“El Cigala” en la noche de luna de Pedralbes

Fotografía Hugo González Granda

Hay que reconocer queEl Cigala ha cultivado una imagen imponente: el pelo ensortijado muy largo cayendo sobre los hombros, la barba de espadachín arrogante dibujando el mentón, los anillos de oro rodeando casi todos los dedos de las manos haciendo juego con el reloj o las pulseras, los pañuelos  al cuello de colores vivos o los presagios de su carácter indomable, siempre un poco imprevisible, como si la energía y el talento que todo el mundo sabe que lleva dentro se le pudiera escapar por muchos sitios, de muchas maneras y no solo por la fuente de su voz rota y característica. Esta noche de luna llena, muy calurosa, que amenaza lluvia se presenta en el escenario del festival de Pedralbes de Barcelona más austero,  con un moño, y un pañuelo blanco en el bolsillo de su traje gris, seguro del favor del público que llena el recinto y que aplaude rendido cuando ataca “Si te contara”, de su álbum de 2008 “Dos lágrimas” con muy buen acompañamiento de Jaime Calabuch, “Jumitus”al  piano, Marco Niemetz al contrabajo e Israel Suárez, Piraña, a la percusión que darían mucho juego a lo largo de la noche compitiendo en “solos”  y aportando siempre una solvente sensación de calidad al concierto.

Jaime Calabuch, “Jumitus”. Fotografía Hugo González Granda

Supongo que él daba por sentado que la mayoría de la gente lo conocía por  “Lágrimas negras”, el disco de 2003 en el que Fernando Trueba le indujo a mezclar su ritmo y su voz con el piano de jazz latino de Bebo Valdés para agitar un cocktail musical que contenía la nostalgia de los aromas de las noches del viejo Tropicana con la melancolía del duende flamenco y dio lugar a una música transversal en muchas dimensiones, profundamente evocadora, que producía la extraña alegría de algunos recuerdos tristes. Quizá por eso fue un éxito mundial que no para de escucharse y que abrió las puertas a “El Cigala” de la escena internacional y el incentivo de versionar otros boleros, o coplas o tangos a los que conseguía siempre aportarles un estilo personal. Así que siguió con eso de “se vive solamente una vez…” (“Amar y vivir”) y con “Tu destino es como el mío/si eres vela yo soy viento/si eres cauce yo soy río/ si eres llaga, yo lamento…” (“El compromiso”) hasta por fin llegar a una versión de “Lágrimas negras”, muy ampliada por los “solos” del acompañamiento musical. Era curioso ver como, a veces, todo se interrumpía mínimamente para que un asistente diera al artista vasos de un líquido enigmático que, a esas alturas, comenzaba a despertarle y que terminó por dotar al concierto de efusivos abrazos de los músicos con el cantante.

Fotografía Hugo González Granda

Entonces entraron los mariachis con un torrente de musica de violines que inundó de inmediato el escenario y comenzó a entonar “¿De qué manera te olvido?/¿De qué manera yo entierro/ este cariño maldito…”, la ranchera de Vicente Fernández que fue seguida de “Bravo” (“Te odio tanto…”), “Soy lo prohibido”, “El gato” (“ya lo ves la vida es así…“), “Somos novios” o “Vámonos” (“que no somos iguales dice la gente…). A esas alturas “El Cigala” ya se había soltado la melena y parecía que estaba dispuesto a irse de veras a “ese lugar donde nadie nos juzgue/donde nadie nos diga que hacemos mal/alejados del mundo donde no haya justicia ni leyes ni nada…” y el público a creerle porque todo estaba engarzado por el hilo de su voz, de sus impulsos que comenzaban a antojarse un poco impredecibles pero parecían llevar a algún sitio gozoso que no apetecía que terminara por ahora.

Fotografía Hugo González Granda

Por suerte “El Cigala” se quedó mucho rato más e incluso se marcó una bulería muy pura solo acompañado por el piano de Jumitus que sonaba, asombrosamente, como las cuerdas de una guitarra. De ahí pasó a versionar a Nino Bravo (“Te quiero, te quiero”) o a Rocío Jurado (“Se nos rompió el amor”) para retornar  a “Veinte años” y transitar luego por la copla (“La bien pagá”), por el tango (“Nostalgias”) y, otra vez, la ranchera (“Sigo siendo el rey”) y el bolero (“Dos gardenias”) mientras se enjugaba muy frecuentemente el sudor de la cara con un pañuelo negro y daba tragos al líquido misterioso sin parar. Por fin se despidió dándole las gracias al Nazareno y rogándole una bendición para un público encantado que lo miraba quizá con cierta aprensión, balancearse, un poco fondón, en esa edad donde inevitablemente se pierden ciertas facultades para el deseo y la vida que habían cantado sus canciones aunque, no para las posibilidades de su voz que, por el contrario, daba la sensación de situarse en algún lugar indemne en el tiempo de la noche, como la luna llena que iluminaba desde el cielo los aristocráticos jardines del viejo palacio real donde la vida parecía tan fácil aunque a veces sea realmente tan difícil, donde teníamos la sensación de haber gozado mucho volviendo a las historias de las viejas canciones trasmutadas por un estilo con capacidad de inspirar algunos nuevos sueños.

Fotografía Hugo González Granda

*Fotografía y crónico del concierto de “El Cigala” el martes 14 de Junio en el Festival Jardines de Pedralbes.

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