No hay en toda la Literatura de lengua hispana — y acaso en la universal — un meme más exitoso que don Quijote. Pausa respetuosa y valorativa.
Es mencionar el nombre del personaje e inmediatamente vienen a la mente todo tipo de imágenes asociadas: Un tipo larguirucho con armadura y una palangana en la cabeza. Molinos. Un rústico panzudo. Gigantes. Batallas campales con ovejas. La Mancha. Campesinas que apestan a ajo. Discursos. Exgaleotes que abrazan la libertad sin pizca de agradecimiento. Barataria. Un verano interminable. Palizas. El caballero del verde gabán. Conversaciones filosóficas por la inmensa meseta. Una hoguera de libros organizada por un cura como paradigma de crítica literaria. Apedreamientos. El caballero de los espejos. Risas. Odres de vino apuñalados. Rocinante. Las voces del mísero manteado. Poemas. El caballero de la blanca luna. Burlas. La condesa Trifaldi y las dueñas barbudas. Molimientos de huesos. Marcela, la pastora feminista. Dientes rotos. Ventas donde se citan arrieros, mozas, fugitivos y las fuerzas de seguridad. Llantos. Penitencias escatológicas en Sierra Morena. Sobresaltos. Maese Pedro reclamando el coste de sus moros descabezados. Desgracias. Las dichosas novelas intercaladas. Cuchilladas. La cueva de Montesinos. Mojicones. Árboles llenos de pies y piernas humanas. Palos. Clavileño como prototipo de la propulsión a chorro. Coces. Dulcinea. Efusión de sangre. Recobrar la razón para morir.
Uno no llega y escribe así como así una novela de 378.591 palabras, y yo no soy quién para destriparla. Léala por sí mismo el desocupado lector de estos apuntes o, si no, busque en enciclopedias quien se la resuma en buena hora. Si el lector ha superado el Bachillerato o al menos la ESO, seguro que no necesita esta recomendación.
A partir de la publicación de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha en 1605 se sucedieron todo tipo de réplicas del meme. Continuaciones falsas, secuelas auténticas, romances, comentarios, exégesis, bibliografía para parar un molino, grabados, pinturas, todo tipo de representaciones gráficas en dos y tres dimensiones, teatralizaciones, películas, televisión, musicales, dibujos animados — desde la serie de Romagosa a Donkey Xote pasando por Don Coyote y Sancho Panda — , además de iconografía comercial y publicitaria para todo tipo de productos; culturales o alimenticios, suntuarios o populares. Todo ello con una abundancia cuyo caudal no afloja al paso de los años. La penúltima incorporación por ahora: memes de Internet.
¿Cabe imaginar mayor éxito para un meme, literario o no? Don Quijote es un meme tan exitoso y arrollador que su conocimiento, alcance e influencia se extiende incluso sobre quienes no han leído su libro ni sueñan con leerlo. No es pequeño mérito teniendo en cuenta que la lectura se considera imprescindible para los memes literarios. En cierto modo el propio hidalgo lo había profetizado mientras paseaba en mulo por Barcelona: “Mire vuestra merced, señor don Antonio, que hasta los muchachos desta ciudad, sin nunca haberme visto, me conocen.” (DQ II, cap. LXII)
El autor de tamaño meme atiende por Miguel de Cervantes (1547-1616), personaje él mismo de vida novelesca, por no decir de lo más achuchada. Su biografía, llena de altibajos y claroscuros, ha sido a su vez reconstruida y narrada como novela por insignes cervantistas. Mucho de lo que se afirma sobre Cervantes son conjeturas sujetas a discusión. Ni siquiera es seguro que el retrato que le asociamos, atribuido a Juan de Jáuregui, le corresponda realmente. Pero ya veremos que esto de deconstruir y reconstruir la realidad es muy cervantino. Sus orígenes familiares no son muy claros, lo que tiene su lógica si tal como se presume, habían sido conversos. Largamente fue discutido su lugar de nacimiento y al final se optó por aceptar la candidatura de Alcalá de Henares, si bien eso no aporta nada especial ni a su personalidad ni a nuestra historia.
En 1569 viajó a Italia para embeberse de su cultura renacentista. O quién sabe, tal vez sea más exacto decir que huyó de España para eludir una orden de busca y captura por lesiones, y vagabundeó por Génova, Florencia y Roma hasta colocarse de lazarillo, o sea, sirviente, de un clérigo con rango de cardenal. Cambió su destino de buscavidas aspirando a la gloria del soldado e ingresó en la infantería de marina española. Poco después participó en la decisiva y sangrienta batalla de Lepanto (1571), definida por Cervantes como “la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros.” No exageraba mucho. A mi pobre entender, solo las terribles batallas navales de Midway y del Golfo de Leyte en la segunda guerra mundial pueden compararse a Lepanto en cuanto a volumen de naves, combatientes, pérdidas e importancia estratégica. Desconozco si tal vez combatió en ellas algún novelista de la generación beat o algún autor de haikus.
En todo caso, el soldado Cervantes no recibió como recompensa por su valor sino un arcabuzazo que le hirió en la mano izquierda, impidiéndole su uso completo. Cuando estaba volviendo a España para licenciarse en 1575, fue secuestrado por piratas turcos junto a su hermano Rodrigo. Un incidente que demoró cinco años su regreso a casa, encerrado con otros cautivos en una prisión de Argel. Cinco años que entretuvo con otros tantos intentos de fuga, todos ellos frustrados y castigados con palizas de distinta intensidad. Allí aprendió a tener paciencia en las adversidades. Anteponiendo la valentía y el amor por la libertad a todo lo demás, debió repetirse: “Bien podrán quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo será imposible”.
Instalado ya en España, empieza a escribir y en 1585 publica La Galatea, novela pastoril de éxito muy discreto, aunque él no se cansaba de recomendarla por todas partes. Prueba también a estrenar sus piezas teatrales, pero carecen de atractivo ante las comedias de Lope de Vega. Ni las armas ni las letras han dado fortuna a Cervantes. Busca una ocupación con que ganarse la vida y mantener a su extraña familia: una hija extramatrimonial, una esposa con la que apenas convive y dos hermanas a las que las gentes llaman Las Cervantas.
Se le niega la oportunidad de emigrar a América, pero finalmente consigue un puesto de comisario de abastos para la Armada de Felipe II, derivándose posteriormente a recaudador de impuestos. Unas irregularidades en cuanto a los ingresos bancarios correspondientes dan con los huesos de Miguel de Cervantes en el fondo de una mazmorra sevillana durante cuatro meses de 1597. Allí, habiendo fracasado todas sus tentativas literarias y laborales, ha de concebir al protagonista de la primera novela moderna.
El hidalgo llamado Alonso Quijada, Quesada o Quijana comparte con usted y conmigo la afición por la lectura. Su interés monotemático se centra en los memes de caballerías, relatos de aventuras épicas cuyos superhéroes, universos y supervillanos conoce al dedillo. Sus discusiones con el cura de su pueblo acerca de quién vencería en un hipotético combate entre Palmerín de Inglaterra y Amadís de Gaula no dejan lugar a duda: Don Alonso es el primer friki literario.
Su afición se intensifica hasta resultar incomprensible para quienes lo rodean. Vende propiedades de cultivo para adquirir más libros de caballería. Rescata del trastero armaduras, lanzas y adargas antiguas de sus antepasados que — si se usaron en la guerra de Granada — llevaban más de un siglo oxidándose; se las prueba; y finalmente customiza el yelmo con un añadido de cartón. Nuestro hidalgo friki acaba de inventar el cosplay.
El narrador nos dice que “del poco dormir y del mucho leer se le secó el celebro de manera que vino a perder el juicio”. Pero haremos bien en desconfiar del narrador: un inconsistente, chapucero y seguidor de fuentes diversas de fiabilidad más que dudosa, entre ellas el mentiroso Cide Hamete Benengeli. Y todavía tiene el descaro de afirmar en el primer párrafo que no se va a apartar ni un punto de la verdad.
No, don Alonso no estaba loco. Lo que pasó por su celebro mientras estaba disfrazado de caballero andante fue una tentación irresistible: ¿Y si dejo de ser un oscuro pequeño propietario lector de memes para convertirme yo mismo en un meme caballeresco y literario? Un meme que, pasado el tiempo, venza a todos los demás, a Palmerín, a Amadis, al mismo Ruy Díaz. Viéndose en el espejo aderezado con sus armas y rodeado de libros impresos, imaginó y se impuso como meta que se habría de escribir la novela, el meme, de sus aventuras. Soñó que su libro sería leído por todos, que se imprimiría en distintos formatos, que se reimprimiría cada año, siglo tras siglo, que se estudiaría en escuelas e institutos, que se expandiría sin límite, que se traduciría a tantos idiomas como la Biblia. En su alucinación bisbiseaba el meme egoísta de don Quijote como la serpiente bíblica: Y seréis como dioses.
El plural, claro está, abarca tanto al personaje como a su creador. En la oscura celda sevillana, igual que el hidalgo, Cervantes sueña con la libertad. Sueña con sacudirse las cadenas de la mediocridad imperial, con superar de una vez por todas sus fracasos y con resarcirse de un amor por las letras y las armas que no le había deparado más que heridas, sinsabores y prisiones. El mísero reo Migueliyo er manco, indomable ante las palizas, cae seducido, hipnotizado por la misma alucinación del hidalgo. La imaginación engendró a don Quijote, don Quijote al escritor, y el escritor a don Alonso.
Desde lo oscuro de la cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación, Cervantes no podrá dejar ya de pensar en el que habrá de ser el más famoso caballero y el más eximio meme, y encaminará todas sus acciones a redactar y publicar el libro de sus aventuras. El fin coronará la obra en 1615, dieciocho años después de la prisión sevillana; antes de eso todavía tendrá tiempo el manco lepantino para una nueva estancia en el maco a cuenta del affaire Ezpeleta.
¿Por qué don Quijote resulta tan seductor? En primer lugar, se trata de un lector que ingresa en el mundo de los libros que lee. Todo lector fantasea con vivir en ese universo de su libro favorito, con traspasar la cortina o pantalla que lo divide y separa del mundo que percibimos como real, aunque ambos no son más que invenciones de nuestro celebro. Esa ruptura de plano real/imaginario no es tan evidente como en La historia interminable de Ende o La rosa púrpura de El Cairo de Woody Allen, sino mucho más sutil.
Don Quijote mira la realidad y la transforma en precisamente lo que él quiere que sea. La venta pasa a ser castillo; el ventero, castellano; y las mozas del partido, refinadas damas cortesanas. Al igual que para Humpty Dumpty, el personaje de Lewis Carroll, cada cosa significa lo que él quiere que signifique.
Pero esto no es aceptable ni para Alicia ni para Sansón Carrasco, quienes opinan que los significados de las palabras y de las cosas del mundo se deciden en un acuerdo tácito entre los hablantes y observadores. El huevón Humpty Dumpty, en Alice in Wonderland, zanja desdeñosamente la discusión con el argumento de autoridad: “Lo que importa aquí, es quién es el puto amo para decidirlo. Y ya vale.”
La visión fantaseada del mundo de don Quijote funciona porque sus interlocutores participan y aceptan la mixtificación, a las buenas o a las malas. Por su propio interés, por curiosidad, por ganas de guasa, por miedo de un demente, porque no tienen ganas de discutir o porque andan con prisa y, llegado el caso, no están para más mandangas que la dialéctica de los garrotazos. El caso es que ningún personaje de la obra consigue que don Quijote se retracte un milímetro de sus cosmovisiones e interpretaciones, y si vuelve a su casa, es porque el Caballero de la Blanca Luna lo derrotó con todas las de la ley caballeresca en la playa de Barcelona. En la aburrida y grosera España del XVII, don Quijote ha pasado de ser un anónimo lector friki a conseguir que sus puntos de vista — idealizantes, ridículos, hermosos, divertidos, excitantes, justicieros, libertarios — sean aceptados por todos con quien se cruza, desde los pastores hasta los duques. Don Quijote es el puto amo aquí. Y su universo es más real que la vida.
Pero ¿no estaba loco don Quijote? ¡Qué va, hombre, qué va! Ya dijimos que el narrador no es de fiar. Don Quijote no puede estar loco porque aplica sus propias normas, las que le permiten jugar al revés. Recordemos que don Quijote es un meme, una creación a medias del escritor y de don Alonso, un juego de chifladura cuerda. Don Quijote juega como un loco bajito a que pueda pasar lo que no puede ser. Aunque no faltan en su aventura estragos y cachiporrazos, si el hidalgo estuviera loco de remate habría matado a alguien tarde o temprano, tal como sugiere Jorge Luis Borges en su ensayo Un problema. No, el hidalgo Alonso nunca se permitirá cruzar esa raya que convertiría su sueño en pesadilla. E incluso cuando afronta el riesgo real de una batalla a bordo de una galera barcelonesa se queda disimulando, mudo y paralizado hasta que termine la acción.
La máscara de don Quijote es una personalidad múltiple que le sirve al hidalgo para vivir el mundo que prefiera elegir; ora fantasioso, ora cabal, ora desaforado, ora juicioso. El propio don Quijote lo afirma en una cita a menudo mal interpretada, cuando le dicen que él no es sino el hidalgo Quijana: “Yo sé quién soy, y sé que puedo ser, no solo los que he dicho [Valdovinos y Abindarráez], sino todos los Doce Pares de Francia, y aun todos los nueve de la Fama”. (DQ I, cap. V)
Este es el secreto del ingenioso meme, la piedra filosofal que seduce a todo letraherido. Protagonizar la novela leída es mejor que sobrevivir en la llamada realidad. Ser uno quien quiera ser, no quien digan desde fuera. Vivir los sueños que uno elija, heroicos, disparatados, agridulces. Conseguir que los demás acepten el sueño, aunque sea para criticarlo, en lugar de ignorarlo o negarlo. Ser, soñar, y compartir el sueño. Leer, soñar, tal vez escribir. El meme literario definitivo. Ser como un dios, todopoderoso, omnisciente, eterno mientras permanezca su transmisión. Y por ahora van cuatro siglos en los que don Quijote no tiene ganas de morirse.
Con tan audaz propuesta narrativa, el meme don Quijote fue aceptado rápidamente por todos los lectores desde la publicación de la primera parte. Cuando diez años después de la primera salida del libro aparece el segundo tomo, uno de los personajes, Sansón Carrasco, comunica al hidalgo que sus aventuras ya han sido impresas, y vendidos más de 12.000 ejemplares con gran impacto cultural y memético. Ante la incredulidad de don Quijote y Sancho, afirma que la novela “es tan trillada y tan leída y tan sabida de todo género de gentes, que apenas han visto algún rocín flaco, cuando dicen: «Allí va Rocinante».” El cliché certifica el éxito del meme literario.
A lo largo de la segunda parte, las aventuras fluyen más fácilmente para don Quijote en virtud de su celebridad: Todos conocen su libro. El ingenioso caballero ha cumplido su objetivo vital: Se han publicado sus aventuras, es un meme tan famoso como Amadís. Las puertas se le abren dondequiera que va, los personajes encontradizos le adelantan el saludo al reconocerlo, los muchachos que quieren verlo de cerca forman una aglomeración en Barcelona. El meme don Quijote se ha hecho carne y habita entre nosotros. Pasea por la ciudad condal, donde visita una imprenta. Allí se encuentra, cara a cara, con un molesto Doppelgänger. Le han hecho un meme mutante, el de Avellaneda, una seria amenaza para su cosmovisión memética. También los memes, hasta los más divinos, han de tragarse sapos de tamaño épico.
Don Quijote hojea estupefacto el libraco espurio, se tiene que sorber tres tazas de realidad tamaño damajuana. Con esta aparición inesperada de un competidor, la división entre plano literario y plano de la realidad se ha desvanecido por completo. ¿Es esto una novela o es la vida? Don Quijote, que puede elegir siempre, no lo olvidemos, elige formar parte de la vida. Y a ella se lanza sin freno, invadiendo la vida, la cultura y el corazón de sus lectores.
Nada hemos dicho aún del escudero, reverso, complemento necesario y contrapunto de su amo. Sancho Panza es un personaje fascinado y fascinante, el discípulo aventajado del meme quijotesco. Al principio se muestra como un rústico simple y recurso para las chanzas. Pero al aceptar las propuestas de don Quijote, movido por el interés de las ganancias, pasa a contagiarse de los valores de la caballería. La influencia de los memes en el comportamiento humano es insospechada, especialmente la de aquellos que son acogidos sin prevención.
El gañán Panza se reinventa entonces como el prudente gobernador don Sancho. Y aquí el lector de sus aventuras suspira de envidia, y especula que cuando haya comprendido de verdad el evangelio de don Quijote saldrá renovado de su áspera crisálida actual. ¿No es esta una de las bondades que continuamente predicamos de la lectura literaria?
Al poco de publicarse sus aventuras don Quijote y Sancho ya gozaban de enorme popularidad en España y las Américas, siendo común su representación en festejos y pasacalles mediante comparsas disfrazados. Anthony Burgess imagina en el relato Encuentro en Valladolid un viaje de Will Shakespeare a la capital pucelana, donde se entrevista con Cervantes. La víspera, asiste a una corrida de toros que abren dos jinetes, uno mayor y flaco que viste armadura de cartón y otro bajito y regordete que exprime una bota de vino:
“Los dos saludaban con la mano agradeciendo los aplausos de la multitud, que claramente los adoraba. (…)
— El flaco caballero de broma y su escudero, ¿qué salen, de un libro?
— Exactamente. Pero son demasiado grandes para un libro. Han escapado de él como quien huye de una cárcel.
Will refunfuñó para sus adentros. Hamlet y Falstaff estaban encerrados en sus respectivas obras de teatro. Nunca irrumpirían en un soleado ruedo para ser aclamados por una muchedumbre entusiasta.”
¿Qué otro meme literario ha logrado semejante milagro? Don Quijote y Sancho han escapado del libro, greater than life, más grandes que la vida, y persisten su cabalgata a lo largo de los siglos, saltando de mente en mente, replicándose en cada lector, sin envejecer nunca. Es más, adquieren — exigen — nuevas y más sugerentes interpretaciones en cada siglo, y provocan mutaciones continuas en sucesivas oleadas de escritores fecundados por nuestro meme.
Así lo evidencia Borges en Pierre Menard, autor del Quijote, donde el meme original es superado en su significado por una réplica memética clonada en el siglo XX. “El texto de Cervantes y el de Menard son verbalmente idénticos, pero el segundo es casi infinitamente más rico. Más ambiguo, dirán sus detractores; pero la ambigüedad es una riqueza.”
No es necesaria más demostración. No hay quien pueda con el supermeme don Quijote. Siempre latente, mutando continuamente para poner a prueba nuestra capacidad de sorpresa y la suya de supervivencia. De aquí a varios siglos, don Quijote seguirá siendo el puto amo de los memes literarios.
A Víctor Villoria, quijote en su ínsula
Un buen comentario del Quijote, entre las decenas de miles que debe haber (aunque sin duda mucho menos posmoderno y chispeante que el tuyo), lo encontré en la Historia de la Literatura Universal a que se atrevieron en nuestros predios Martín de Riquer y José María Valverde. Toda ella es interesante, por el intento de reunir dos volúmenes de crítica literaria sin recurrir demasiado a la historia o a la biografía, pero las páginas dedicadas a la insigne obra cervantina tienen especialmente miga. Sobre todo porque pasan por alto, sin siquiera mencionarla, esa tradición romántica que arrancó con los alemanes y que hizo del Quijote una expresión del espíritu idealista, en sentido filosófico, a despecho de que se trata de una novela de humor del siglo Barroco. Todavía Unamuno y Ortega gastaban esas metafísicas con el ingenioso hidalgo, pese a la frase del propio Quijano, cuando alertaba a Sancho que “toda afectación es vana…” Lean, lean los que ya hayan pasado por el propio original las observaciones de Martín de Riquer, y los demás, que les lleven los diablos…
Semanas después de haberse publicado este texto, me he encontrado casualmente con una cita de Miguel de Unamuno con la que no puedo estar más de acuerdo y que traigo aquí a la consideración de los lectores por su coincidencia en la visión del personaje novelesco.
Dice Unamuno: “Yo, que he sostenido — y sigo sosteniendo — que no es el autor de una novela — así sea Cervantes — quien mejor conoce las intimidades de ella, y que son nuestras criaturas las que se nos imponen y nos crean.” (Almas sencillas, artículo de 1933)