Sabemos que todo está inventado en el mundo artístico, y que el potencial creativo y renovador de las obras actuales depende de su pericia para conjugar elementos preexistentes. Es por esto que los conceptos de vanguardia y modernidad han quedado relegados a percepciones subjetivas. Por suerte, la inquietud por crear nos sigue invitando a sacar brillo a los lenguajes conocidos o a probar nuevas fórmulas de entremezclar sus códigos. Es por esto que podemos distinguir a quienes mantienen una postura artística basada en la innovación de quienes prefieren seguir rutas ya exploradas. Lo pobre o estimulante del resultado que se logre no depende del camino elegido, ni de cómo nos lo quieran vender. Únicamente depende del talento y el genio del responsable detrás de la obra. Es por esto que molesta por igual que un grupo de música nos ofrezca canciones que suenan a ya oídas y no aportan alicientes, como que otro grupo porte la bandera de lo nuevo y con ella intenten colárnosla tapando sus carencias. Igualmente reconocemos el mérito de los que han integrado valiosos nuevos clasicismos a nuestro acervo, y alabamos la pose de quienes saben lidiar con sonoridades diferentes.
p lang=”es-ES” align=”JUSTIFY”>A este último grupo pertenecen los Dirty Projectors, banda neoyorkina de corte experimental que ha recibido siempre un notable éxito crítico entre los medios más caprichosos (esos que tan pronto encumbran fruslerías como lapidan artistas de verdadero interés). A la vista de su último trabajo, Swing Lo Magellan, bien se lo merecen. Al igual que hacen otras bandas, su propuesta se basa en desestructurar la secuencia habitual de una canción pop, utilizando además compases de acentos cambiantes y sazonándolo todo con fuertes contrastes en la instrumentación. Pero allí donde otros naufragan en el vacío, los Dirty Projectors mantienen lo esencial, un espléndido uso de la melodía y la armonía. Eso es lo que los acerca, junto con Grizzly Bear y Department of Eagles, a la cumbre del estilo que cultivan.
Swing Lo Magellan se cimenta en tres pilares: líneas vocales de limpieza retro, inspiradas tanto en la música blanca de los años 50 y 60 como en el soul de esos mismos años; instrumentación de grupo indie suave y luminoso con ramalazos de hard rock y electrónica, con especial atención en las bases rítmicas; peso repartido de voz femenina y masculina. La suma exacta de estos factores es lo que termina dando al álbum la diversidad unitaria (o unidad diversa, como se prefiera) que caracteriza a los grandes discos.
Demos un repaso a las canciones que lo componen: Offspring are blank abre el conjunto combinando coros tan armónicamente arriesgados como precisos con una percusión sintética que se convierte en descarga guitarrera. About to die juega la baza de su extraño ritmo, sobre el que asienta un impecable intercambio de voces con beatleliana sección de cuerda. Gun has no trigger, de estructura más tradicional y ritmo constante, es una maravilla donde melodía y coros son absolutamente perfectos. La canción que da título al álbum es una sencilla balada que recuerda a la preciosa 8:05 (Moby Grape, 1967), fantástico referente. Indies y veraniegas son Just from Chevron y Dance for you. Esta última corta su delicado y logradísimo fraseo musical con un devaneo orquestal cacofónico, digno guiño/homenaje a A Day in the Life. Dura y psicodélica es Maybe that was it, contrastada por Impregnable question, otra balada sencilla y beatleliana que actúa como espejo de Swing lo magellan (en un disco de 12 temas, estos dos ocupan las posiciones cuarta y octava). See what she seeing, en cambio, es espejo de las dos primeras canciones, añadiéndole unos acompañamientos vocales de marcado carácter afroindie. The Socialities recuerda al sonido de Little Joy o The Seihos, con su aire encantadoramente brasileño. El disco se cierra con Unto Caesar, otro brillante tema indie, e Irresponsible tune, obra maestra que nos devuelve a un fin de fiesta de la época de Elvis.