Dio cinco vueltas al mundo, recorrió 1’3 millones de kilómetros en avión durante toda su vida; tenía un archivo fotográfico clasificado por países en el que sólo faltaba una carpeta: la de Mongolia; denunció la situación imposible de niños y mujeres en distintos lugares del planeta, pero también se sentó para entrevistar a Mussolini, Eisenhower, De Gaulle o Adenauer y se introdujo en pleno torbellino surrealista para fotografiar a Chagall, Breton o Giacometti, todo ello haciéndose llamar ‘fotoperiodista’ y no ‘fotógrafo’ o ‘periodista’ a secas. Para él, que comenzó escribiendo también sus propios reportajes, la labor de fotógrafo se quedaba corta. Paul Almásy, húngaro, políglota y trotamundos, quería contar algo más en cada una de sus imágenes, superar la no siempre simple belleza del encuadre o la fuerza de los objetos y personas que lograba incluir dentro de él. Quería contar la vida cotidiana de los habitantes de los lugares más recónditos de la tierra, los rasgos comunes que nos conectan. Y lo intentó en más de 1.700 reportajes publicados en grandes revistas, en los que reunió pequeños detalles alrededor de los que quienes observamos hoy podemos aventurar contextos, identidades, vidas…hay una historia detrás de cada imagen.
Pero más allá de los datos, de las cifras que no pueden resumir la vida de Almásy, lo que realmente me llama la atención de él es que siempre regresaba a París. Todo el mundo tiene sus refugios y esta ciudad, a él, le esperaba siempre. En ella encontraba, después de cada viaje, la luz adecuada, los rincones que sólo él veía, pero, sobre todo, se daba cuenta de que los parisinos, en su vida cotidiana, esa que buscaba retratar con ansia en cada recoveco del planeta, lograban crear huecos para que se colase la felicidad de una manera nítida -y no siempre era fácil, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial-. Ellos parecían tener ese entusiasmo fundamental para abrirle las puertas a la alegría, como defendía Russell en La conquista de la felicidad. Y a eso se dedicó en cada reencuentro con la ciudad: a aprender de ese savoir faire de sus habitantes para captar los momentos luminosos que encontraba por la calle, frente al Sena, en los parques, en una conversación de café, en un portal o sentado en el bateau-mouche. Durante varias décadas logró construir su propio París en imágenes, muchas de ellas, auténticos iconos que tenemos en mente y que iluminan cada rincón que reconocemos en estas fotografías.
A menudo sólo somos capaces de vivir, de tener la emoción de vivir o de haber vivido, lo que somos capaces de recordar. El presente se escapa tan rápido que muchas veces sólo podemos gozar nuestra vida recordando fragmentos de lo que fue, de lo que recordamos que fue. Pero en cuanto el tiempo pasa la memoria se convierte en un animal dormido que sólo se despierta con estímulos que casi siempre están fuera de nuestro alcance consciente. La memoria es un animal infiel y caprichoso.
Por eso necesitamos estímulos que la despierten: palabras, imágenes, conversaciones, sabores, olores… Estímulos indirectos que, una vez descubiertos, vamos apilando en algún sitio para que que no se nos olvide lo que nos impiden olvidar, lo que necesitamos recordar para sentirnos vivos mientras seguimos viviendo.
Lo bueno de estos tiempos es que en una “tableta”, como en la que estoy escribiendo ahora mismo, descubro un artículo como éste que me evoca otros tiempos y me empuja a ver fotos que me llevan a otras fotos y a músicas o películas que también encuentro aquí y que me deslizan con mucha felicidad por el sol de una mañana de invierno.
La suerte de vivir en un mundo donde existen prótesis maravillosas donde archivar y explorar lo que despierta los susurros locos del animal dormido. La suerte de cumplir años en estos tiempos.
Iba a decir que me gusta mucho el artículo y la selección fotográfica…¡pero también el comentario de Ramón!
Tengo que decir que a mí también me gusta su comentario casi más que mi propio artículo!! 😉 Gracias Alicia!!!!
Solo el Arte nos salvará
Cierto, “sólo el Arte nos salvará”, pero también la curiosidad, esa que empujó a Almásy a recorrer 1’3 millones de kilómetros o publicar 1.700 reportajes. La misma que le incitó a retener, a través de su objetivo, las imágenes que él veía y que ahora son de todos. Qué falta nos hacen personajes así hoy en día…
Te felicito por esta estupenda entrada. En realidad, todo el blog está lleno de entradas dignas de ser leídas. Doy gracias por los libros, las fotos, la música o las películas que aún nos hacen soñar. Seguiré pasándome por aquí. Un saludo, Livia.
Muchas gracias por tus palabras, Livia!!! Nos encanta que te apetezca perderte en nuestras páginas…:)
Interesante entrada e interesantes fotos…
Saludos
Muchas gracias Carmen!!! Maravilloso disfrutar de la vida intensa del París de aquellos años con Almásy… 🙂
Maravilloso post, estupendas fotografías.
Gracias.
Agradezco mucho tus palabras Y disculpa, no había visto tu comentario antes. Los textos de esta revista están vivos y siempre vuelven.
Maravilloso post, estupendas fotografías.
Muchas gracias por el comentario. A mí misma me ha servido para redescubrir mi propio texto, tanto tiempo después de escribirlo.
Me ha encantado la frase de “quería contar algo más en cada una de sus imagenes”.
Muy buen articulo