Aristocles el ateniense, III: The Berlusconi Connection

Me ayudan a embarcar en el jet privado, lo cual me hace sentir un tanto extraño. Nos dirigimos a la villa secreta de “Silvio”: aquí todo el mundo le llama “Silvio”. Sobre todo las dos chicas semidesnudas que me ofrecen un piscolabis para el vuelo, extremadamente jóvenes ambas, y que se refieren a él constantemente entre risas sofocadas. Lo rechazo cortésmente. Cuando yo tenía su edad aún me chupaba el dedo, es cierto, pero tiempo después mis ilusiones y mi fe me llevaron de escrito en escrito hasta encontrar mi estilo y mis Ideas, y no hace mucho finalice la redacción de lo que creo una convivencia política justa para Atenas conforme a lo que entendí que hubieran sido las convicciones de Sócrates de haberlas podido pensar a fondo. Quizá me extralimité, no lo niego, pero lo cierto es que mis conceptos llegaron lejos, incluso más allá de Grecia, de ahí que me vea ahora rumbo a la mansión del que es, en la práctica, el dueño virtual de toda Italia (yo ya había estado en Italia, pero eso ya lo contaré en otro momento). Aunque tal condición es, sin duda, repugnante, las potencialidades de este encuentro son inmensas. De atraer a Il Cavaliere del lado de la Verdad, ello supondría poner una poderosa fortuna e influencia de parte de la causa de la Hélade y de toda la humanidad, y el dios sabe que lo necesitamos. Pero no será fácil: todavía la pasada semana el magnate elogiaba ante la prensa algunas cualidades de Mussolini a fin de conquistar el apoyo de la ultraderecha. No obstante, ha sido él quien me ha llamado, seguramente arrepentido de sus recaídas y deseoso de reformarse y enderezar su vida…

Aterrizamos y es Berlusconi en persona quien viene a recibirme con los brazos abiertos:

-¡Signore Platoni, benvenuto, mi piace! ¡Groñaquigroñaquigroña! ¡Jajajajajajjajaaja!

-¿Mande?

-¡Le saludaba en griego, su idioma! ¡Jaajajajajajaja! ¿No ha visto el anuncio de televisione?

-Esto… no, la verdad, sólo veo la CNN, Al jazeera, y algunos programas culturales de La 2.

-¡Allora! ¡Pues no sabe lo que se pierde, mio amico! Veramente, io tengo una o due televisione… canali ¿non so? Ma veni, veni con me, per favore, signore Platoni, el almuerzo, y, lo que es meiore, las bellas signorinas, están esperando, ¡Jajajajajajajjaja!…

-Muy bien, pero llámeme Aristocles, que “Platón” no es más que un nom de plume…

-¿Mandi?

Comemos copiosamente en el porche junto a un lujurioso jardín servidos por estas doncellas que parecen rodearle allá donde vaya. Elogia profusamente mi obra, me expone que su deseo es recuperar por los medios rectos y honestos que yo le he inspirado la presidencia del país “frente a ese stronzo di merda de Mario Monti, si mi excusi” y, al terminar, sintiéndome bastante hinchado y un punto embriagado, pido permiso para retirarme a descansar un rato a la habitación que me haya sido asignada. Como cabía esperar visto lo visto, la suite es digna del hotel más caro del mundo, dotada de chimenea, un triclinio con dosel, sábanas de seda, lámparas de araña, servicio de café y té, inodoros con chorrito, una pantalla gigante última generación y tapices cubriendo las paredes con motivos pastoriles. Me dispongo a desvestirme para dar cuenta mental de tanta comodidad banal cuando, de improviso, oigo un curioso y suave sonido salir tras de una pared:

Cu-cú…

¡¿?! Y, al poco, se repite:

-Cu-cúuuu…

Entonces, una pierna bien torneada asoma entre los pliegues de un tapiz, y pronto es seguida de manera lenta e insinuante del cuerpo completo de una mulata claramente menor de edad y ataviada exclusivamente con un ridículo tanga tintado con los tres colores de la bandera italiana . Rápidamente, con un movimiento reflejo producto del espanto, cojo el atizador de la chimenea todavía al rojo y lo enarbolo hacia la putana responsable de mi comprensible enojo:

 -¡Aparta, criatura del demonio! ¡Aparta, o juro que te ensarto con la punta de este estilete!

Ella chilla y Berlusconi irrumpe alarmado, hasta que, de un vistazo, comprende la situación.

 -¡Ah, veramente, tu sei come Tomasso de Aquino, egregio Santo italiano! ¡Aquí-no, aquí-no, aquí-no-hay-quién-viva! ¡Jajajajajaajaja! ¡Signore Platoni: tutto pudore, virtude e inteligentia, ma niente de corpore, va bene! ¡Bravo, bravo, bravíssimo! ¡Jajajajajajajaja!

-Aristocles, por favor…- replico jadeando.

Repuesto de la sorpresa, Silvio me explica que no ha sido más que un desgraciado malentendido, y que la pobre chica, seguramente, le esperaba a él, pero no termina de convencerme del todo. En la cena, otra comilona como para saciar al más tragón, abundancia de bebidas espirituosas y ragazze a discreción. Luces indirectas situadas estratégicamente en las palmeras iluminan la piscina de remembranza romana. Echados en una tumbona tintada con los colores de la bandera italiana, aprovecho para exhortar a Silvio de que una vida casta, con una jornada repleta de estudios, deberes y ejercicios gimnásticos, es el régimen indicado para un futuro prócer de la patria investido de sindéresis y sentido de Estado, pero el cansancio acumulado, las emociones del día y las muchas libaciones a que me obligan sus cortesanas rellenando una y otra vez mi crátera, enturbian mi juicio. Sin embargo, él parece asentir, entusiasmado, y, por fin, sacando fuerzas de flaqueza, pero todavía recelando de ulteriores sustos, me voy a acostar.

La noche trascurre tranquila, pero, al rayar el alba, me despierta un jaleo terrible. Salgo de la cama, corro las cortinas de la ventana y veo a Berlusconi exhibirse en la puerta de la mansión ante un centenar de fotógrafos y periodistas ataviado de chándal, gafas de leer y lujosas ediciones de mis diálogos bajo el brazo. Levanta la mirada y me llama. ¡Andiamo, andiamo! El photocall al aire libre nos mantiene entretenidos cerca de una hora, pasada la cual le muestro mi disconformidad con tal circo indigno y absurdo, que nos hace perder un tiempo valiosísimo; él me palmea la espalda (una espalda ancha, por cierto, como dicta mi apodo) y responde, misterioso…

-Ah, amico Platoni, tu no capisci la humani natura, ¡Jajajajajajaaja!

-Aristocles, si no te importa…

El caso es que termina por obedecerme, y durante las semanas siguientes lleva una existencia frugal, discute conmigo, cultiva su mente y cumple con todas mis recomendaciones a pies juntillas, por lo menos hasta donde yo sé. Las muchachas desaparecen sustituidas por austeros criados con librea, y una mañana me presenta a su brazo derecho, un tal Dión, un mozo joven y bien proporcionado al que debo, según su jefe, la suerte de nuestro trato. A partir de entonces, al ponerse el sol, Dión y yo paseamos por el jardín hasta llegar a la playa, y allí nuestras conversaciones suspenden el tiempo mientras paseamos lánguidamente por la orilla del mar. Es un muchacho despabilado, en nada parecido al relapso de su patrone, que conoce mis doctrinas como si las hubiera concebido él mismo. Los días pasan volando, y la vida me sonríe, o, por mejor decir, sonríe a la filosofía, que se halla cerca de cumplir su sueño de convertir a un filósofo en rey o, cuando menos, a un rey en filósofo, para salvación del mundo. Berlusconi, tan disciplinado y discreto que casi no parece él, en ocasiones pierde los nervios, pero yo sé atajarle con tres simples palabras:

-Platoni, per favore…

 

*Para disfrutar la serie completa, aquí están todos los capítulos, I, II y IV

 

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