Cuando el foro que reúne a los hombres de negocios y los políticos más poderosos del planeta durante cuatro días (Davos, enero 2014), dedica uno de ellos al cambio climático, es porque la economía se ve amenazada. En otras palabras: el calentamiento del planeta es malo para el negocio. Para su negocio, concretamente. Por ello, corporaciones como Coca-cola o Nike no han dudado en sentarse con personalidades como Ban Ki–Moon (Secretario General de Naciones Unidas) y Al Gore (ex-vicepresidente de Estados Unidos y activista medioambiental) para intentar revertir dicha amenaza.
La reducción de las emisiones de carbono por fin se ha convertido en una prioridad. Tras la negación del calentamiento del planeta hace años, por ciertos sectores, se ha pasado a la aceptación de que es un fenómeno real y a la verificación de que su causa es la actividad humana. La consecuencia ha sido que algunas empresas y organismos internacionales han incluido el cambio climático como objetivo central en sus proyectos y que personalidades como el presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, hayan declarado que “este es el principal factor que contribuye al aumento de los índices de pobreza global y la caída del PIB en las naciones en desarrollo”.
Desde el punto de vista empresarial, la contaminación por carbono ha dado lugar a un “aumento de las sequías, una variabilidad impredecible en la climatología e inundaciones cada dos años”, declaraba recientemente al New York Times el vicepresidente de Coca-Cola, Jeffrey Seabrigt. Y es que la recolección de la caña de azúcar, la remolacha azucarera y los cítricos que necesita esta compañía para sus productos se están viendo seriamente afectados. También el gigante de ropa deportiva Nike, con más de 700 fábricas en 49 países, ha señalado que el clima extremo de los últimos tiempos trastorna su cadena de suministro y ocasiona cuantiosas pérdidas.
Quizá un reconocimiento anterior de algo que ya anunciaban organizaciones como Oxfam desde hace tiempo, habría atenuado las repercusiones actuales, ya que el papel de las empresas privadas en esta lucha es esencial. En ellas está la responsabilidad de reducir las emisiones de gases efecto invernadero con el objetivo de limitar el calentamiento del planeta a través del control de las cadenas de producción, el mantenimiento de dispositivos energéticos eficientes y sostenibles, y de ejercer la presión sobre los gobiernos para la promulgación de políticas medioambientales.
Respecto a la obligación de los gobiernos, la responsable de Clima de Naciones Unidas, Cristina Figueres, fue tajante en el último encuentro de Davos: “la economía mundial está en riesgo si los gobiernos de todo el mundo no llegan a un acuerdo sobre las reducción de las emisiones de carbono en la próxima gran ronda de negociaciones sobre el clima, prevista en París a finales de 2015”. Pero esta tarea, siendo ya difícil a nivel mundial, es especialmente complicada en países como China o India, que usan el carbón como base de una energía que además de ser barata, contribuye con sus puestos de trabajo a mejorar la economía de millones de personas.
Aún así, hay casos en los que se ha visto que la disminución de emisiones de carbono puede convertirse en el motivo para expandir la base económica de los proyectos. Un ejemplo es la Agencia Londinense para el Desarrollo (LDA), el organismo principal responsable del crecimiento económico a largo plazo de la ciudad inglesa, que ha decidido transformar Londres en la capital con menor nivel de emisión de carbono en el mundo. Para ello ha creado Distritos Empresariales Verdes con los que promover un ahorro sostenible y unir a las autoridades locales, las empresas privadas y la sociedad con un mismo propósito. También ha encargado a Ernst&Young LLP una estrategia para posicionar a Londres en el panorama internacional y aprovechar las oportunidades que ello le pudiera revertir.
La cuestión es si estas iniciativas estarán lo suficientemente desarrolladas a finales de 2015, fecha en la que se afrontarán las soluciones necesarias para disminuir el calentamiento global. Porque si estas líneas de actuación basadas en la voluntad política y empresarial no funcionan, habrá que ir pensando en ejercer la reducción del consumo por parte de los propios ciudadanos, lo que sí puede ser determinante y quizá la solución última para conseguir la disminución del cambio climático.