La conspiración de los malos alumnos (o “La educación prohibitiva”)

Pues la vida es el amor, y la vida de la vida, espíritu.

J.W. Goethe.

Ahora que Trump ha quedado fuera de juego, viéndose libre para ser al fin y sin disimulos el antisistema que siempre ha sido, se diría que algunos podemos ya suspirar de alivio y volver a ser posmodernos. Era una soga, un yugo, tener que enarbolar constantemente el espíritu heroico de Kant, o de su discípulo Schiller, o del fino Stuart Mill, como plateadas espadas refulgentes que el Occidente moderno ha forjado a fin de cortar en trocitos dragones gigantes y pavorosos como la barbarie planetaria de la Alt-right o como esas humaredas suyas sin fuego alguno detrás llamadas fake news, “arte contemporáneo” o nacionalismo identitario. Qué descanso, acaso el descanso del guerrero, con seguridad el descanso de la razón, que en su sueño de ayer creo, una vez más, monstruos. La posmodernidad no defiende irracionalidad alguna, qué disparate, eso es algo que le han cargado sus detractores, igual que hoy los detractores de la nueva ley de educación le achacan aquellos defectos u omisiones que ellos mismos defendieron ardientemente en el pasado. Este truco o sofisma, que se podría enunciar como “resultas muy desagradable de ver cuando proyecto sobre ti mi propio y repulsivo semblante”, ha sido el denominador común de estos últimos cuatro años, pero ya se empleaba antes en el terreno de la pura especulación. El propio Experimento Sokal, que el que esto suscribe celebró en su momento, tuvo también algo de eso: “soy tan ladino de jugar con tu confianza para colarte la trampa, el Caballo de Troya, porque luego te voy a acusar precisamente de habértelo tragado, cuando, bien mirado, el tahúr he sido yo”. Siempre se ha dicho que tan deshonesto es el timado como el timador, y, tristemente, se debe reconocer que es así. Sin embargo, aún se debe defender todavía un tiempo más la modernidad, la Ilustración, puesto que siguen apareciéndole enemigos que la atacan salvajemente desde fuera de ella, en vez de matizarla, como hace la posmodernidad, desde su propio interior. El ejemplo más doloroso, y que personalmente me coge más cerca, es la educación, que acabo de mencionar. Este aparentemente inocuo enlace conduce hacia una famosa película que circula por la red desde hace años como si fuera eso, un documental largo, cuando es más bien un corto hipertrofiado. Corto, también, de ideas, corto de miras y “corto y pego” sin criterio. Si no lo has visto, valoras tu tiempo; si lo has visto, toma venganza…

A mi modo de ver, trata de una docena de contraculturetas desfasados a los que seguramente en una noche de yerba loca se les ofreció la oportunidad de formar parte de un proyecto alternativo de algo, de lo que fuere. Eso ya les había ocurrido antes, pero esta vez se trataba de educación, allí donde todavía podrían -o eso pensarían por efecto de Doña María- sembrar sus demencias en pro la consecución de la Era de Aquario. Además, tenían ya unas cuantas ocurrencias al respecto, maduradas en esta y otra comuna, pero ya incubadas en su etapa de obtusos estudiantes de pellas. Es comprensible: por entonces el sistema educativo era efectivamente disciplinario y represivo, los profesores no eran más que individuos con poco cerebro, mal carácter y la mano muy larga y especialmente en España se padecía la asignatura de Formación del Espíritu Nacional como locomotora ideológica que tiraba de todas las demás con el siempre infanticida apoyo de la Iglesia Católica (por cierto, en la calle Delicias de Madrid reside el sagrado templo en cuyo frontispicio se lee la irónica inscripción Nuestras delicias son los hijos de los hombres…). Aquello no se borró de su ánimo, muy al contrario sigue agazapado insidiosamente en sus cráneos bajo tanto transporte místico con consignas setentayochistas. Porque el caso es que lo que pregonan aquí, so capa de progresismo, no es más que es el retorno al corazón. ¿De qué sirve llenar cerebros si podemos volver a salvar almas?… Para ello, echemos mano de nuevas fes, como “el hombre intrínseco”, “la creatividad artística” o “el ágape del amor fraterno”, todo en beneficio exclusivo del chaval. Del chaval, sí, pero no del hombre que será, que ya veremos cómo se busca las lentejas por su cuenta y riesgo con tan extravagante currículum a sus espaldas:

-¿Usted qué sabe hacer?

-Me gusta pintar los árboles de colores.

-¿Pero qué estudios tiene?

-Sacrificaba corderos vivos con un cartabón afilado.

-El puesto de jefe ya está ocupado.

Ahora, para rematar la faena, vienen unos chicos del cine que les entrevistan, probablemente malos alumnos con malos profesores también ellos. Les prometen difusión por Internet, y muchas cuestiones abiertas al final. El envoltorio será una historia delirante de la educación donde Platón posee varias academias donde no se da clase y la actual escuela pública, obligatoria y gratuita la fundaron los padres de los nazis, todo acompañado de la historia dramáticamente impostada de unos críos modélicos pero tan incomprendidos que no se llevarían bien ni con los de Verano azul. El futuro, sin embargo, son ellos, será suyo, lo construirán con sus propias manos. El presente, por desgracia, pertenece a otros críos muy distintos, mareados por los medios y el consumo, que en caso de ver esta parodia de método educativo perderán la poca motivación que les queda, al encontrar en sus diatribas sin fundamento la excusa perfecta para dejar de esforzarse de una vez para siempre. Yo mismo soy profesor, y puedo asegurar que no hay descubrimiento autodidacta -todas las escuelas alternativas, Montessori, Waldorf, el Gaming hoy1, etc., se pirran por el leit motiv autodidacta: el niño que aprenda por sí mismo, y el profesor o padre se limiten a observar y si acaso animar o ayudar un poco…2– que mis alumnos hayan realizado con más regocijo en sus propias mentes que ese que dice que para qué un charcutero va a tener que saber Física Teórica, si sólo va a ser charcutero.

No es casualidad, desde luego, que ese mismo hallazgo lo hagan todos al tiempo, como súbitamente iluminados por llamas de Pentecostés sobre sus cabezas, y que para mayor sorpresa sea el mismo pensamiento que guía a toda la filosofía de estilo empresarial que trata de orientar una tarea educativa que no le compete. Sin embargo, la respuesta es facilísima, ya la están formulando ellos mismos: el charcutero debe recibir clases de Física en el instituto por si acaso quiere ser una persona, y no sólo un charcutero. Sería completamente fascista obligar al hijo del charcutero a ser también él charcutero, y para ello no perder el tiempo en enseñarle a leer y escribir. Pero esto, que es totalmente elemental, es lo que subyace a esa observación tan autocomplaciente, tan de “¡mira qué bien!”, de que un ser humano únicamente debería aprender aquello que le va a servir para ganarse la vida. Para que vea más claramente lo reaccionario de esa idea, basta con convertir la educación en una instancia cara, elitista y blindada; a los dos días, todos esos chicos a los que hoy se les atraganta la Física teórica o la Literatura española del S. XX saldrían a la calle a reivindicar su derecho a aprender, y con razón. Quemarían contendores y coserían cristaleras a pedradas por algo que ahora tienen, pero es que ya se sabe que lo gratuito nunca es valorado…

Porque la educación pública, obligatoria, gratuita, etc., esa que se empezó a demoler en Madrid desde el año 2000 (fin del mundo muy a escala humana…) había sido diseñada en la Revolución Francesa desde el presupuesto de arrebatar la instrucción básica a la Iglesia para entregarla al ideal del ciudadano universal bien preparado. Las propias universidades se concibieron siglos antes como enclaves de la transmisión del Saber de la Humanidad. Claro que tal humanidad estaba mejor representada desde aquel punto de vista por la Historia de la Europa cristiana blanca, pero semejante chauvinismo imperialista ya andaba siendo seriamente cuestionado a partir de la Descolonización. Y, total, a quién demonios le importa el dichoso Saber de la Humanidad, si le ofrecen a cambio un profesor cada cinco niños, un jardín de fantasía en las afueras y el mito del Arte Libre, justamente el área del conocimiento que hoy exhibe la faceta más irrisoria y ridícula de la presunta decadencia cultural de Occidente. Con la seguridad, además, de que no será un aprendizaje ni memorístico, ni compartimentado, ni secuenciado ni obligatorio ni público ni gratuito. Se puede vivir sin logaritmos, sí, a condición bien de que te sitúes muy por encima de ellos, como los señoritos que montan a caballo, o muy por debajo, como los mozos y mozas que les limpian los establos…

Molécula de pyridylphosphine

Este curso tengo un compañero de Física, por seguir con la asignatura, que estuvo con una beca en Cambridge -el Cambridge de Newton-, nada menos, y escribió una tesis titulada Complejos semi-sandwich de Rutenio conteniendo ligandos-tipo piridilfosfina. Llamadme lo que queráis, pero a mí me parece pura poesía. Que alguien sea capaz de hacer eso, en el s. XXI, con un enorme esfuerzo y muchas horas, sí, pero también con una cabeza clara y limpia, es un triunfo de la civilización. Y que frente a ello nos propongan que la educación consista en una mantita echada en el suelo en la que el niño juega libremente con objetos y -si no se los tira a la cabeza a nadie- con suerte termine autoreconociéndose en su vocación de charcutero es una tomadura de pelo colosal, además de insultante en un mundo realmente ilustrado. Yo no tengo la menor idea de que es la piridilfosfina, pero me admira que alguien sí lo sepa y que además haya dedicado trescientas páginas a explorarlo con una minuciosidad digna de elogio.

Por supuesto, no tengo nada en contra de que alguien prefiera limitarse a cortar melenas y hacer mechas, la peluquería es un arte absolutamente necesario que debería estar muy bien pagado, pero confieso que yo llevo a mis hijos al instituto por la piridilfosfina. Es increíble la piridilfosfina, somos humanos porque conocemos en profundidad la piridilfosfina y un chimpancé no. Y es justamente ese tipo de cosas las que se enseñan en la educación pública, gratuita y obligatoria, y se enseñan, por cierto, en el único entorno con grado cero de discriminación por sexo o extracción social que seguramente conocerá un adulto en ciernes en toda su vida. La vida es amor, y amor es cortarle a alguien el pelo, diseñar su vestuario o darle de comer cosas sanas. Pero la vida de la vida es el espíritu, decía Goethe, y al igual que él estudió la teoría del color o la morfología de las plantas porque le dio la real gana, siendo como era literato y poeta, nadie pude tener la potestad de negarle a un niño la posibilidad de adentrarse con el tiempo en un logaritmo, en el Fausto o en la piridilfosfina. Si para colmo hablamos de esas escuelas de educación alternativa3 que, como retribución al mundo de color, juguetes raros y libertad de “autodespliegue” que ofrecen a tus hijos en vez de la detestable educación tradicional de la memorización, el algoritmo y la piridilfosfina, te piden un abultado pago mensual, entonces el engaño sectario queda en evidencia bien a las claras. Son los malos alumnos de antaño vendiéndote muy cara la Nada con tal de evitar por un lado la dificultad, pero por otro la maravilla. La educación prohibida se torna así en prohibitiva, y los padres pagan a un ciego por guiar a otro ciego.

A favor de la Ilustración y los logaritmos, en cambio, y sin menosprecio alguno de la creatividad de un Isaac Newton, encuentro también en Youtube la opinión de este viejo profesor, del cual, sospecho, cabe barruntar que el pobre recibió una educación tradicional y hasta seguro que sacaba buenas notas:

(Y tal vez es que sus delicias sean no los hijos, sino las obras intelectuales de los hombres…)

1 ¡Los videojuegos como modelo pedagógico! ¡Coger una gran parte del problema y trasladarlo del lado de la solución! No niego que puedan existir mejores interacciones en los videojuegos del futuro, pero actualmente nos enfrentamos al desastre. Madres que vienen a ver al profesor para preguntarle porque su hijo no sale con chicas o suspende, y el enigma se resuelve cuando te enteras de que el niño se pasa la tarde con la videoconsola. Mis alumnos más pequeños de Secundaria no hacen mucho más los fines de semana, y si les preguntas por las vacaciones, algunos han “desarrollado sus habilidades cognitivas” durante diez horas al día durante dos meses, en una casa, eso sí, cercana a la playa. El videojuego favorito de todos es Grand Theft Auto, donde contratas a prostitutas, atropellas a gente en la acera y negocias con droga. Otro de mis alumnos, de 17 años, me decía el curso pasado que los videojuegos ayudan a saber tomar decisiones. No me quiero imaginar a ese chico de diputado, por ejemplo (o quizá en la Bolsa…) Los asesores electorales de Trump y de Vox en España solían acudir a las concentraciones de gamers en busca de votos, y generalmente les iba bien. En Japón, donde la industria del videojuego es reina, existe esa palabra, “hikikomori”, que en los adolescentes se relaciona con horas y horas delante de una pantalla sin salir jamás de su habitación. Los “hikikomori” europeos o norteamericanos están a la vuelta de la esquina…

Creo firmemente que los videojuegos representan hoy un chollo descomunal para cualquier poder existente, y pienso que, según se vayan perfeccionando, su capacidad alienante irá a peor. Ya se usan como entrenamiento para los soldados que deben meterse en un tanque para disparar a población civil, y si yo fuese un dictador horrendo y corrupto de un país africano los fomentaría entre la población. Matrix, fuera del cine, van a ser poco a poco la realidad virtual y los videojuegos.

2 Que es, precisamente, el opuesto absoluto a lo que significa educar. Si educar no es una técnica de intervención en la conducta caótica de un niño con el fin de que, ¡oh, horror!, asimile la cultura de su tradición, entonces estamos hablando de probar a no hacer nada en absoluto, a ver si cruzarse de brazos obra el milagro de superar esa tradición. Y a veces funciona, todo hay que decirlo. Funcionó con Pascal, funcionó con Newton y funcionó con Faraday, por poner tres grandes ejemplos. De manera que si usted confía en que su hijo va a ser como Newton (empezando porque sepa usted qué hizo Newton), en lo bueno más que en lo malo, no dude en matricularlo en una escuela como esta: https://youtu.be/cWF9o_b3-Sc

3 Leí el Summerhill de A. S. Neill con veinte años. Sólo recuerdo esto, que es de traca. Cierto idílico día, un niño procedía de modo agresivo espachurrando un pobre caracol con su pie, y como, claro, estos roussonianos no pueden tolerar la menor expresión de agresividad porque los seres humanos en el fondo somos angelitos reprimidos, el gran hombre se puso a pensar a qué pudo deberse semejante bestialidad. ¡Eureka!: seguramente lo que ocurrió es que el chaval, como él le había regañado el día anterior, relacionó inconscientemente al director de la escuela con un caracol, por pura homofonía –a snail… Chúpate esa. Conclusión: por supuesto, nunca más ser tan severo con los pobres niños, que luego te van a querer pisotear…

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