Las pilares de la Tierra

El hombre nunca sabe para quién padece y espera. Padece y espera y trabaja para gentes que nunca conocerá, y que a su vez padecerán y esperarán y trabajarán para otros que tampoco serán felices, pues el hombre ansía siempre una felicidad situada más allá de la porción que le es otorgada. Pero la grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse Tareas. En el Reino de los Cielos no hay grandeza que conquistar, puesto que allá todo es jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad de sacrificio, reposo y deleite. Por ello, agobiado de penas y de Tareas, hermosos dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre sólo puede hallar su grandeza, su máxima medida, en el Reino de este Mundo.    Alejo Carpentier. El reino de este mundo.

 Pronto se harán tatoos y lucirán piercings, las señoras. Pertenecen a ese estrato social, más aún: lo han fundado ellas forzadas por sus maridos. Ellos siguen con sus tirantes, sus cuatro pelos, su fútbol total y su mala leche, en cambio ellas, sus señoras, se tiñen las crestas de todos los colores de la selva virgen y han sustituido el negro por vestidos alegres sin ser chillones -bueno, algunos son chillones… Pero qué sabemos de las señoras, de las “marujas”, que aquí vamos a rebautizar como las “Pilares”, para no ofender, ya que nuestro propósito es simplemente resaltar. Pues poco, sabemos poco, y de esto que sabemos todo es tópico y velo que nos las oculta, como cuando en Mayo del ´68 se escribía en las paredes que la Gioconda ha muerto por indigestión de miradas prefabricadas. Está claro que sólo arrojamos sobre ellas “miradas prefabricadas”, aunque, aquí, que la Gioconda nos parece una Choni con pretensiones, vamos a romper una lanza por ellas, mientras respiran entre jadeo y jadeo de bolsas de la compra, hijos desnaturalizados y presentadoras de televisión absueltas (absueltas, provisionalmente, de la condición de trabajadoras familiares a tiempo completo, pero enteramente Maripilis en el fondo de su estiloso ser).

Que constituyen los pilares de la Tierra no lo han podido negar ni las Autoridades más ferozmente machistas y falocéntricas, como Aristóteles o Hegel. Ellas sostienen el Mundo y la Historia, como numerosos pies de un Atlas de espaldas encorvadas, y hasta que una anhelada revolución feminista cambie la distribución desigual de las cargas en este desdichado planeta, toda guerra, toda crisis, toda catástrofe y toda estafa político-social como la presente contará con ellas para sacarnos las castañas del fuego. Dios mismo tiene que estar casado, impepinablemente, o la pervivencia de su Creación tras miles de millones de años de erupciones volcánicas y diluvios perfectos es completamente inconcebible. (Y Jesús un fracasado escolar que se buscó la vida sumándose al 15-M de la época pero al que la policía enseguida vio flanqueado por el perro y la flauta como iluminado por un fulgor celestial: el resto es conocido…) Porque las señoras, por tener, tienen allá abajo, en la intrahistoria, hasta la sexualidad que les es negada, y, así, por ejemplo, comprenden perfectamente lo que debió sentir la infantita por el Urdanga, pese a que ahora le haya salido rana el mozo. Lo que pasa es que la vida nunca ha sido justa, y a Pilar le ha tocado Paco o Manolo que fue un piernas y ahora es un bruto. Para colmo, la muchachada ajena -¿tal vez también la propia?- gusta de reírse de ellas, como cuando los Siniestro Total popularizaron aquella camiseta que rezaba “Ante todo: cállese, señora”. O Serrat esa otra de la mamá que no le dejaba disfrutar poéticamente y no tan poéticamente de su hija favorita de clase alta. Desde luego, no hay derecho, y menos en España y otros países moros, que los moros están muy bien para construir la Alhambra, un primor, pero luego la adecenta la de siempre…

Decididamente, no hay nada más real ni más humano que una señora. Cualquier humanismo o humanitarismo que no se proponga entre sus principios básicos la emancipación de las señoras es de la cabeza a los pies falso y mero humo de paja. La Revolución Francesa incorporó a las mujeres: bien es verdad que después las dejó más o menos como estaban. Las parientas se levantan temprano, acarrean bolsas, cocinan, limpian, fijan y dan esplendor en todas las partes del mundo, conociendo por todo alivio la tele-cosa, el bingo, algún bar, la peluquería, echar un parrafito con el carnicero o la amiga, disertar sobre achaques y enfermedades y casi para de contar. Ahora, además, salen a trabajar, unas cuantas, y eso con suerte, ya que en las noticias no se ven más que otras señoras de por allí enfundadas en burkas como billetes malsanos de la Pantoja. ¿Para qué luchan los héroes, eternamente masculinos y sospechosamente más nítidos cuanto más lejanos del entorno directo de una? Si son héroes verdaderos, honestos, lucharán para seguir haciendo posible la lucha diaria de las señoras, la económica y la otra, pues son ellas las que los han parido y les dan de comer, de cobijar y de abrigar. Se cuenta que Hercules pasó la etapa más feliz de su vida escondido entre mujeres y vestido de mujer, aprendiendo a tejer y otras labores “impropias” de su sexo, sin hacer, por una vez, daño a nadie. Sin embargo, se lleva últimamente cachondearse de las pilares aprovechando las redes sociales,como si no tuvieran ya bastante, sin lograr por ello un solo atisbo de lo que no sabemos, esos goces y pesares secretos de esas mujeres mayores de las que tal vez algún día digamos que ya no son, que fueron, pero que fueron, ciertamente, las sólidas y fatigables conquistadoras y valedoras del Reino de este Mundo.

(-¡Ay, hijo, qué sagerao todo!)

 

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8 Comentarios

  1. says: Alicia Galán

    Me gusta que (¡por fin!) alguien haya escrito algo tan bonito y tan cierto de esas “señoras” que, por que nacieron cuando nacieron, o porque estaban en un lugar determinado de nuestra geografía, han acabado con ese apelativo de “marujas”. Quizás les guste el cotilleo, pero, como dices, Óscar, son unas trabajadoras natas que hacen que muchas cosas estén más que decentes.
    Enhorabuena por el artículo. Es genial.

  2. Bien has elegido… has señalado a las que nunca nadie señala… si no es para humillarlas… o para demostrarnos a nosotros mismos no sé qué cosa… para no sentirnos como los mierdas que somos en comparación con ellas.

    Bien hecho compañero.

  3. says: Óscar S.

    Creo que la clave está en que en nuestro no-mundo cada vez más absorbido por la representación mediática ellas son consideradas un residuo antiestético inasimilable. Si no se remedia de alguna forma antes, cuando toda la belleza (y toda fealdad estridente) sea virtual y construida, ellas serán declaradas inexistentes ante sus propios ojos a este lado olvidado de la pantalla, como un paisaje suburbial abandonado…

  4. says: carlos fernández liria

    Cuento una anécdota de Clara y Alberto:
    -¿cómo se llama tu abuela?
    -Maruja.
    -Y el abuelo…
    -Eso no lo sabemos -dice Alberto.
    -Se llamará Marujo -dice Clara.
    Este artículo es un merecido homenaje a la mujer más allá de la anorexia y la silicona.
    Cuartos oscuros con marujas ya. Y con marujos.

  5. says: JOSE RIVERO

    El problema femenino, la cuestión de la mujer, sigue siendo poliédrico y complejo; como demuestra, sin quererlo, el cine de Almodóvar y sus personajes. Madres de pueblo, novias de cine porno, tías de portería y ofertorio vecinal, vecinas prostituidas para pagar la comunidad y amigas psicoanalizadas por un argentino gay. Entre las liberaciones feministas y las opresiones machistas; entre los imaginarios eróticos de emblemas plastificados y las pervivencias de un pasado, atroz todavía, parece seguir existiendo la vieja disyuntiva: o puta o monja. O tonta, también. Hay que hacer un gran esfuerzo aún, por clarificar todas esas posiciones.

  6. says: Óscar S.

    La triada incluía la madre, o casada, espero que no le toque la tonta, o no para siempre. Almodovar también: pedimos por su liberación…

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