Yendo al cine para ver “Ant-Man”

 

Si en vez de un “hombre-hormiga” estuviésemos ante el “hombre-cucaracha” o el “hombre-escarabajo” (eso no ha quedado nunca del todo claro en la Historia de la Literatura del s. XX), entonces esta película estaría guionizada por Franz Kafka y habría que acudir a verla armado de un insecticida potente en un mano y de una crítica sesuda de Carlos Boyero en la otra. Casualmente, el relato kafkiano por antonomasia cumplió cien años este 2015, y ha sufrido adaptaciones de todo tipo, incluso para el cómic de mano nada menos que de Robert Crumb, pero, claro, nunca en el cine. Y no será por falta de recursos en lo que se refiere a efectos especiales… parece que la factoría Marvel decidió ya hace unos años que la industria del engaño visual ya estaba lo suficientemente desarrollada como para recuperar a los superhéroes para la gran pantalla, y desde entonces nos fríen cada poco tiempo con nuevas producciones de los chicos de la mallas de colores. El asunto va para largo, porque cada película prepara las siguientes, y en esta en particular, por ejemplo, se presentan hasta tres personajes inéditos que pasaran a engrosar la cabecera de Los Vengadores, aunque parezca mentira una de las franquicias más taquilleras de la historia universal del cine…

 

 

Pero como no es así, como Kafka no ha tenido nada que ver, el señor Boyero se ahorrará su comentario y podemos ver Ant-Man con ambas manos cargadas con espráis insecticidas, como un Cristo con dos pistolas. Ant-Man no llegará nunca a película de culto, pero al menos es un producto -y utilizo la palabra “producto” enteramente aposta- de entretenimiento digno, dadas las circunstancias. Porque las circunstancias son duras, a priori: un tipo que va ataviado de hormiga, cuyos auxiliares son hormigas y cuyo superpoder es dar un poco de asquito para a continuación desaparecer de la pantalla ante los ojos del espectador… Pese a todo, como los responsables de la cinta son conscientes del bochorno que suponen tales premisas narrativas, hacen lo posible por mitigarlas y nos ofrecen un espectáculo si no interesante, al menos pasable. La presencia de Michael Douglas contribuye a este resultado, y el hecho de que se insinúe en imágenes algo así como un “mundo cuántico” cuyas leyes desafían toda comprensión también ayuda (recuerda, por cierto, las dos viejas novelas de Viaje alucinante de Isaac Asimov, que no eran nada malas, donde la protagonista era también la miniaturización de seres humanos). Además, la película contiene guiños hacia el público latino residente en Estados Unidos y algún montaje al estilo de Ocean´s Eleven, de manera que se matan varios pájaros de un tiro -o bichos de una rociada- haciendo el visionado algo más rico y atractivo. La escena, por ejemplo, en la que el héroe encoge por primera vez en una bañera sucia de una especie de zulo pobre en que cohabitan algunos personajes me parece realmente acertada. Y la idea de oponer el empresario malo al empresario bueno, el primero de ellos interesado en el lucrativo comercio de armas, aunque ya estaba en la saga de Iron Man, aporta cierto nivel intelectual que espabila al consumidor adolescente acerca del verdadero funcionamiento del mundo real.

 

 

En general, estas ficciones tienen como verdadero protagonista la tecnología, como he mencionado para el caso de Asimov. Se trata de explorar, aun de un modo disparatado y en servicio de la acción, las posibilidades que asoman en el futuro del uso indiscriminado de tecnologías cada vez más avanzadas y poderosas. Ya a casi nadie se le ocurre que las aplicaciones tecnológicas del mañana vayan a tener aspecto benéficos, y siempre se plantean como amenazas que el héroe debe “privatizar” para su uso exclusivo si lo que quiere es salvar a la humanidad. El género “tecnológico”, por así llamarlo, procede, si no me equivoco, en la forma que ahora lo conocemos, del novelista científico Michael Crichton, y da lugar a relatos muy eficaces desde el punto de vista narrativo, y agudamente actuales, también. Ese factor de actualidad, que está ausente en otros géneros cinematográficos y que afecta también a las costumbres y el habla de los personajes, merece mucho la pena, en mi opinión. Ant-Man no posee tanta calidad ni tanto bagaje como las elucubraciones de Crichton, pero logra aportar al género tecnológico alguna que otra imagen ingeniosa. Si usted tiene niños entre los 8 y los 15 años, no perderá del todo el tiempo yendo a verla con ellos. Pero no olvide los insecticidas…

 

 

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