La filosofía de Karl Marx desde Hegel (Geistphilosophie y II)

A menudo cito conceptos, frases, textos de Marx, pero sin sentirme obligado a adjuntar la pequeña pieza autentificadora que consiste en hacer una cita de Marx, en poner cuidadosamente la referencia a pié de página y acompañar la cita con una reflexión elogiosa. Por medio de esto, uno es considerado como alguien que conoce a Marx, que respeta a Marx y que se verá honrado por las revistas “marxistas”. Cito a Marx sin decirlo, sin poner comillas, y como no son capaces de reconocer allí los textos de Marx, paso por aquel que no cita a Marx”.

           Michel Foucault

Se ha citado innumerables veces el momento en que Marx, en el Postfacio a la segunda edición alemana de El Capital, cerca del final de su vida y obras, sale parcialmente en defensa de Hegel:

Hace casi treinta años -se refiere a la Crítica a la Filosofía del Derecho de Hegel, de 1843- sometí a crítica el aspecto mistificador de la dialéctica hegeliana, en tiempos en que todavía estaba de moda. Pero precisamente cuando trabajaba en la preparación del primer tomo de El Capital, los irascibles, los presuntuosos y mediocres epígonos que llevan hoy la voz cantante en la Alemania culta dieron en tratar a Hegel como el bueno de Moses Mendelssohn trataba a Spinoza en tiempos de Lessing: como a un “perro muerto”. Me declaré abiertamente, pues, discípulo de aquel gran pensador y llegué inclusive a coquetear aquí y allá, en el capítulo acerca de la teoría del valor, con el modo de expresión que le es peculiar. La mistificación que sufre la dialéctica en manos de Hegel, en modo alguno obsta para que haya sido él quien, por vez primera, expusiera de manera amplia y consciente las formas generales del movimiento de aquella. En él la dialéctica está puesta del revés. Es necesario darle la vuelta, para descubrir así el núcleo racional que se oculta bajo la envoltura mística.

 Sin embargo, la continuación de este pasaje es considerablemente menos citada; es a saber:

 En su forma mistificada, la dialéctica estuvo en boga en Alemania porque parecía glorificar lo existente. En su figura racional, es escándalo y abominación para la burguesía y sus portavoces doctrinarios, porque en la intelección positiva de lo existente incluye también, al propio tiempo, la inteligencia de su negación, de su necesaria ruina; porque nada le hace retroceder y es, por esencia, crítica y revolucionaria. 

Desde la aparición de la obra de Louis Althusser en los años sesenta del pasado siglo, ha resultado habitual segregar, pese a las palabras anteriormente vistas del propio interesado, la filosofía de Marx del pensamiento de Hegel, en orden a entender que Marx hubo de deshacerse radicalmente de Hegel para desarrollar un sistema científico propio -es decir, lo que Hegel hubiera, en cualquier caso, deseado. Aquí voy a exponer breve e informalmente la postura contraria, que es, de las que me enseñaron, la que más me convenció: Marx como continuador de Hegel en el marco común de una Geist-Philosophie o Filosofía de la Historia. Y es que, en efecto, la escisión mediante la cual el sujeto se abre al objeto o la conciencia al mundo, Hegel la denominó “exteriorización”, y vimos que llegó a apuntar que el hombre, puesto que no es un ángel intangible, se exterioriza mediante el trabajo, modelando así la naturaleza y a sí mismo. El joven periodista Karl Marx profundiza en esta idea a la vista de las condiciones productivas de su tiempo, considerablemente transformadas respecto al pasado gracias a la implantación masiva de la industria, y decide revisarla a fondo. Como ya había percibido el socialismo anterior a él, la “exteriorización” propia del nuevo sistema productivo genera una específica división del trabajo que, lejos de ser la síntesis de toda la experiencia humana anterior, constituye su más grave antítesis. Nunca un periodo histórico ha sido tan desigual e injusto en el reparto de las cargas de trabajo, no sólo en la cantidad, sino también en su naturaleza. El siervo de la gleba o el herrero de la Edad Media arrimaban el hombro a fondo para su señor como estaba mandado, pero al fin y al cabo conservaban parte de su producción y tenían al menos un contacto directo y experto de la misma. Ahora, piensa Marx a la sazón, una cada vez más ingente masa de población trabaja en las fábricas sin conservar nada propio ni sentirlo como obra suya, hasta el punto de que su misma fuerza y su mismo tiempo los alquila coaccionado ¿En qué se diferencia esto de una esclavitud disimulada por la cobertura el libre mercado? Más que “exteriorización” de la libertad racional en la historia, este estado de cosas le parece a Marx un “extrañamiento” de la misma, que se convierte, en la más numerosa clase social de la época -que por ello recibe ese nombre-, el proletariado, en “alienación” (de alien, “otro”, “extraño”: tornase otro y extraño de sí mismo y no poder ya reconocerse).

De manera que hay que replantear las raíces del modelo filosófico hegeliano, sin tocar demasiado el núcleo de su esquema general científico, que resulta superior para Marx al de todo socialismo sentimental de su tiempo. El espíritu de Hegel no es cierto que se realice en la historia en figuras gradualmente más comprehensivas y libres, sino que, al contrario, lo hace progresivamente más recortado y condicionado por algo externo a sí mismo que Marx llama la “materialidad” inevitable de la salida de sí de la conciencia. Dicho más llanamente: el hombre sólo puede racionalizar el mundo dependiendo de las condiciones físicas, objetivas -naturales y sociales-, de dicho mundo, que le imponen, sin que nadie tenga la culpa de ello, una forma determinada de organizar su modo de producción. Así que es la materialidad del mundo natural e histórico la que modela la concepción que nos hacemos de él, no al revés como quería Hegel, y este cambio de enfoque es para Marx la inversión del hegelianismo en el sentido de que pone los pies de su sistema filosófico donde antes estaba la cabeza y viceversa, sin alterar por ello en nada la dialéctica misma.

Pero la consecuencia no es solamente teórica. Como Hegel creía que el proceso de la historia va siempre a mejor, moral y racionalmente hablando -lo uno va con lo otro, también para Marx-, la filosofía no debía hacer acto de presencia más que para poner orden inteligible al término de una crisis generalizada. O esto es lo que afirmaba la conocida como “derecha hegeliana”, añadiendo el colofón de que tales crisis irreversibles del espíritu habían acabado para ya siempre con la instauración del estado liberal prusiano. Para alcanzar el espíritu absoluto, la filosofía tan sólo había necesitado interpretar periódicamente el mundo a fin de conseguir la reconciliación del hombre consigo mismo y con la tierra. Tan fácil como falso, replica Marx; en resumen: manifiestamente ideológico. La ideología en términos marxianos es la situación en que el espíritu objetivo se engaña a sí mismo tomándose por definitivo en vez de histórico, o sea, por consumación total de una razón que, en realidad, sigue creciendo de acuerdo con su experiencia del mundo. En tanto miembro de la “izquierda hegeliana”, Marx entiende que precisamente el espíritu objetivo es el objeto único de la crítica racional, y los interesados en ejercer tal crítica son a la sazón los proletarios organizados internacionalmente –puesto que “nación”, como “religión”, “derecho” o “estado”, son aspectos superestructurales, ideológicos, de la alienación.

El proletariado debe ejercer la crítica porque su punto de vista configurador no ha sido todavía objetivado en el espíritu del tiempo, permaneciendo oculto y tergiversado, lo cual hace imposible la reconciliación final. Ante ese hecho inaceptable (pero del que, insisto, nadie concreto es responsable) pueden hacerse dos cosas distintas: o bien esperar a que las contradicciones inherentes a las relaciones de producción del capitalismo burgués hagan estallar tarde o temprano el sistema, o bien acelerar el proceso mediante una intervención de carácter ético-racional, es decir, lo que conocemos como la revolución. Y aquí está la entraña esencialmente práctica del marxismo: la filosofía hasta ahora ha interpretado el mundo, es hora de que se emplee al fin en transformarlo. Hegel había escrito ambiguamente que “todo lo real es racional y todo lo racional es real”: Marx lo traduce virtualmente por “todo lo real es, en el fondo, racional, y por ello, todo lo racional debe pasar a ser real”. Como filosofía práctica, no ha habido proyecto más potente en el pensamiento occidental: nada ya volverá a ser lo mismo en el terreno político. El objetivo pretendido es lograr una sociedad sin clases donde termine la historia, pues la libertad absoluta de Hegel no funciona desde el principio, sino que tiene lugar al final del proceso del hombre.

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