científica. Ya no la improvisación acumulativa, sino ahora la programación meditada. Tránsito que precisaría de la estación intermedia de la vivienda productiva que va a nacer en paralelo con la revolución urbana y con las estructuras constructivas estandarizadas y seriables que abre la nueva lógica constructiva. Ubicable ese modelo intensivo de concentración de los slum proletarios, en el entorno crítico descrito por Frederic Engels cuando redacta su ‘Estado de la vivienda de la clase obrera en Inglaterra’ (1872). Desviaciones que viajan desde la repetición seriada del Falansterio  fourierano de 1832, a la Mietskaserne germana, obrera y fabril, de principios del siglo XX. Entre el utopismo formal y productivista de Fourier y las implicaciones militaristas de la caserna, se deslizará la propuesta moderna de los CIAM (Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna) y de su existenz-minimum que apunta a otro vacío productivista y técnico. Similar ese vacío, al existente en el sostenido y repetido Problema de la Vivienda, Problema de la Casa y Problema de la Habitación irresoluble desde las matrices del capitalismo manchesteriano, y solo abordable desde las experiencias de progresismo político-social en cualquiera de sus facetas y vertientes. Existenz-minimum que va a ocupar la centralidad de los debates y de las preocupaciones de la Arquitectura Moderna, como demuestran los congresos del CIAM de Frankfurt de 1929 y de Bruselas de 1930. Existenz-minimum, Vivienda  Mínima, Vivienda Racional, Vivienda Funcional, Vivienda Obrera; como parte de un trayecto que se encabalga en las conquistas sociales y en el utopismo urbano, como parte de un proceso formal y reivindicativo que  inauguran las Höfes de la ‘Viena Roja’, las Siedlungen de las ciudades socialdemócratas alemanas y las piezas de Oud para el strokenbow de Blijdorp.

Más cerca aún de nosotros, la metáfora maquinista de Le Corbusier y de su ‘casa como máquina de habitar’, que despliega la pasión por la técnica naciente y por la abstracción contemporánea, dará paso a las nuevas abstracciones inmobiliarias del final del siglo XX. Abstracción contemporánea que mereció ser llamada, anticipadamente en 1925, ante la contemplación del pabellón del Esprit Nouveau, como ‘almacén frigorífico cúbico’, para compendiar en esa definición  tres valores: la Función, la Técnica y la Forma. Función y técnica que llegan a disolver el contenido de la casa, en palabras de Banham en su trabajo ‘Un hogar no es una casa’. Si una casa está recorrida por un complejo técnico de funciones y servicios, ¿Por qué tiene que existir un hogar?  Técnica y abstracción, por otra parte, que definen el enclave específico de la casa moderna que no es otro que el vacío, según explicitaba Quetglas en su trabajo ‘El horror cristalizado’: “La casa moderna es el vacío, y la presentación del vacío es el objeto de la representación”. Un vacio conceptual y temático, que sólo lo ha colmatado la ficción verdadera del  mercado inmobiliario. Y es justo entonces, cuando descubrimos que la casa ya no es una estructura física de objetos constatables, sino una estructura mental y metafórica de un pasado perdido, como exponía Bachelard al citar “la casa, es más aún que el paisaje, un estado del alma”. O de un Paraíso donde Adán tuvo casa, pero ignoramos su forma; aunque la soñemos. Porque la cálida choza imaginada, manifiesta sólo un momento trascendente – según Fernández Galiano –: “aquel en que la arquitectura renace en la ensoñación”. Aunque hoy, desde las premisas de la liviandad de lo político y de la pesadez  mostrenca de lo económico, todo ese proceso de verificaciones e indicaciones, suene raro, lejano y hasta extraño. O suene como algo imposible.

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