“El pasado es siempre un conjunto de recuerdos, de recuerdos muy precarios, porque nunca son verdaderos. Acerca de esto le oí decir algo muy bello y conmovedor a Borges. […] Escuché a Borges decir que recordaba que una tarde su padre le había dicho algo muy triste sobre la memoria, le había dicho:
“Pensé que podría recordar mi niñez cuando por primera vez llegué a Buenos Aires, pero ahora sé que no puedo, porque creo que si recuerdo algo, por ejemplo, si hoy recuerdo algo de esta mañana, obtengo una imagen de lo que vi esta mañana. Pero si esta noche recuerdo algo de esta mañana, lo que entonces recuerdo no es la primera imagen, sino la primera imagen de la memoria. Así que cada vez que recuerdo algo, no lo estoy recordando realmente, sino que estoy recordando la última vez que lo recordé, estoy recordando un último recuerdo. Así que en realidad no tengo en absoluto recuerdos ni imágenes sobre mi niñez, sobre mi juventud.”
Después de evocar estas palabras de su padre, Borges [..] añadió: “Intento no pensar en cosas pasadas porque si lo hago, sé que lo estoy haciendo sobre recuerdos , no sobre primeras imágenes. Y eso me pone triste. Me entristece pensar que no tenemos recuerdos verdaderos de nuestra juventud”
Enrique Vila Matas. “Paris no se acaba nunca”. 2003
Hace poco volví a ver “Recuerda”, la magnífica película de Alfred Hitchcock, en la que Gregory Perck interpreta a un médico con amnesia que cree ser culpable de un asesinato. Ingrid Bergman, una joven psiquiatra enamorada de él en la película, trata de bucear en su inconsciente a través de sus sueños (a los que Dalí pone decorados alucinantes para dramatizarlos) y de lo que desencadena su angustia hasta el desmayo (la visión de rayas negras y blancas) para conseguir que recuerde lo que en realidad pasó, lo único que podría liberarlo de su culpa y curarlo, demostrando de paso su inocencia. La película realizada en 1945 cuando el psicoanálisis estaba muy de moda en EE.UU parte de la hipótesis psicoanalítica de que tendemos a olvidar las circunstancias muy traumáticas, como un mecanismo de defensa, y a veces eso causa una patología mental que solo puede ser mejorada haciendo que emerjan los recuerdos reprimidos.
De una hipótesis parecida partieron las “Terapias de recuperación de memoria” que se pusieron muy de moda en los años 90 del siglo pasado en EE.UU. Así, un paciente, generalmente una mujer, podía acudir a una consulta con síntomas de ansiedad relacionados con algún problema de la vida, por ejemplo un divorcio o cualquier otro tipo de pérdida. Entonces el psicoterapeuta la sometía a hipnosis, a medicaciones psicotrópicas e incluso era ingresado en algunos periodos en una clínica de salud mental. Y tras un tiempo comenzaba a recordar, por ejemplo, que había sufrido abusos sexuales en la infancia y que había participado en actos de canibalismo. Según el psiquiatra estas experiencias traumáticas habían generado en la psique del paciente toda una gama de personalidades diferenciadas llamadas alters (del latín alter, otro), un Trastorno de personalidad múltiple (TPM). La curación pasaba por dar voz a estas personalidades, por animarlas a expresarse a pesar de que fueran una fuente de angustia al paciente. Incluso en casos en que se recordaba abuso sexual, algunos pacientes eran animados a denunciar judicialmente a los familiares implicados.
Curiosamente este tipo de diagnóstico comenzó a dispararse a partir de una película Sybil (1976) sobre un caso de TPM. Hasta entonces no llegaban a 50 los casos de TPM asociados a abuso infantil. En 1994 el número se habían disparado hasta llegar a 40.000. Sin embargo a partir de un determinado momento comenzaron a llover las denuncias de los pacientes que no solo no mejoraban sino que estaban peor, y muchos comenzaron a sospechar que esos recuerdos habían sido implantados por sus psiquiatras. La Asociación Psiquiátrica Americana (APA) tuvo que intervenir y advertir a los pacientes de la escasa fiabilidad y probable iatrogenia de este tipo de terapias. Incluso decidió sacar de la última revisión del DSM-IV la categoría de Trastorno de Personalidad Múltiple y cambiarlo por el de Trastorno de Identidad Disociativa. Los juicios, que dieron lugar a fuertes indemnizaciones, sacaron a escena las grabaciones de la terapias donde podía apreciarse la psicodramatización de las situaciones traumáticas y cómo era posible que esa “imaginología dirigida” hubiera podido producir cambios permanentes en el cerebro similares a los de síndrome de estrés postraumático, con afectación de la amígdala cerebral, corteza prefrontal medial e hipocampo. Los pacientes tenían con frecuencia crisis de pánico ante ciertos desencadenantes: por ejemplo, un cabello en una pizza rememoraba un acto de canibalismo, el humo del tabaco las quemaduras que supuestamente le había infligido un pariente cercano, o cosas por el estilo.
Frente a la hipótesis de que los recuerdos traumáticos tienden a olvidarse, actualmente todas las investigaciones parecen probar lo contrario. La excitación emotiva tiende a reforzar los recuerdos, quizá porque la memoria trata de recordar situaciones amenazantes para tratar de evitarlas en el futuro. Por otra parte una amplia revisión de investigaciones llevadas a cabo por Richard Bryan de la Universidad de Nueva Gales del Sur y Anke Ehlers, del King´s College han demostrado que la rememoración de experiencias traumáticas al poco de un acontecimiento aterrador puede provocar un estrés innecesario e impedir la recuperación del equilibrio mental. A veces el olvido puede constituir la mejor solución para recuperar la salud mental.
Uno de los problemas con nuestros recuerdos es que al cerebro le puede costar trabajo diferenciar cuales están basados en experiencias reales y cuales se deben a experiencias no reales inducidas por diversos medios (por ejemplo películas o referidas por otros). Elisabet F. Loftus y Jacqueline E. Picker diseñaron en 1995 un estudio curioso sobre 24 voluntarios. Se pusieron en contacto con sus familias y tras recopilar información sobre sus vidas elaboraron un librito de recuerdos que contenían acontecimientos reales de su infancia junto con una historia inventada según la cual se habían perdido en un centro comercial cuando contaban cinco años de edad. El 29% de los sujetos “recordaba” el suceso falso e incluso eran capaces de referir detalles del mismo.
A veces he pensado que, en algunas ocasiones, he sufrido de forma intensa o tenido pesadillas por cosas que nunca he vivido. La sugestionabilidad es una característica muy importante en el ser humano (sobre todo de algunos) y puede ser fuente de todo tipo de manipulaciones como se ha demostrado históricamente. Cuando confluye un determinado tipo de estímulos culturales, un “sanador” con carisma y seguridad en sí mismo y un paciente sugestionable la manipulación emocional potencialmente iatrogénica puede estar cantada. Los casos extremos de Rasputín, Karaczid y la de tantos otros con parroquia incondicional, algunos con títulos médicos relumbrantes, son un ejemplo que se repite una y otra vez a lo largo de distintas épocas. Lo que recuerda que aunque el constructivismo impregne muchas de las corrientes psicoterapéuticas nunca hay que perder de vista el valor de los hechos objetivables y una saludable actitud científica, a pesar de lo brillante o elocuente que parezca un determinado discurso. Y también una permanente mirada crítica, empírica, cualquier actividad terapéutica, que tiene que ser conocida por el público general, para que no se deje impresionar por la charlatanería.
Estos hechos ocurrieron hace apenas una década, quizá sigan ocurriendo, y no se han leído grandes análisis críticos en la literatura médica. Siempre me ha llamado la atención la aparente naturalidad con la que los médicos encajamos nuestros errores y lo tremendamente crédulas que son muchas personas, quizá todos, cuando nos vemos atrapados en un sistema de creencias cerrado, desde el que todo puede interpretarse y nada cuestionarse, porque los hechos medibles no se tienen en cuenta, se han dejado fuera interesadamente.
Algunas de estas ideas están sacadas del artículo: Lambert K, Likienfeld.Borrones mentales. Mente y cerebro nº 34 /2009.
Me acuso de ser crédula, sugestionable y potencialmente manipulable. Y de ser capaz de hacer cualquier cosa por sacar de ese estado de angustia a alguien como Gregory Peck o por estar en la piel de Ingrid Bergman. Las investigaciones, a veces, no pueden con la fuerza de las ilusiones que transmiten paliculas como ésta. Recuerda….
No me extraña nada de lo que cuentas, aunque no lo sabía: sujetos cada vez más débiles se entregan completamente a las categorías del terapeuta. Si además saliesen por la tele, reconocerían haber matado a Kennedy, y creerían en ello, aunque ni siquiera hubiesen nacido entonces. Tenemos un grave problema: la gente no tiene un asidero en sí mismo donde aferrarse, y esa gente luego va y vota. Al menos en la película Gregory Peck lo tiene en Ingrid Bergman, que sabe que le gusta y eso no le parece falso ni inducido. Pero se trata de ficción…