Conocí “Los idus de marzo”, la magnífica novela de Thorton Wilder, por un artículo de García Márquez en el que afirmaba que desde que la descubrió la leía cada año, para no olvidar algunas verdades esenciales de la vida. Ignoro si eso sería verdad pero sí lo ha sido que yo he vuelto a menudo a este libro, a lo largo de los años, porque conecta con algunas cuestiones intemporales de la condición humana y también con ciertos códigos culturales para posicionarse frente a ellas o navegarlas mejor. El poder, el amor, la amistad, la incertidumbre, el conflicto permanente e inevitable que acompaña a la vida humana, el riesgo, la fragilidad, el heroísmo de atreverse a vivir con libertad a pesar de todo. También la música de las palabras que silenciosamente van creando un ritmo que apacigua, que distancia sin eliminar la emoción, que invita a pensar con elegancia. De pronto nos metemos en la Roma de Cesar, en sus reflexiones más íntimas, en la sentimentalidad de Catulo y Clodia, en las ambivalencias de Cicerón y sobre todo en el difícil camino de la sabiduría, donde no solo basta con escuchar a los maestros o leer libros y hay de continuo paradojas…
“En la vida, el primero y el último maestro es el vivir mismo, con riesgos y sin reservas. Aristóteles y Platón tienen mucho que decir a los hombres que saben esto. Pero a quienes se han impuesto precauciones y se han petrificado en un sistema de ideas, hasta los mismos maestros los inducirán a error. Bruto y Catón repiten: “libertad, libertad” y solo viven para imponer a los otros esa libertad que no saben procurarse a sí mismos. Son hombres graves y sin alegría que gritan a sus vecinos: “sed alegres como nosotros, libres como nosotros.”