“La patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un hogar al que podemos volver.”

Mario Vargas Llosa

 

 

Podríamos estar horas buscando nuestras diferencias, la manera de convertir nuestras miradas en burocracia, los rasgos con los que delimitar nuestro mundo para aplacar el miedo a lo desconocido. Podríamos fijarnos en la forma de mover el ombligo árabe, en la manera de contagiar la alegría italiana, en los ojos noruegos, azul imposible, en la tez india, cálida y morena, en las sonrisas sureñas, en la seguridad alemana, en los exóticos rostros de Madagascar, en el melódico acento venezolano, para seguir engañándonos y continuar dando por supuesta la existencia de esas lineas ilusorias llamadas fronteras. Podríamos, también, no aceptar nuestros limites y dejarnos superar por nuestras inseguridades, y creernos algo porque nuestros documentos los decoren otros colores, otras banderas. Dedicar, incluso, miradas de recelo y desdén a lo distinto, aquello con potencialidad de patear nuestro ridículo ego. Intentar que los idiomas fueran barreras, y utilizarlos para otorgarnos un privilegio histórico y moral que nunca tendremos. Pero sería demasiado fácil y correríamos el peligro de ahogarnos en nuestra propia miseria, y darle la razón a aquel provincianismo rancio que persigue al pensamiento de los débiles.

 

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Ahora somos jóvenes y kamikazes. Y podemos permitirnos ser tan ingenuos como para creer que la felicidad es una actitud, que los países se construyen con miradas cómplices y la verdadera identidad te la da el haber compartido experiencias a las que volver con la memoria cuando nosotros, los de ahora, ya no seamos los mismos. Y jugar con nuestra libertad, rozando la frivolidad, al pintar nuestras caras para celebrar la fiesta india con la que da comienzo la primavera. Como si, de alguna manera, nos sintiéramos todos cómplices de una misma historia y tratáramos de colorear el mundo que los agoreros que se las saben todas se empeñan en mostrarnos gris.

Sonreír por tener la intuición infantil de que mañana sigue habiendo futuro.

Al fin y al cabo, la esperanza esta donde uno imagina encontrarla, y no en aquel lugar al que nos dirigen para perseguirla.

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3 replies on “Gaia”
  1. says: Urdemales

    No deja de llamarme la atencion… los exoticos rostros de Madagascar. Y con ello me atrevo a criticar lo que uno puedo entender de tu vision de mundo.
    Ya que estamos tan globales, piensa en tu rostro al lado de un Pakistanes, Indio o un Chino.Y por favor respondeme, quién es el exotico?
    Pero bueno, estamos en occidente. El centro del mundo.
    Saludos Hugo.
    Esperanzador texto!

  2. ¡¡Por supuesto que el exótico sería yo desde esa perspectiva!! Si vemos la definición del diccionario de la RAE, exótico no tiene nada de peyorativo: “Extranjero, peregrino, especialmente si procede de país lejano”. Luego tu lógíca te ha llevado por bien camino, yo seria exótico en un país lejano.

    Es evidente que un texto siempre esta escrito desde la visión del mundo del autor. Por otra parte, ¡qué remedio!, uno no puede despojarse tan fácilmente de si mismo. Ojalá.

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