Bar Bahar o la dificultad de transgredir para ser

La convivencia siempre trae implícita una renuncia; la aceptación de costumbres y leyes que delimitan una serie posibilidades vitales que se perderán por imposición, comodidad, falta de voluntad o por temperamento. Pero hay un momento en la vida en la que parece muy fácil rebelarse, ir a contracorriente, escaparse y transgredir las tradiciones que conlleva la pertenencia al grupo social que, en un principio, nos protege. Salir por primera vez de casa es abrirse a un mundo nuevo, libre y mutable, que sin las referencias y las restricciones familiares parece aquel espejo encantado que siempre muestra lo que queremos ver. En ese delirio de ingenuidad adolescente todo se impugna y parece sencillo caminar por el filo del abismo en busca maneras de ser que expresen nuestros deseos más íntimos. No hay límite. En cada fiesta, en cada cigarrillo en la azotea, se divisan posibilidades y futuros apetecibles. El horizonte de tiempo solo simboliza la distancia para lograr una voz que parece esculpirse en cada conversación en un bar oscuro. Pero no todo es tan sencillo.

 

 

En Bar Bahar, su opera prima, Maysaloun Hamoud nos introduce en esta premisa de la mano de tres jóvenes palestinas que buscan su lugar en Tel Aviv. Pero no nos llevemos a equivoco. Bar Bahar, no es una película sobre el conflicto político. Apenas se toca salvo en pequeños detalles. En cambio, centra el enfoque, la analogía, en el conflicto que late en la vida cotidiana de estas tres mujeres varadas entre dos mundos a los que no terminan de pertenecer. Bar Bahar es una película sobre la búsqueda de la libertad individual en las sociedades tradicionales (¿qué sociedad, en mayor o menor medida, no lo es de alguna manera?) y las fracturas emocionales derivadas de la necesidad que surge, en ocasiones, de transgredir para ser.

 

Mouna Hawa

 

Es interesante ver como Hamoud matiza en los rasgos del carácter de las tres protagonistas las distintas maneras de afrontar la ruptura con lo que se espera de ellas. La magnética Laila, impecablemente interpretada por Mouna Hawa, es una abogada atractiva y segura de si misma que, por la noche, disfruta de la sexualidad y de los placeres de una manera desinhibida y optimista. Laila se enfrenta y lucha de una manera frontal, debido a su fuerte temperamento, con el dilema principal que se le plantea; todos aquellos hombres de aparente actitud moderna que se enamoran de ella por ser quién es, pretenden rápidamente que acepte los roles tradicionales cuando creen poseerla. Pero en Laila no hay vacilación ni sumisión. Solo réplica. Ni un ápice de duda a la hora de enfrentar y defender todo aquello que le ha costado tanto conquistar. Aunque sea la simple, pero simbólica, libertad de fumar cuando desea ese cigarrillo que la acompaña toda la película.

 

 

Laila comparte piso y aventuras, por el underground israelí, con Salma (Shaden Kanboura), una joven camarera con aspiraciones de DJ que comienza a descubrir su homosexualidad cuando sus padres ya han empezado a buscarle marido entre las familias más pudientes de su pequeño pueblo. Comparte con Laila la actitud rockera y transgresora, pero su respuesta es más tibia, más común, menos valiente. Salma sugiere pero en el fondo calla y huye, reprimida por el peso del entorno, sin que esto la incapacite para seguir adelante, para buscar nuevas alternativas en ciudades más grandes y más libres.

 

 

En cambio Nour, la nueva compañera de piso de Laila y Salma, se encuentra un paso antes. Acaba de llegar y enseguida percibe posibilidades diferentes y desconocidas para ella hasta ese momento. Lleva hiyab, se ruboriza ante los primeros vestigios de la vida libertina de sus compañeras y su mayor concesión identitaria es el haber empezado a estudiar informática en la gran ciudad a pesar de la desconfianza de su prometido, el beato y puro Wissam. Es en Nour, cuyo temperamento es el más pasivo, el que más necesita de la compresión y ayuda de los otros, donde vemos con más claridad el cambio que implica un entorno más abierto, más libre, para el desarrollo individual, lejos de moralinas opresoras que elijan un camino que tiene que ser propio. Poco a poco Nour irá descubriendo que es quizá la doble moral que acompaña siempre la pureza ideológica o religiosa (simbolizada en Wissam) el verdadero mal a combatir. Y que, de alguna manera, la contradicción es humana e inevitable, y las sociedades deben dar cierto aire a la libertad de elección y prueba, al respeto por una búsqueda personal que quizá nunca se termine de concretar, pero que es imprescindible para conseguir cierto bienestar emocional.

 

 

Bar Bahar no es una película perfecta, su guión cae en algunos lugares comunes que podía haber evitado, pero esta rodada con corazón y, sobre todo, es una película necesaria y pertinente en estos tiempos de avance conservador, donde el péndulo está volviendo a virar hacia la intolerancia y la criminalización de la diferencia y a una nostalgia por la restricción de las libertades individuales. Al final las opciones para la convivencia serán siempre las mismas; confrontar, huir o acatar. Y todas tendrán un precio, pero serán los valores de las comunidades que construyamos las que definan los costes individuales de estos actos, el sufrimiento, a veces tan inútil, que habrá detrás nuestras elecciones. En nuestras manos está festejar el respeto a la diferencia o seguir construyendo muros que nos aíslen y nos alejen de la buena vida.

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4 Comentarios

  1. says: concha martin

    El respeto a la diferencia siempre que se respeten los Derechos Humanos. También los de las mujeres.
    ¿Por qué se impone una conducta a mujeres si y a hombres no, incluso en la vestimenta??
    Esto no es la diferencia sino la vulneración de los derechos de ellas (nosotras). El derecho al trato sin diferencias en función del sexo al que perteneces.

  2. says: Hugo González Granda

    No sé que te ha llevado a pensar que afirmo lo contrario. Creo que hablo en el artículo exactamente de eso, y que le añades connotaciones a mi frase sobre el respeto a la diferencia que yo no he sugerido en ningún momento.

    Parece insinuar una duda o una suerte de ataque, que me causa sorpresa. Porque sí, por supuesto, el derecho al trato sin diferencias en función del sexo al que perteneces es fundamental y debemos luchar por ello.

  3. says: concha martin

    la discusión nunca es un ataque.
    Hay un relativismo cultural muy extendido sobre la cuestión del velo en las mujeres musulmanas. No todo es respetable. Las personas si, siempre; las ideas o las culturas… depende

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