Hay que tener perspectiva histórica, conocer hechos y datos verdaderos y poseer una base mínima de conocimiento económico, que quizá no tenemos en general, para poder analizar las variables económicas de las que tanto dependemos, lo que ahora nos esta pasando, las salidas posibles más allá de los mantras que repiten unos y otros.
En el momento en que sería más fácil referirse a cifras, a documentos, a pruebas de hechos, que podrían estar accesibles públicamente, sólo recibimos argumentos elementales y reproches, nada que tenga que ver con el más mínimo interés en aplicar el método científico.
Da la sensación que hay poderes económicos muy poderosos que han jugado a amañarlo todo en su beneficio (incluida la formación en las grandes universidades y escuelas de negocios), pero se echan de menos medidas concretas que ayuden a reparar los daños, más allá de cambiar el sistema entero, cosa que no parece demasiado posible. Propuestas con algo más que buena voluntad, con una sabiduría práctica medible y modificable en base a los resultados, para alcanzar los fines que hipotéticamente se persiguen, que tienen que ser planteados con honestidad y realismo. Esa sigue siendo la cuestión: qué sociedad queremos y por qué motivos.
Leer a Tony Judt es meterse en un mundo racional que tranquiliza e inquieta a la vez, que produce esperanza a pesar de que los retos sean muy difíciles e inciertos. Su propia historia es el ejemplo de todo lo que se puede conseguir en una sociedad más igualitaria y del largo y frágil camino que se hubo que recorrer para llegar a ella en el país donde nació la revolución industrial. Sus libros desprenden un aroma de autenticidad que a veces conmueve porque siguió escribiendo desde lo más profundo de una enfermedad terrible que llegó a inmovilizarlo del todo.
Leer el primer capítulo de “El refugio de la memoria” produce el escalofrío y la admiración de contemplar hasta dónde puede llegar la dignidad de un hombre. En “Pensar el siglo XX” reflexiona sobre conceptos sobre los que es importante pensar ahora mismo, cuando parece que nuestras sociedades se están transformando de una forma en que la “cuestión social” va a volver a ser un asunto esencial y potencialmente explosivo …
“Hablar de la cuestión social nos recuerda que no estamos libres de ella. Para Thomas Carlyle, para los reformadores liberales de finales del siglo XIX, para los fabianos ingleses o los progresistas estadounidenses, la cuestión social era esta: ¿cómo manejar las consecuencias humanas del capitalismo? ¿cómo hablar no de las leyes de la economía sino de las consecuencias de la economía?. Los que se hacían estas preguntas podían planteárselas de una de estas dos maneras, aunque muchos lo hicieron de ambas: la prudencial y la ética.
La prudencial es salvar al capitalismo de sí mismo, o de los enemigos que genera. ¿Cómo impedir que el capitalismo genere una clase baja indignada, empobrecida, resentida, que se convierta en una fuente de división o declive?. La moral es lo que en su momento se denominó la condición de la clase trabajadora. ¿Cómo podía ayudarse a los trabajadores y a sus familias a vivir decentemente sin dañar a la industria que les había proporcionado su medio de subsistencia?”.
TONY JUNT. “Pensar el siglo XX”. Taurus, 2012