El sol a través de los cristales se ondula y resplandece al ritmo del segundo movimiento del concierto para piano número 21 de Mozart, que asciende dulcemente por los hilos blancos de un iPod. Un hombre se cree todavía vivo saboreando una copa de coñac; una mujer con un abrigo rojo cruza la calle quizá para ir a comprar unos melocotones; una abuela sonríe a su nieta, muy pequeña, mientras disfruta un chocolate con churros; el sabor del zumo de naranja aleja un momento las malas noticias que se recibirán, quizá dentro de un rato, en la consulta de un médico; una calada al cigarro es el último refugio de ese hombre que pasó tan mala noche y parece estar tan sólo. Las notas del piano se enlazan  con el murmullo de la vida y detienen el tiempo un instante, antes de que todo siga casi igual o todo cambie para siempre.

 Una churrería al lado de un hospital araña la piel y la despierta, tiene el olor de todo lo que todavía existe y no quiere perderse, sabe a miedo y a esperanza, es un refugio transparente que ahora ilumina el sol nuevo de aquella mañana de otoño, cuando la música hacia piruetas en el trapecio del tiempo, que tenía los labios azules como los ojos de todo lo que parecía posible.

 

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2 Comentarios

  1. says: Carmen Contreras

    Sencillo y de una sutil belleza este texto. Lo he leído varias veces tratando de aprender cómo se puede llegar a ese nivel de descripción.

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