El presente de la anticipación (la sci-fi en la actualidad…)

Somos devoradores de mundos…  

Brad Pitt, Ad astra             

Cerca de mi casa hay una cafetería o cervecería o bar o algo así más o menos anticuado y elegantón que tiene a un tal V. (no de Vendetta, sino de Vermú) como camarero estrella. Este V. es un tipo grande y con cara de bruto, que más parece puerta de discoteca que hostelero simpaticón. Pero lo es, simpaticón, y sonriente, e ingenioso, pese a que se pasó el confinamiento de la primavera, que enseguida viene otro, haciendo pesas en su casa como un Hércules con librea. Ya le he dicho que prefiero tenerle de amigo que de enemigo, como es natural -hay que tener amigos hasta en el infierno, dice con razón el aserto reaccionario-, así que cuando hace unos días me contó que le gusta leer ciencia-ficción, al tal Stephen King y novelas no-realistas en general, me dispuse a prestarle algo del dilecto Isaac Asimov, del que V. no sabía nada. Si él no sabe quién era Asimov, es que no tiene ni idea de ciencia-ficción, y que sólo conoce en realidad al así llamado Stephen King, ¡lectura obligada en un Burger King!, pero mejor para V., qué diablos, que gracias a eso tiene todo un continente literario por descubrir. Ya se ha devorado la conocida como Trilogía del imperio, que le presté con hidrogel, antesala y base de la saga-río de la Fundación, y ya se ha puesto de largo para degustar Arrakis, el planeta desierto, Dune, que es varios grados de dificultad superior. Supongo que terminará por echar de menos el aspecto policiaco o negro del Stephen King ese (si es que el tal King de verdad escribe, y no varios hábiles “negros” suyos[1]…), pero no pasa nada, porque también Asimov era bastante policiaco, rama C.S.I o policía científica, digamos, incluso en sus cuentos más tecnófilos de recopilaciones como Yo, robot o en Estoy en Puertomarte sin Gilda, ese súmmum de la lectura gozosa y que porta un título tan hermoso. Ese mismo tipo de relato que funciona como un acertijo era muy del gusto también de vuestro amado Borges, que los componía a cuatro manos junto a su cómplice Bioy Casares bajo pseudónimo común (están bien, pero sin tirar cohetes, sus Seis problemas para Don Isidro Parodi, firmado por la unidad jánica y apócrifa autodenominada Honorio Justos Domecq). De hecho, el prestigioso escritor Kingsley Amis, nombrado Sir en 1995, en su ensayo El universo de la ciencia-ficción (New maps of hell. A survey of science fiction, en castellano en Editorial Ciencia Nueva, difícil de encontrar hoy en esta concreta edición, y no hay otra), ponía en una fecha tan temprana como 1960 ambos géneros en relación:  

En uno y otro la idea o intriga se impone a la caracterización del personaje, y tanto la moderna ciencia ficción como la novela policiaca, excepto alguna perteneciente al género llamado de “suspense”, proponen esta intriga al lector como un enigma a resolver. No es una pura coincidencia -como iba a serlo- que desde Poe a Frédric Brown, pasando por Conan Doyle, el escritor de un género esté siempre relacionado en algún modo con el otro (pg. 29).  

Hoy, cuando hasta el mismísimo Galactus ha tenido que volverse a casa a por la mascarilla antes de devorar nuestro planeta (conforme al chiste de un amigo de mi hijo jugando al Fortnite), estamos totalmente hechos a la ciencia-ficción. Nos parece incluso un subgénero de la politología, o de la prospectiva, más que del molde policiaco. Como creemos vivir en el límite mismo, en el agudísimo filo, de aquello de lo que hablaban los viejos maestros de la anticipación, pero que ninguno de ellos supo ver con claridad (excepto, posiblemente, los Starship troopers de Robert A. Heinlein), damos por sentado que todas las catástrofes, todas las revoluciones, todas las pesadillas y todas las alucinaciones van a tener lugar a la vuelta de la esquina, y preanunciadas por la almohadilla de su correspondiente hashtag. Y además es que es en gran medida cierto, pero no siempre fue así, y hubo una etapa en la que, como recuerda Amis  

En lo que se refiere a la aparición de los escritores serios, no se me ocurre más que constatar que si en 1930, para escribir ciencia ficción hacía falta ser un chalado, incapaz de cualquier otra cosa, en 1940, por el contrario, uno podía considerarse un joven normal que estrenaba una carrera, en el sentido de que se pertenecía a una generación nacida cuando la ciencia ficción no existía (pg. 43). 

Pero luego llegó el cine. Para el cine, más que para la novelística, la ciencia-ficción es una mina –y si alguien piensa en Star Wars, que nos diga dónde está la ciencia-ficción en la interminable saga[2]. He visto algunas películas recientes, y debo decir que no están nada mal. Gravity está bien, con esa tremenda escena final (y pese a que Alfonso Cuarón en general me parece un timo). Las crónicas de Riddick tampoco están mal, especialmente la primera de ellas, que es realmente estupenda. Sunshine es una película de 2007 bien barata y sin demasiadas pretensiones que en algunos momentos estremece, aunque sólo sea por lo colosal de su objetivo. De Coherence y Bajo la piel se puede decir casi lo mismo: grandísima eficacia y muy buen cine en proporción inversa al dinero invertido. Moon, la del hijo de David Bowie es, como alguna de Nacho Vigalondo, un homenaje oculto y más bien aburrido al divertidísimo primer relato de los Diarios de las estrellas de Stanislaw Lem. Passengers es todo cuerpazo de la Lawrence y nada más, que es lo mismo que se puede decir de Ghost in the Shell y Scarlett Johansson, sin querer con ello afirmar que eso sea poco, pero entiendo que no lo suficiente para cualesquiera públicos. Hijos de los hombres, de nuevo por culpa de Cuarón, trata de Clive Owen corriendo de un lado para otro, In time por lo menos parte de una premisa interesante, y de Interstellar o La llegada se ha hablado mucho y bien con razón[3]. Aniquilación, sin embargo, es horriblemente mala, es la respuesta encubierta del cine norteamericano al portentoso Stalker de Tarkovsky. Coges Stalker, le extirpas completamente el talento, le pones muchos fusiles, mucho dinero, muchos  monstruos, algo de drama de amor, género políticamente correcto y a La Zona la llamas “La Zona X”, y lo que te sale es esa basura intranscendente que es Aniquilación. La que es curiosa, por el contrario, es Ad astra (Ad astra per aspera, reza el épico adagio latino), con Brad Pitt, del año pasado. Por supuesto, un dineral; el ritmo, lento y grave como el pulso del protagonista; pero la conclusión más que curiosa. Es demasiado reciente como para que la destriparla, pero resulta que Hollywood ya no cree en la carrera espacial. El desenlace es absurdo, porque viene a decir algo así como que si un día sales a pedir sal al vecino y no está en casa, es que ya no queda nadie vivo en el planeta. Pero su moraleja sí que es muy sintomática de los que somos, del miedo que llevamos en el cuerpo. Dice así, y es totalmente actual, pese a que se rodase antes de la covid: quédate en casa, allá fuera no hay nada que merezca la pena, cierra la NASA y entrégate al amor…  

 Si yo tuviese que delimitar un criterio para juzgar una obra de ciencia-ficción o anticipación, como también se las llama -pero es que ya no nos anticipan, sino que más bien nos adivinan…- sería el siguiente: que ocurra lo que ocurra, sea más o menos rebuscado o ingenioso, futurista o ucrónico, que parezca que sucede en un mundo radicalmente distinto al nuestro, y eso es algo que a mi parecer logra mucho más la segunda de Riddick que todo George Lucas y epígonos, Ad astra o Gravity que esas pretenciosidades de Donnie Darko y Mr. Nobody, Blade runner frente a Días extraños, que no son tan extraños, la soledad de Atmósfera cero puesta al lado de la de Soy Leyenda, no digamos ya los cuatro rublos de Stalker comparados con los 10 millones y medio de la época que se pulió Kubrick con las mismísima 2001 Odisea del espacio, una década anterior y harto más lisérgica[4]. En este aspecto, Kinsley Amis se atrevía a aludir en los sesenta a  

(…) Un papel suplementario de la ciencia ficción en cuanto género literario: el papel de fórum, cuando no de pódium, en el que pueden confrontarse las diferentes opiniones acerca de lo que sucedería, caso de sobrevenir el hundimiento de nuestro sistema social. El autor que quisiese dar su opinión al respecto no podría recurrir a otro género que no fuese la ciencia ficción; poco adelantaría trasladándose a la época de la Peste Negra o a algún pueblo maldito del Oriente Medio. Este género de preocupaciones, repito, no es índice de ninguna cualidad moral o literaria superior, pero no me parece que ambas cosas sean independientes (pg. 127).  

Lo malo de la ciencia-ficción es que, cuando es mala, es mala a rabiar. Es un género muy arriesgado, porque la gente se puede terminar riendo de ti en vez de teletransportarse al futuro o a un universo alternativo -ese fue, por cierto, el temor de los productores de El planeta de los simios, que los disfraces de simio no resultasen ridículos[5]. La llamada “ciencia-ficción” (un nombre quizá ya obsoleto, y más válido para el subgénero de superhéroes, paradigmáticamente para Los cuatro fantásticos, puesto que acentúa el poder taumatúrgico, mágico, de la ciencia), o literatura de anticipación, vive en la constante ambición de sobrepasar el ámbito de la “experiencia posible”, ese que cree describir la filosofía, para soñar las experiencias-aún-por-hacer, de tal manera que define al hombre y al universo por lo que será, y no por lo que es o por lo que fue. Tal vez por eso es un género exclusivamente occidental, nacido de la ideología del progreso indefinido pero que rápidamente ha girado hacia la crítica de éste –postulando un progreso en negativo, donde en muchos casos la tecnología deriva en opresión y miseria. Cuando esta literatura o este cine es capaz, no de prolongar el presente vaticinando su previsible porvenir, sino de imaginar un futuro enteramente distinto del mundo tal y como lo conocemos, entonces realiza una tarea no pequeña para el arte: contrastar nuestros prejuicios con los de un mundo totalmente “otro” del que habitamos, de modo que comprobemos, como en una suerte de experimento mental, qué constantes de la existencia conocida resisten la prueba y cuáles no, si es que permanece alguna… De ahí que también Kingsley Amis afirme que pese a todo lo que se ha dicho sobre el asunto, el papel de la ciencia ficción como fuerza educativa está todavía gravemente subestimado (pg. 93). Sería este, acaso, un papel intempestivo, en el lenguaje de Nietzsche, justamente en el preciso sentido de aquello que está “fuera de” el tiempo presente al tiempo que está “más allá de” e incluso “contra” el tiempo presente, siendo este “tiempo presente” precisamente el único sobre el que la crítica “intempestiva” debe y puede aplicarse, es decir, que la “inactualidad” -que es otra de las traducciones, menos afortunada quizás, del vocablo usado por Nietzsche-, no aboga por ninguna utopía pasada o futura, sino que representa un punto de vista diverso y sobre todo transversal sobre dicho presente. 

Tal función, que es la que le toca desempeñar a la anticipación hoy más que nunca, creo que en realidad es ya ubicua y omnipresente, y que la encontramos en todas partes como una presión a la vez que como una incertidumbre, incluso en los titulares de la prensa (también en su aspecto más chusco: ayer Tony Leblanc lanzó un satélite español muy caro que se perdió en la negrura…) Pero de eso hablaremos en otra ocasión, que V. me espera para ponderar al gran King del Burger King y reconocer algo avergonzado que la verdad es que el viejo y sabio Asimov en comparación no le pone tanto…  


[1]Yo leí El resplandor con quince años, solitario en una caravana o roulotte bajo la noche estrellada de un camping francés, y confieso que me cagué de miedo cuando los setos del parque cambiaban de forma en un abrir y cerrar de ojos, una escena que Kubrick no recogió. Volví al best-sellerer, si es que se puede decir así, 25 años después, en una en la que los alienígenas colonizan los estómagos de unos rednecks muy rudos que están de acampada en la montaña. Como el procedimiento para nacer de los bebés Alien es universalmente conocido, Mr. King no tuvo más remedio que escoger el momento del excusado para la toma de tierra de los bichos. De aguas mayores va la cosa, pero o bien entre lo uno y lo otro el escritor se ha decantado por la cantidad en vez de la calidad, o es que ya no es él, que nos lo han cambiado por una versión defecada de sí mismo…  

[2] Tal vez sea en las naves espaciales de space-opera, o en las armas láser, o en las criaturas de peluche, vaya usted a saber: El emporio galactico/ (de las últimas, la única no tan bochornosa en mi opinión es la de la juventud de Han Solo, pero no por Han Solo, sino por la ambientación, el villano y un magnífico Woody Harrelson). 

[3]Divagaciones-sobre la llegada el lenguaje y el tiempo. Interstellar los-agujeros de christopher nolan.           

[4]Pero la que consigue con mayor nitidez esa sensación de “otro mundo” no únicamente distinto del nuestro, sino incluso más inteligente y evolucionado, es a mi juicio la mencionada Dune, que pronto volverá a estar de moda gracias a Denis Villeneuve (si es que consigue diferenciarse en algo de David Lynch). Y es políticamente muy extraño, porque Frank Herbert es norteamericano, y sin embargo concibió Dune en los sesenta casi como una reivindicación del mundo árabe -los Fremen, su religión y su especia son claramente los beduinos, el Islam en su versión rigurosa y el petróleo, aunque el petróleo no coloque…-, o es que Paul Atreides es el Lawrence de Arabia occidental que los seduce y capitanea, no sé muy bien… 

[5]Que es lo que ha ocurrido con las adaptaciones de Lovecraft, alguna española, o lo que pasaría llevando a Asimov al cine: esos “cerebros positrónicos”, esos “cañones de protones”, esas “velocidades sub-lumínicas”, etc. Lo que yo prefería de todo eran los cowboys galácticos, esos tipos que iban solipandis en una nave cumpliendo una misión junto con su sofisticado superordenador, desconocedores de que Asimov les había enredado en un embrollo cósmico-político-robótico. Era todo encantador y riguroso a la vez, me parecía muy vintage, cuando aún no existía la palabra, porque el propio Trantor era muy años cincuenta-sesenta americanos del hipotético futuro (Isaac Asimov era él mismo años cincuenta-sesenta hasta en su trato con las mujeres, no tan macho dominador como en Mad Men pero si galanteándolas constantemente…)  

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