El estilo de comunicación es la banda sonora de la vida, lo que define las emociones con las que nos deslizamos por ella, el sabor que nos deja nuestro paso por el tiempo, quizá los gestos que delimitan nuestro rostro o nuestra manera de vivir: que siempre es algo que tiene que ver con lo que esperamos de los otros.
Comunicarse adecuadamente es sobre todo sintonizar. Emitir mensajes y recibir respuestas que nos aseguren que somos entendidos, que el otro o los otros nos reconocen porque nosotros también los conocemos. Porque compartimos códigos y confianza.
La dinámica de comunicación siempre está determinada por el que nos escucha y nos responde. Forma bucles que nos llevan por un camino o por otros, que hacen emerger facetas distintas de nosotros mismos, que literalmente nos trasforman en todos los que podemos ser. También en los peores.
El mejor escenario de la vida, la mañana más luminosa donde todo está aparentemente a salvo, puede estar amenazada por la ruina del silencio o las palabras de dos personas que hablan o callan para no entenderse, mientras los va conquistando una angustia muy amarga. Un país entero puede llenarse de ruido, de gritos, de discursos sin sentido que sólo crean confusión y corroen la esperanza. El diálogo interior de un individuo puede ser un una vía muerta que lleve a ninguna parte.
Recuerdo a Watzlawick estos días mientras, a veces, me falta el aire cuando leo el periódico, o entro en cualquier casa con una televisión vociferante encendida todo el día o escucho conversaciones irritadas en los bares. La comunicación es frágil y puede ser manipulada técnicamente, conscientemente, hacia la desinformación, quizá más fácilmente cuantos más sofisticados canales de comunicación tenemos. Como sí la barbarie emergiera fácilmente en medio de Facebook o Twitter que a veces solo parecen servir para reproducir el viejo control por el escándalo o la peor crueldad del patio del colegio.
Quizá por eso, algunas tardes hay que decidir no amargarse la vida, agarrarse al ritmo de un saxo muy suave que va ascendiendo y revolotea como el humo de la pipa que huele tan bien y que transporta a otro mundo más habitable y que es posible, que también ha sido posible muchas veces. Sólo hay que sintonizar de nuevo, tener una cierta actitud, saber algunas cosas y dejarse transportar por la música. Pasar del ruido a la melodía y disfrutar de todas las puertas que de pronto se abren.