Saliendo del campo de fuerza

El día amanece congelado. Un pesado cansancio, denso como el terciopelo, se aloja aún en las almas. Termina la hora de mi guardia. Es el momento de volver. Desciendo por la calle ancha. Veo a mis pies la hoz y me siento atraído por el sol que la ilumina. Parece explicar algo importante. Sus rayos me conducen cuesta abajo, hacia un aire limpio y helado, de otra época. La ciudad se muestra deshabitada en mi descenso. El astro me guía por los arrabales solitarios contándome que la ciudad no pertenece a nadie. De los que la forjaron sólo quedan leyendas. Los que pasamos por estas calles ahora somos intrusos, espectros que pisamos un recuerdo de piedra. Lo saben las brujas cansadas, los fantasmas alcohólicos y los místicos deslumbrados que de vez en cuando se dejan ver. Pero están mudos.

El día amanece congelado. Un pesado cansancio, denso como el terciopelo, se aloja aún en las almas.

Termina la hora de mi guardia. Es el momento de volver. Desciendo por la calle ancha. Veo a mis pies la hoz y me siento atraído por el sol que la ilumina. Parece explicar algo importante. Sus rayos me conducen cuesta abajo, hacia un aire limpio y helado, de otra época. La ciudad se muestra deshabitada en mi descenso. El astro me guía por los arrabales solitarios contándome que la ciudad no pertenece a nadie. De los que la forjaron sólo quedan leyendas. Los que pasamos por estas calles ahora somos intrusos, espectros que pisamos un recuerdo de piedra. Lo saben las brujas cansadas, los fantasmas alcohólicos y los místicos deslumbrados que de vez en cuando se dejan ver. Pero están mudos.

Sólo los ojos de los gatos callejeros revelan algunas pistas del plan con el que se moldeó la isla de roca. Me siento en un banco dejándome llevar por la luz y escucho. No oigo nada, el silencio es abrumador. La atmósfera está tan limpia que los ojos se quejan de la nitidez con la que se impone el cercano horizonte de piedra. Afino el oído y por fin percibo algo. Es un sonido leve, equívoco. Pero no es una ilusión. Giro la cabeza buscándolo y lo encuentro: las hojas de un árbol cercano caen balanceadas por una suave brisa.

Me marcho en busca del presente. Un panadero somnoliento me vende su mercancía y retorno al tiempo. He salido del campo de fuerza.
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Este texto pertenece a la introducción de “Saliendo del campo de fuerza”, el próximo libro de fotografías de Ramón Peco, una muestra de las cuales vemos en esta galería

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