Historia de una lágrima

 Tengo un diamante dentro y lo voy a dejar caer por ti.

Se me acumula la materia en el vértice del ojo. Se siente pesada, tan pesada como te amo. Y ni siquiera es por la mañana ni me está cegando el sol. Al menos no el sol al que solemos referirnos.

Siento la intención de la cuchilla pero le sale seda, arrastrándose por mi mejilla. Fíjate si te quiero. Estoy existiendo muy fuerte a tu lado en este milagro de agua salada y ni siquiera te das cuenta. Tú ahí con tu dura presencia, haciéndote humo desde dentro, con la mirada puesta más allá del techo, de las nubes. Sosteniéndose entre las capas de aire por los pelos.

El corazón me hace pausa y te juro que también se para el tiempo cuando mi lágrima vacila y no sabe si seguir cayendo contigo aquí, tan lejos.

Y me tiemblan las manos cuando, al girarme para pedirte una explicación, veo en tu cara un surco empapado de luz creciendo como el mío.

¿Me estarías amando como yo te amaba?

Entonces hablamos de otras cosas; de hoy y de mañana, de a ver qué comemos, de si vas a trabajar mucho, de si voy a echarte de menos o a pasar la mañana durmiendo. Pero mi cabeza solo mira tu lágrima rodar, y siento la mía, y miro la tuya, y me coges de la mano, y apagas la luz, y entonces buenas noches.

Buenas noches.

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