Aristocles IV: ¡Fuga de Siracusa!

Para Israel S., guerrero del conocimiento…

Aislado de mi gente en lo que parece ser una villa de recreo en Siracusa, Sicilia, las noticias  provenientes de Grecia me resultan cada día más inquietantes, cuando poco. El país atraviesa su sexto año consecutivo de extrema penuria, ciudadanos excelentemente cualificados se ven viviendo en la calle en cuestión de meses, estallan las protestas todos los días desde cualesquiera sectores profesionales, suben los impuestos como la proverbial espuma, muchos hogares se quedan sin electricidad, las familias carecen de seguridad social, el oro de la Calcídica es explotado por extranjeros sin beneficio alguno para las arcas públicas… Arquitas de Tarento, pitagórico oficial al servicio del capo (anotación: el think tank de Pitágoras está llegando muy lejos, hay que profundizar más en él), me añade los datos de que uno de cada tres compatriotas no tiene trabajo, de que el 15% de los parados carece de forma alguna de subsidio, de que el salario medio en términos reales será al final del año el 26% del que era hace cuatro años… Los griegos ya no “hablan del tiempo” cuando se encuentran en el ascensor, hay preocupaciones mayores que les mantienen mudos y circunspectos. Considero charlar acerca del tiempo meteorológico, pese a su mala prensa entre los pedantes, como un signo del mínimo material exigible para subsistir en el mundo sensible, porque significa que otras necesidades más imperiosas han sido cubiertas ¿Es que nadie va a cuidar por el destino de la Hélade? ¿Para cuándo un Lord Byron que venga desde fuera a luchar por nosotros…?

Esta era la marcha de mis pensamientos cuando llegué a Italia y a Sicilia por vez primera. Entonces esa vida llamada allí feliz, llenada por esos perpetuos banquetes italianos y siracusanos, me desagradó en absoluto: atracarse de comida dos veces al día, nunca acostarse solo por la noche y todo lo que acompaña a esta clase de existencia. Con semejantes costumbres no hay ningún hombre bajo la capa del cielo que, viviendo esta vida desde su niñez, pueda llegar a ser sensato (¿qué naturaleza podría haber tan maravillosamente equilibrada?), y a adquirir jamás la sabiduría, y lo mismo diré de todas las demás virtudes[1]. Berlusconi, Silvio, il capo, negaba tajantemente tener nada que ver con todo esto, pero mi fiel Dión, otrora su lugarteniente y ahora mi confidente, insinuaba lo contrario. Dión… yo le llamo, en mi fuero interno, “la proporción aurea”, porque nada hay en su cuerpo que no responda a tal divina medida. Precisamente él, dorado efebo, interrumpe mis meditaciones para comunicarme que ha llegado la hora de nuestros melancólicos paseos vespertinos allá donde rompen las olas, justo a la hora de anochecer, crepúsculos sicilianos de rosados dedos…

-Te digo, Aris, que Silvio mira por sus intereses particulares, que nadie cambia, y que el día menos pensado te dará la patada y entonces yo seré capaz de todo, nada podrá detener mi locura…

-Cálmate, muchacho, subestimas a la Filosofía. Todos necesitamos un ejemplo vivo, créeme. Il capo, como decís, ha vivido en el error, pero el último disgusto político le ha servido de catarsis.

-No, Aris, no. Es al revés: a alguién como él, acostumbrado a estar arriba, a mandar, un revolcón en su posición sólo le sirve de acicate para confimar sus prejuicios. Piensa que sus electores sólo son estúpidos movidos por sus apetitos, y en su ira aún los desprecia todavía más, máxime cuando él no es muy diferente de ellos. He trabajado para él algún tiempo, y temo lo peor…

-Bueno, confía en mí. Si te tranquiliza, lo investigaremos, pero ahora sigamos caminando…

Tengo la convicción de que la filosofía no es posible, como proyecto integral de reforma, sin amigos, aliados, colaboradores, así que, a instancias de Dión, y cautivo de mi promesa, nos convertimos en la sombra de Berlusconi, de sus idas y venidas, de sus sonrisas y su malos humores, espías del supuesto rey arrepentido, hasta que, en un momento de intuición, en medio mismo de nuestras lecciones, hago notar a Il Cavaliere, espoleado por esa recién adquirida suspicacia, mi extrañeza porque que una luz roja permanezca siempre encendida en su ordenador (tintado, claro, con la bandera italiana), en el curso de todas estas clases que se cuentan al presente por semanas. Mi italiano es ya más fluido, de manera que le entiendo casi con total claridad cuando responde:

-Bene, no quería decírtelo, mi maestro, ¡mio salvatore!, mio amico, pero somos grabados para vario canale de la televisone para que il popolo pueda comprobar mis progresos, la mía mejora personale, sempere bajo tu supervisione, ¿capisci? Tu sei il vero protagonisti, jajajajajajaajjaja.

-Pero… pero… yo no soy un monstruo de feria, no quiero salir bajo ningun concepto en los medios. Los medios son nuestro enemigo, Silvio, el enemigo de la Verdad, ¡te lo he dicho más de mil veces! Las imágenes, aún acompañadas de sonido, son mudas, ciegas, sordas, bobas, tontas…

-¡Ma certamente! Pero, ¿qué es un político sin popularidad, sin el amore, incluso el odio, de la gente? ¿Qué quieres, que me acueste en mi fortuna, que me duerma en mis millones, esperando la muerte? Un uomo como yo, un vero uomo, no un vulgari maricone como tu o como ese traditore de Dión -que tu credi que no estoy enterato-, va más allá, trascendiere, impera, penetra, llena, ¡colma!

-¿Ah, sí? Pues trata de trascendiere esto…

Una técnica básica de lucha grecorromana, la Media/Nelson, inmoviliza al ex-presidente delante de millares de espectadores que suponían gratuitamente que un idealista ha de ser necesariamente un flojo, existiendo como aún existen gimnasios en nuestra declinante Atenas. Sé que me la estoy jugando, sé que me gano con ello un adversario mortal, dueño como es de las televisiones que maneja, un hipócrita sumamente peligroso, un viejo ignorante sin remedio. Silvio gime bajo mi abrazo, como gime entre sus púberes chiquillas, que ya he estado soportando demasiado tiempo, y de un golpe le devuelvo a esa inconsciencia sistémica a la que pertenece, de la que es, por méritos propios, su más conspicuo y poderoso paladín en todas las pantallas del planeta.

Los acontecimientos se precipitan. Encuentro a Dión sumido entre papeles, le explico la situación y corremos hacia el embarcadero. Una lancha motora, en cuya popa ondea una bandera italiana, nos recibe hospitalaria. Arranco con decisión el motor y mi amante me mira estupefacto.

-¿De qué te sorprendes? Como solía decir Sócrates, esta es ya mi segunda navegación….

Dión desamarra perplejo y yo enciendo la radio del fueraborda. Suena un temita de moda…

Oh, oh-oh I got a love that keeps me waiting.
I’m a lonely boy, I’m a lonely boy….

-¿Qué es esto, Aris? ¿La música rock no es, según tus enseñanzas, una pasión triste, una falta de dominio sobre los impulsos, una ocasión más de sometimiento al capital omnímodo, a las pulsiones carnales, a la mímesis de la mímesis, un odioso anestésico, un engaño para las masas…?

-Ah, mio caro Dión, como decía nuestro caído amo, tu no capisci la humani natura…

No queda mucho más que decirse. Le expresó al chico, con dulces palabras, mi miedo por su inmediato futuro, ahora que el viejo, il capo di tutti capi, sabe de su desafección a su innoble causa.

-Ah, por eso no sufras: te oculté que es mi cuñado, le conviene perdonar…

Bene. Tras estas últimas revelaciones, previsibles por otra parte desde el punto de vista de una moral caduca, sólo puedo estar seguro de que me espera un viaje largo, tan largo que es realmente imposible, a millas de distancia de la tiranía, de vuelta finalmente a Ítaca… quiero decir, a Atenas, y con mucho que pensar, mucho que recapacitar: esto no es un fracaso, es una maduración, hacen falta amigos, aliados, la sabiduría está por hacer, el mundo por transformar… Ruuuuuuummmmm…

 


[1] Las últimas tres frases pertenecen a la Carta VII, 326a-c, un texto que todavía hoy no se sabe si es auténtico.

 

*Para disfrutar la serie completa, aquí están todos los capítulos, I, II y III

 

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