Si un héroe es un individuo que, en un lugar y en un tiempo concretos, muestra cualidades excepcionales para realizar una hazaña extraordinaria a costa de pasar múltiples calamidades y arriesgar su propia vida, beneficiando con ello a todo un pueblo, Mandela fue un héroe y así parece haber sido reconocido por el mundo entero, lo que es todavía más asombroso, porque los héroes suelen ser también personajes controvertidos, buenos para unos y villanos para otros.
Pero Mandela es ya el icono contemporáneo de un héroe positivo, reivindicado por gente de todos los ámbitos ideológicos y culturales. Una vez pasado el tiempo el curso de la historia parece que fue el único posible, pero en la Sudáfrica del Apartheid podría haberse producido una fractura social y un baño de sangre que no se produjo, probablemente, por el carisma, la capacidad política, las decisiones pragmáticas y el estilo de comunicación de este hombre que había permanecido preso y aislado, en una celda diminuta, durante más de veinte años. Su discurso del 20 de Abril de 1964 da una idea del análisis del que partió)
Este aislamiento, en vez de destruirlo, lo convirtió en una persona llena de fuerza, más segura de sus convicciones pero muy alejada del fanatismo, con una forma de comportarse, magnética y sorprendente, que consiguió quebrar la voluntad de sus carceleros y luego la del gobierno que lo había metido allí.
Un ejemplo de lo que se llama resiliencia, la capacidad de afrontar sucesos traumáticos refugiándose en un núcleo inexpugnable de dignidad y convicciones profundas para, desde allí, no sólo conseguir sobrevivir indemne sino incluso crecer y desarrollar una sabiduría que procura una vida mejor, a otro nivel, con una visión más lúcida, capaz de trascender algunas de las creencias limitantes que se tenían hasta entonces.
El estilo Mandela fue combinar una determinación implacable con unas formas exquisitas que intentaban desorientar y ganar el afecto del adversario en la negociación. De alguien que ha sufrido mucho se espera resentimiento, odio, violencia, venganza. Sin embargo, Mandela apostó por la reconciliación de un país dividido, racial y económicamente, basándose en el cuidado de formas de relación que apelaban sobre todo a las emociones más benignas, más básicas e intercambiables del ser humano. Aparentaba cordialidad, era afectuoso, se interesaba por detalles vitales de las personas concretas, halagaba las virtudes de los adversarios, teatralizaba ceremonias en las que el interlocutor o las masas se sentían especiales y deseosos de dar lo mejor de sí mismas. Sabía apelar eficazmente (y probablemente de una forma consciente y estudiada) a las emociones como forma de movilización política, usar los símbolos, cautivar. Lo mejor es que su éxito no lo llevó perpetuarse en el poder, sino que supo cederlo democráticamente cuando podría haber seguido en él mucho más tiempo. Otro ejemplo, y no el menor, de su grandeza.
Un héroe es también, quizá sobre todo, un relato. Y también la instrumentalización pública de ese relato ya del todo ajena a la persona. Hablo de Mandela como si lo conociera, me crean emociones sus gestas, pero, si lo pienso, sé poco de ellas, no estuve allí, no sé qué resultados dio su administración, ni hasta qué punto cundió su ejemplo en su entorno más próximo. No sé si algunas de sus actitudes o decisiones hubieran sido distintas con otra correlación de fuerzas, si hubiera tenido la suficiente para vencer a la mayoría blanca. Si su estilo tan grato fue sólo una buena estrategia, la única posible tal como estaban las cosas, o la hubiera mantenido en cualquier caso.
No sé si su forma de actuar hubiera triunfado o es capaz de triunfar en otros contextos políticos. No sé qué le hubiera pasado en China (pero lo imagino viendo el destino de aquel joven que detuvo un tanque en la plaza de Tian’anmen) o en la Rusia de Putin o en cualquier banco o multinacional occidental donde un trabajador defienda sus derechos abiertamente o cuestione algunas decisiones que juzgue injustas para los ciudadanos.
Por otro lado, me inquieta tanta unanimidad en personajes e instancias tan diferentes que ahora lo adulan. Como si lo que representa hubiera dejado de ser inquietante para los poderes establecidos, neutro; como si pudiera ser reclamado por cualquier causa; como si cualquier sátrapa pudiera permitirse todo tipo de desmanes y luego solo confiara esperar gestos de reconciliación, de bondad, que siempre incluyeran no perder sus privilegios fundamentales, su propiedad, su dinero.
Me inquieta que su ejemplo de dureza en la adversidad pueda interpretarse como que las condiciones sociales no importan demasiado en el desarrollo personal o que ese carácter y esos logros estén al alcance de todo el mundo. Su ejemplo es inspirador para todos, pero no hay que olvidar que él fue un gigante, con unas condiciones biológicas y psicológicas excepcionales. Se tiende a pensar que en lo referente al carácter todos podríamos hacer lo mismo si nos esforzamos lo suficiente. Pero quizá sea sólo una fantasía. Quizá podamos mejorar mucho con el esfuerzo, que sin duda tenemos que intentar hacer, pero también es verdad que nacemos con una anatomía (“La anatomía es tu destino”, decía Freud) y en un entorno social que nos predispone y nos limita. Y esas condiciones sociales son determinantes para nuestro desarrollo, lo que lleva de nuevo a la política e inevitablemente al conflicto entre los que controlan y no controlan los recursos económicos. Y a las formas de luchar de los que van perdiendo y la eficacia y el precio de todas las luchas.
Mandela es ya un mito hoy llorado por todo el mundo. Pero, aunque personas como él son esenciales, los países precisan sobre todo del establecimiento de culturas que generen prosperidad y vidas libres e inteligentes para sus ciudadanos. Quizá los héroes son necesarios a veces, pero no son suficientes para garantizar el progreso de una sociedad a largo plazo. Como la historia ha demostrado tantas veces. Como quizá sospechaba el propio Mandela. Y por eso nos parece tan grande.
Es muy posible que presintiera, que constatara mejor dicho, que su legado no perduraría, no tal y como él lo concibió. Ni en su propia familia, cuajó su espíritu de lucha por la igualdad, miembros influyentes de su propio partido, medraban y se enriquecían ilícitamente. Oficialmente, ahora Sudáfrica es un país libre y rico; solo para los poderosos, igual que antes.
Y da la impresión de que lo que el mundo despide ahora es, más bien, a Morgan Freeman haciendo de Mandela que al propio Mandela, del que, en general, se sabe muy poco.
Mi opinión, para Hugo.
Mandela personificó, casi en exclusiva, la distinción weberiana entre ética de la convicción y ética de la responsabilidad, a favor de esta segunda como quería el gran sociólogo. Aplicó su indudable carisma -también teorizado por Weber- justamente a contener la furia de los principios (su fondo comunista), para fomentar las mejores consecuencias. Es decir, entendió, a diferencia de otros líderes-intelectuales finalmente monstruosos del s. XX, que para qué hacer por las malas lo que se puede conseguir por las buenas.
En este sentido, él es, más allá de Gandhi, y quizá con Gorbachov, la lección más valiosa de aquel siglo de espanto, ambos por motivos objetivos.
Me parece una reflexión muy interesante y pertinente que me gustaría ver desarrollada en uno de tus artículos. Lo desasosegante de los héroes con motivos, cualidades “y buenas intenciones” es que cuando llegan al poder reproducen con facilidad tiranías terribles y estériles, aún peores que lo que pretendían dejar atrás. Y que mucha gente justifica por supuestos logros sociales o maldades del enemigo. A veces con un gran aparato intelectual (un sistema de creencias cerrado, religioso “de facto”) destilado en “mantras” que procuran superioridad moral, niegan la realidad o intentan descalificar al que pone la más mínima objeción, que de inmediato se convierte en sospechoso y potencialmente eliminable.
Lo extraordinario es la fascinación que han ejercido o ejercen sobre gente con buenas cabezas o buen corazón. Lo que lleva a otro enigma psicológico que también sería interesante analizar.
Esas han sido algunas de las lecciones del siglo XX. Sólo por trascender esa lógica Mandela será siempre un personaje legendario que,por otra parte, merece ser analizado con toda la racionalidad del mundo porque su ejemplo puede ayudar a abrir nuevos caminos de transformación social. Es un mito que merece no ser tratado como un mito intocable. Fue un gran hombre.
A mi entender TODOS los que hoy lo adulan, solo lo hacen para obtener un rédito político .Creo que los únicos que tienen algún derecho de nombrar a Mandela,son los pobres, los devalidos y todas las personas por las que el sacrificó hasta su libertad. Solo el sabía de su estrategia, hoy todo lo que se diga está de más.
Después de los eternos días del despropósito del entierro de Mandela pienso que hubiera merecido un funeral sencillo, como el de “Memorias de Africa”, (http://www.youtube.com/watch?v=-yRhm6zfnbY) al que solo hubieran asistido algunos de sus mejores amigos, o virtualmente todos los que todavía se sigan conmoviendo con aquel discurso del 64 (http://internacional.elpais.com/internacional/2013/12/07/actualidad/1386435573_095445.html), algunos de cuyos párrafos hubieran sido ideales para haber leído en su memoria, en aquel horizonte de hierba.