"Alegrías" de Julio Romero de Torres

Amor, odio, celos, obsesión arrebatada, muerte…En el flamenco han cabido siempre todas las grandes pasiones, porque lo cotidiano parece no tener hueco en sus letras. Cuanto más rota la voz del cantaor o la cantaora, mejor; la concentración, la mirada perdida, las uñas clavándose en la palma de la mano, con el puño bien ‘apretao’…Todo es poco para dar intensidad a una forma de interpretar la vida con tantos seguidores como gente que no la soporta. Con el flamenco puro no hay grises. Por eso el cante hondo ha ido evolucionando, mezclándose con otras músicas: el jazz, la rumba, el son cubano. Eso no significa diluirlo, igual que un terrón de azúcar desaparece en una buena taza de café negro; sino añadirle matices, ampliar las posibilidades para llegar más lejos de una forma de crear y de entender la existencia. No hay dos cantes iguales, como no dice lo mismo una misma canción dos días distintos. Porque ni el sentimiento de quien la defiende es idéntico, ni el temple de su voz, ni quien escucha tiene el cuerpo a la misma temperatura emocional. Ahí está la belleza del cante. Muchas posibilidades para sentir concentradas en cada tema.

Diego El Cigala es uno de los responsables de que esta música no se quede en las fronteras levantadas por los puristas y que, sin perder fuerza -en todo caso, ganándola, sumando aliados-, llegue hasta quienes también habían construido parapetos contra ella. En este caso, los travesaños de la pasarela los pone un gigante del son cubano y el jazz, Bebo Vadés. ¿Quién no se sabe algún trocito de esta letra ‘Inolvidable’?:

“He besado otros labios buscando nuevas ansiedades
y otros brazos extraños me estrechan llenos de emoción,
pero solo consiguen hacerme recordar los tuyos
que, inolvidablemente, vivirán en mí”

 
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