La maxifalda (elogio de lo retro)

 

Hoy quiero hablar de ropa. De trapitos. Y no de alta costura, cuyos vaivenes son tan arcanos al no iniciado como los del arte contemporáneo, sino de la moda low cost a la que tanto nos hemos aficionado las chicas coquetas de mi generación: hablo, por supuesto, de Mango, de Bershka, de Springfield, de Stradivarius, Pimkie, y, sobre todo, de Zara.

Se trata de prendas baratas, de tela más bien regular, confeccionadas en fábricas de países en desarrollo ante cuyas condiciones laborales, por cierto, preferimos cerrar los ojos. El diseño recoge las tendencias de la pasarela y las adapta a los usos cotidianos, desde ir a trabajar a enseñar cacha en el instituto, desde asistir a una boda a sudar en el gimnasio. Cada franquicia ofrece su particular versión. Si se llevan los cuadros escoceses, encontraremos este dibujo en un coqueto vestido de Mango, cientos de camisetas básicas de Pimkie, tres camisas de distintos colores de Zara y una docena de minúsculas faldas-cinturón de Bershka. Sabemos qué vamos a encontrar en cada tienda: resulta cómodo por previsible. La interpretación de lo in es básica y funcional; el objetivo es consumir rápidamente, tener ropa nueva, ponértela dos temporadas del modo que sugieran las revistas y abandonarla por vieja. El tejido se desgasta al mismo tiempo que las tendencias.

 

 

Sí, sí, es un modelo de consumo paradigmático del sistema capitalista. No hay calidad material, no hay coartada ética ni tampoco decisión estética. No hay elegancia propiamente dicha. Vamos monísimas, e idénticas. Seguimos la moda a ciegas, de la mano del diseño industrial, por lo que la acusación de frivolidad nunca ha sido más cierta. Y, sin embargo…

Sin embargo, algo ha cambiado desde hace tres o cuatro temporadas en una de estas marcas. En Zara, el algodón es más suave, el punto más apretado y la seda más lisa. El corte es más limpio. (Quizá sea el momento de advertir que no he cobrado ningún tipo de comisión por escribir este texto.) Pero lo más asombroso es que, de repente, las tendencias se siguen en serio. Las referencias a los años 60, 70 u 80 se llevan a cabo con cuidado y con determinación, sin miedo a subir la cintura de un pantalón o alargar una falda por debajo de la rodilla. Una referencia retro es una referencia, y no un guiño travieso al look de nuestros padres.

 

Keaton y Allen, en 'Annie Hall'

 

Lo que nos lleva al espinoso asunto del revival. ¿A qué tanta nostalgia? De hecho, hay algo más que nostalgia: es una auténtica resurrección. Puedo ser Annie Hall comprando en Zara, lo cual es desconcertante porque no creo que Annie Hall pudiera haberse vestido como Mae West, habiendo también una diferencia de cuarenta años entre ellas. No hay novedades en el horizonte estético, e incluso parece que se han dejado de buscar. Los revivals surgen cada vez con más fuerza y no se circunscriben ya a una prenda, sino que se recupera todo el armario de una época. O todos los armarios de todas las épocas. No hay más que ver las colecciones de este otoño-invierno: se lleva prácticamente todo (lo que permite más desaciertos estéticos, pero también mayor libertad). Aparte de que se trate de reanimar el consumo y aprovechar restos de otras temporadas, la potencia del revival, especialmente de los 70, es innegable.

Quizá echamos de menos algo serio. Decidir una imagen retro es comunicar una nostalgia, y que en estos tiempos de crisis reaparezcan los 70 es sintomático. En los 70 la izquierda aún no se había anulado en sus contradicciones y la política aún no se había puesto a disposición de la voracidad de los mercados (qué fue primero, no lo discutiré aquí). En los 70 aún creíamos que se podía grabar la realidad con una cámara y que alguna revolución era posible. En los 70, la libertad de una mujer no estaba reñida con una falda larga. En los 70, por dios, teníamos claro quiénes eran los buenos y quiénes los malos, y ahora lo único que sabemos es que el poder es tan líquido como el dinero. En los 70, la ropa evidenciaba una posición política; hoy la política es mera estética. No sabemos adónde apuntar, y, en medio de la confusión, el activismo político vuelve más o menos intensamente al ruedo popular e intelectual. En los 70 Annie Hall ganaba un Oscar; hoy por hoy, una película con un monólogo a cámara es considerada de arte y ensayo. Elegir los 70 es añorar un compromiso.

 

 

 

O quizá no. No todas las chicas que llevan un abrigo con flecos quieren reivindicar el interés por los indios nativos americanos. Quizá lo esencial de un revival sea el asegurar un canon estético sin temor a equivocarse, con la misma seguridad con la que afirmamos que en los 70 soplaban vientos de libertad y que los 80 trajeron una lamentable revolución conservadora. La imagen retro es tan estable como el mito del espíritu de una época… Quizá. Pero estábamos hablando de estética. Y teniendo en cuenta los tiempos que corren, y teniendo en cuenta el ideal que (justificadamente o no) representan los 70, yo me dejo el pelo largo y me compro una falda larga. Ahora que la política es sólo economía y la realidad es además virtual, creo que retrotraer mi apariencia a los años 70 es una señal de coherencia.

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