Bajo un fulgor albo y cuadrado… (crafteando en Minecraft)

Apartarme de los ruidos que escuchábamos ayer…

Perderme en el olvido… solitario;

y echaré por tierra todo un mundo reaaaaal

-desde tiempos de Eva- en un pozo sin fooooooondo

Fuente Esperanza, Héroes del silencio

Minecraft no es un videojuego cualquiera, a la manera de porquerías como el Street Fighter o el Grand Teft Auto y precedentes y descendientes más o menos básicos y ultraviolentos. Tiene su dialecto propio -oigo mucho a mis hijos, por ejemplo, el término “kraftear (lo siento, a mi me suena en alemán, con “k”)-; los jugadores pueden pasarse días diseñando en su mundo particular, que es casi ilimitado y está por definir, sin tener que entrar en batalla alguna ni relacionarse con nadie más -modo “creativo” en vez de “supervivencia” o “pvp”-; la textura de los dichos mundos no disimula su factura irreal, sino que la destaca (los famosos “bloques”: aquí la inmersión completa en el juego es y será siempre imposible); el final consiste en un largo discurso filosófico algo hermético -de la tradición hermética, quiero decir- pero no obstante fermoso y esperanzador; puedes llenar el prado de vacas y otros pacíficos animales de granja así como el cielo de alegres loros de vistosos colores; y lo mejor de todo, en mi opinión, el gran detalle que redondea la idiosincrasia del juego, nunca peor dicho, el sello que caracteriza como una firma a sus habilidosos creadores[1], que es que el Sol está ahí arriba, presidiéndolo todo como el monarca eidético y único que soñó Platón, pero siendo extrañamente blanco y cuadrado[2]… Hay otros videojuegos, literalmente miles, que plantean retos de largo alcance en los que podría enfrascarse un adulto durante meses, juegos de economía compleja de una hipotética urbe moderna, o de urbanismo concienzudo de la misma, o de sofisticadas relaciones sociales como Los Sims o Second Life, incluso, supongo, muchos más clandestinos que se pretenderán pornográficos (pero para eso ya está la célebre red social donde exhibir carne a cambio de dinero, OnlyFans…), la diferencia está en que ninguno de esos posee un sol cuadrado ni gustaría a los preadolescentes corrientes. Quizá por eso Minecraft, dicen algunos, es el videojuego más vendido del mundo, pero supongo que eso va por casas, y que cada una dirá lo mismo de su producto estrella en el mercado, ese mercado analógico nuestro que tiene al fake como moneda corriente…

La Física del Minecraft no es, dice mi hijo mayor, muy seria. Grandes plataformas macizas quedan flotando en el aire, los cursos de agua parecen estáticos y los personajes pueden volar. A cambio, la tierra vuelve a ser feraz y dar al hombre todo lo que necesita, tanto en el orden de las materias primas altamente diversificadas, del alimento o de las herramientas, como en el orden de los seres vivos más o menos tontos, peligrosos o esclavizables –se puede ser, me dice mi otro hijo varón[3], muy mala persona con los aldeanos en el Minecraft, siendo perfectamente posible explotarlos laboralmente o reducirlos a cautiverio permanente. Este mundo cuadrangular, además, tiene un Submundo o Inframundo-asimismo cuadrangular- como el de los antiguos griegos, y a él, como al Hades o al Olimpo arcaicos, se puede acceder por medios naturales y sin necesidad de morirse antes. Por supuesto, el juego te sugiere una misión épica, que tiene que ver con matar a una dragona y pasar un portal interdimensional, algo así de chorra, al estilo Conan, pero se puede uno mover perfectamente por ese entorno enteramente artificial y sui generis sin más tarea que la que quieras imponerte a ti mismo, tal y como sucede, por ejemplo, en un finde en el campo. En el Minecraft, desde luego, no puedes ver la televisión, no hay televisión porque dicen mis hijos que se trata de un mundo de inspiración medieval (ya digo que a mí me parece más la Era Hibórea del Conan de Robert E. Howard), pero tampoco en la mayor parte del campo que nos rodea en las metrópolis actuales puedes hacer una hoguera, a riesgo de multa verde de la verde Benemérita.

Bajo un fulgor albo y cuadrado, el Minecraft constituye lo que yo llamaría una “neurocultura”[4], dotada en el presente caso de una extensión y duración inusitadas, ya que el número de sus usuarios se cuenta por decenas de millones mensuales (en concreto, en abril de este 2021 durante ese único mes se metieron a cacharrearen el Minecraft tantas personas como toda la población de México junta, que no es un país precisamente infrapoblado) y el juego lleva ya 15 largos años de éxito más o menos incontestado, y la denomino así porque la cultura se nos ofrece hoy en este laberíntico aspecto: anti-trágica, fragmentada e insondablemente múltiple e interconectada, como las ramificaciones capilares de un sistema nervioso no especialmente enfermo ni neurótico. No me cabe duda de que todas las neuroculturas conocen enlaces, solapamientos y pliegues internos para consigo mismas y con otras neuroculturas, pero ese mapa ya no hay Mente Suprema -ni siquiera una futura y potente Inteligencia Artificial podría hacerlo, a mi juicio- ni pericia de un San Tim Berners-Lee que pueda cartografiarlo en su intrincado conjunto o al menos establecer el Código de Circulación que normalice y ponga orden y protocolo al tráfico de direcciones plurales que las recorren y atraviesan[5]. Ejemplos, como gotas en el mar:mangas japoneses que son spin-off de otros mangas previos, o cuyos personajes vuelven y toman un camino distinto; lo que creíamos Alta Cultura apareándose sin rebozo con lo que creíamos Ínfima Cultura, como sucedió hace unos días cuando leímos como Ferrán Adriá declaraba que le encantaban los bollycaos; frikis del cosplay a los que lo que más ilusión hace en la vida es ser durante un rato su personaje Marvel favorito; El capital de Karl Marx convertido por Alexander Kluge en una película de 570 minutos de duración (y por los japoneses, de nuevo, en un manga donde los hallazgos filosóficos se chillan en plan samurái desaforado); una legión de tiktoks que se citan unos a otros y que se replican interminablemente como las células de un cáncer descontrolado, y en los que cabe lo mismo una mini-coreografía tomada de Beyoncé que la parodia de una clase de matemáticas; nuevas hornadas sin fin de chicos/chicas que se postulan como youtubers sin haber siquiera sacado los estudios elementales, como en un intento de impartir al mundo un cursillo de cuáles puedan ser las prioridades estéticas y vitales de un ignorante cool; adolescentes que se quieren casar con un personaje de dibujos animados (y no hay que olvidar que las monjas se desposan con Cristo y hay hasta quien pasa por el altar con celebrities…); tutoriales de Youtube tan ricos y variados que hasta podrían enseñarte a enriquecer uranio-235; filtros de Instagram o Snapchat que podrían convertir tu cara en algo tan distinto y umheimlich que en los ochenta habría que haber contratado a H.R. Giger para conseguir algo similar; fans de novelas o cómics que continúan las tramas que les apasionan por su cuenta y riesgo sin recibir nada a cambio; personas cuya sexualidad es ya un mosaico tal que incluso no hacer nunca nada o erotizarse con la visión de una skin del Fornite podría ya contar a día de hoy con una categoría sexológica propia; plataformas como Apple TV que pretenden revivir con nostalgia la obra de Isaac Asimov o de Alan Moore imprimiéndoles un giro completamente ajeno al espíritu original; o, para terminar, y como ya ha ocurrido, espectáculos o producciones en las que comparecen en la flor de la vida actores, cómicos o cantantes de gran tirón mediático, ídolos tanto más queridos por el público como que hace ya unos años que están a dos metros bajo tierra…

Hoy, el que no genera contenidos es que comenta los contenidos generados por otros, generando a su vez un contenido distinto que puede ser considerado por el siguiente usuario como contenido netamente original. La cultura como el anhelado y perfecto milieu horizontal, mucho antes que en lo social, lo económico o lo político, donde Johann Sebastián Bach, Glenn Gould tocando a Bach, James Rodhes tocando a Gould, un meme de James Rodhes tocando algo, y una clase de instituto donde un profesor utiliza un Power-Point en el que casca ese meme[6] de James Rodhes pero cortando el piano se nivelan a los ojos del estudiante púber que está en su pupitre y que lo asimila o no, porque lo mismo en ese momento le está echando un vistazo a la serie Gambito de dama, donde se tematiza el venerable juego del ajedrez, o pinchando un canal en el que se seleccionan los videos más graciosos existentes sobre deportes de riesgo[7]. Todo ello casi gratis, o aparentemente gratis, porque Bach ya no cobra, Gould tampoco-y por idénticos motivos-, Rodhes necesita estar en el candelero a toda costa, la serie se puede piratear en un santiamén y el que monta los videos tan sólo busca un chorreo de likes[8]. Y todo ello también moviéndose a toda velocidad, como un reguero de pólvora, como una descarga neuronal repentina, de tal modo que si al día siguiente escuchas una frase característicamente hecha y particularmente retromonguer en el aula de un centro escolar español puedes asegurar en el acto que la misma frase está siendo repetida en todas las aulas del territorio nacional y parte de América Latina, formando un coro de cientos de millones de voces que haría temblar a las jerarquías celestiales –aquellas, por cierto, en las que habitaba Bach. En un panorama tal, semejante a un centro comercial actual, tan repleto de recursivas ofertas puntuales como arquitectónicamente rebuscado, en el que tan fácil es permanecer continuamente excitado como extraviarse completamente y no encontrar la salida jamás, Minecraft dispone, según me cuentan mis hijos, con el mapa más extenso y preciso de todo ese archipiélago abarrotado -ya es oficial: somos tan paganos y rendimos culto simultáneo a la misma cantidad de dioses, una miríada multicolor, que nuestros amables vecinos hindúes[9]…- que es ese trastero de huidos del mundo físico insoportable y picado de granos al que llaman “comunidad gamer”…

Otro mundo es posible, sí, como querían en Porto Alegre, mas resulta que ese mundo alternativo no era político ni religioso, sino que se “craftea” en una videoconsola o en una terminal de ordenador o en un iPhone mediante bloques que recuerdan a los de Lego. Otro mundo es, pues, construible, constructo, y no por genios de la poesía (yo amo los mundos sutiles, / ingrávidos y gentiles, / como pompas de jabón), sino por simples talentos nerds a tanto la hora alentados por una numerosa clientela de chavalada confinada. Unos de esos chavales decide una tarde que con 14 años va a redecorar Minecraft para hacer que los “biomas” -esto es: esos tipos climáticos que le reventaba aprenderse para un examen- y las edificaciones sean más bellas y resultonas y le salen auténticas virguerías de efímera existencia, formaciones compuestas de pixeles, que el ser humano olvidará porque jamás fueron archivadas, como se puede ver en un enlace en inglés que os he dejado por ahí. Nativo digital + Lego digital = Solaris digital[10]Otro chaval más normal, que hace 40 años se hubiera pateado el barrio pegando patadas a las latas para terminar por hacerle bullying a un escarabajo enchufa hoy el Minecraft en modo 2B2T y puede jugar con el servidor más ancestral del juego que le permite vagabundear por una comarca realmente inhóspita en la que toda arbitrariedad es bienvenida. Mis propios hijos me hicieron un mundo, como aprendices de brujo con pelusilla en el labio superior, y en poco menos de un rato disponía yo de una cascada, una estatua, una vivienda funcionalista con suelo de miel solidificada, un campo de voleibol con dos jugadores y un molino digno del pincel de Van Gogh. El Minecraft es “como hacerte tu propio mundo a mano, progresando tú mismo mientras lo haces”, y esta sentencia tan bien medida os juro que me la propinó mi hijo de diez años ayer antes de dormir a pregunta descuidada mía…

A mi todo esto, ni que decir tiene, me supera ampliamente, por no decir que me da terror, el terror propio de aquel al que han arrojado a avanzada edad a un futuro que se le escapa por completo. Por un lado pienso que videojuegos o simplemente experiencias como esta pueden ser el laboratorio de pruebas del prometido tanto como temido Meta-verso[11], esa región en la que todo lo visible se tornará inteligible como siempre han deseado los filósofos y el Rilke de las Elegías de Duíno, pero por otra me pregunto si un muchacho o muchacha de la zona rica del mundo levantando estructuras espectrales en Minecraft mientras que un muchacho o muchacha de Sierra Leona levantan chozas de adobe en el puto suelo de arena no es ya la consagración definitiva de la Brecha Digital, la humanidad partida en dos mitades irresolublemente escindidas. En un caso igual que en el otro, “no hay ningún lugar a donde ir, salvo la tribu” (Marta Peirano, El enemigo conoce el sistema, pág. 286). La tribu literal de los nativos de Sierra Leona, o la tribu on line de los participantes de un videojuego… Bajo la irradiación psuedoplatónica de un fulgor albo y cuadrado, ya no sé si estar en la realidad, “dentro” de ella, es, como creíamos, habitar el mundo, la naturaleza, la ciudad y hasta Internet, o si pronto va a ser al revés, y en cosa de veinte años conformarse con el mundo, la naturaleza o la ciudad no va a ser más que pudrirse en el “afuera” del Meta-verso o del Game –porque el Meta-verso absorbería tendencialmente todo el Game… Un lío. Enrique Bunbury era pesimista, allá por 1988, todavía sin haber visto la luz la red, y pensaba que echaríamos por tierra todo un mundo real -ese a que nos habíamos habituado desde tiempos de Adán y Eva-, arrojándolo por un oscuro pozo sin fondo. Pero supongo que la respuesta no va por ahí, ni tampoco por lo opuesto, por el Cielo a puntito de tomar tierra gracias a los ingentes beneficios que el Meta-verso producirá a sus promotores. La respuesta será muy Minecraft, no nos queda otra: habrá que aprender a “craftearla” sobre la marcha…


[1] Naturalmente, hace mucho ya que lo vendieron a Microsoft y de ellos nunca más se supo, pero son mencionados en el final casi como dioses, en términos parecidos a como la escuela pitagórica se refería al Maestro…

[2] Que es, si lo pensamos bien, la forma de las ubicuas pantallas. Es decir, como Black Mirror pero visto en positivo.

[3] A mi hija el rollo no le ha interesado lo más mínimo, pero conozco otras chicas de su edad a las que sí, no se crea.

[4] Personalmente, odio desde las vísceras y no me creo en absoluto el discurso reduccionista y charlatán de las neurociencias, basadas en la idea de que la mente, conciencia o cerebro es como una computadora, lo cual es como decir que los caballos son como los coches de antes, pero no logró encontrar una metáfora mejor y que encima suene igual de futurista y rompedora. Valga esta en nombre del estupendo Neuromante de William Gibson, que es ficción y no realidad…

[5] Sin embargo tal circulación tiene lugar sin más incidentes o accidentes que las ocasionales acusaciones de “apropiacionismo cultural” o derechos de autor y copyright, en las que, para ser sinceros, ya nadie cree (recuérdese en España el ridículo que ha hecho siempre Ramoncín con estas cosas), aunque sigan enriqueciendo a muchos. Este fenómeno, según el cual el tráfico de módulos culturales abiertos es incesante y aparentemente anárquico, pero vivible, asumible y no un caos, recuerda al tráfico vial de Nápoles -y otras ciudades no menos informales para estas cosas, algunas chinas, pero mucho menos conocidas-, y bien podría calificarse como la “napolitanización de la cultura digital global”… 

[6] En mi opinión, Richard Dawkins tuvo razón con lo del “meme” como esquirla de información cultural, pero no ni mucho menos para la biología, sino para la cibernética, así como Jacques Derrida tuvo también razón respecto de la Deconstrucción -todo signo remite a otro signo, no a un significado originario o referente nouménico-, pero no para la literatura o el pensamiento, sino para el entorno digital, para el Game como lo llama Baricco en su ensayo de 2019.

[7] O, sino horizontal, que describe una suerte de cinta de Moebius, de forma que lo que sube vuelve siempre a bajar y el entero proceso traza un infinito virtual en el que no hay saltos (cultura non facit saltus, por decirlo parafraseando a los grandes lumbreras del Barroco) ni discontinuidades. Y no añado ahora un “rizomático” porque ignoro lo que sea eso…

[8] Va otro ejemplo donde quizá se vea mejor cómo una imagen lleva a otra imagen, sin que en ningún momento se salga de la esfera de la neurocultura para poner pie en realidad alguna. Los westerns son un género cinematográfico y literario que apareció en sus dos vertientes prácticamente al mismo tiempo, dando enseguida lugar a adaptaciones televisivas como Tom Mix y a noveluchas como las de Lafuente Estefanía para dar paso después a las grandes y oceánicas películas de John Ford o Howard Hawks, que la crítica posterior considera arte. Estas inspiraron el spaghetti western de Sergio Leone, algo que comienza como pastiche intencionado pero que más tarde se convierte en todo un estilo aparte, lo que a su vez se transmuta en las películas italianas de tortazos en el Oeste de Bud Spencer y Terence Hill, los cuales portan un alias norteamericano. Hoy, conviven nuevas cintas del género, si es que el género es ya reconocible más allá de un paisaje determinado y un revolver, o bien muy estilizadas como El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford, rodada a la manera europea, o bien como First cow, en la que ya no hay ni tiros, únicamente buñuelos, mientras que las viejas cosas humorísticas de Bud Spencer son consideradas clásicos irrenunciables del cine mundial… A todo esto, que es a donde yo quería llegar, la verdadera historia de los colonizadores del territorio indio al oeste de los EEUU permanece virgen y sin contar, porque la idealización del vaquero o del bandido sin ley ha grabado su marca a fuego desde el principio…

[9] Encuentro muy significativa a este respecto la serie El asombroso mundo de Gumball, de Cartoon Network, que se supone que es para niños extremadamente inteligentes, como diría Harold Bloom, pero que en realidad tiene ingenio e inventiva de sobra para ser asimilada con estupefacción y gozo a cualquier edad. Aparte del empleo continuo de la ironía benigna (aquella que, digamos, pone al que la emite al mismo nivel -o incluso por debajo- de su objeto, y no por encima como se practica habitualmente y teorizó a su manera Hegel) y de la referencia a otros módulos culturales externos a la serie, en el universo de Gumball todos sus pobladores son enteramente irrepetibles, perteneciendo cada uno de ellos a una especie radicalmente distinta, como los ángeles de Santo Tomás. Sin embargo, en la serie se potencia mucho el mensaje, también mediante canciones, de que tal increíble diversidad morfológica no hace más que recalcar la igualdad de fondo de todos los seres sintientes. El personaje con forma de perrito caliente -lo manufacturado es tan prototípico como lo natural- es tan pobrecito, se deja llevar tan inmediatamente por sus impulsos, y es tan caja de resonancia de clichés culturales, como el padre de Gumball, que posee una figura de conejo rosa más reconocible desde un punto de vista de Disney y de la fábula tradicional. A partir de ahí, cualquier locura es posible, excepto, claro, el sexo, al revés que en el mundo analógico, donde no existe ya locura alguna que no implique directamente al sexo. En la serie Teen Titans Go ocurre prácticamente lo mismo, y es por ello igual de alucinante -“su valerosidad y su alucinancia”, decía de sí mismo el panda de Kung Fu ídem. Esos niños que viven juntos vestidos de trajes de superhéroes hacen de todo excepto superheroicidades.  Al contrario: cuando tienen que enfrentarse a sus propios avatares “serios”, los de la matriz del cómic de DC antecedente, únicamente saben vencerlos llevándolos a su terreno de domesticidad inofensiva (el propio Batman es aquí un tipo campechanote que ve la tele con Jim Gordon o Superman engullendo comida rápida y haciendo una fiesta de pijamas, en un cambio de tono tan posmoderno como tronchante) y de estereotipos desfasados y mal interpretados. Al fin y al cabo, también las sit-coms para adultos, pero que ve toda la familia, como la célebre Modern Family, vienen a decirnos lo mismo: la verdadera cara de los ciudadanos presuntamente libres del Primer Mundo es la de gente bastante penosa, cargada de estereotipos pero incapaz de sacar de ellos más que una caricatura, lo cual, a la postre, les redime frente a los demás…

[10] En homenaje a Stanislaw Lem, artífice polaco de minuciosas y a menudo cómicas visiones transhistóricas -eso es la ciencia/ficción- a quien el pasado año le caayeron una centena…

[11] He oído que en el Minecraft está ya alojada la biblioteca de los libros prohibidos del Metaverso (¿?)

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