Una pesadilla en homenaje a H.G. Wells

Me afligió pensar cuán breve había sido el sueño de la Inteligencia Humana. Se había suicidado. Se había puesto con firmeza en busca de la comodidad y el bienestar de una sociedad equilibrada con seguridad y estabilidad, como lema; había realizado sus esperanzas, para llegar a esto al final… 

La máquina del tiempo, Cap. XIII. H.G. Wells 

En octubre de 1938, Orson Welles, con 23 años, orquestaba su famosa retransmisión radiofónica en la que recreaba La guerra de los mundos de su casi tocayo H.G. Wells para la CBS un domingo de Halloween. La semana anterior habían teatralizado La vuelta al mundo en 80 días, pero en esta ocasión al genio se le ocurrió situar la acción en la actualidad y en EEUU, moviéndola unos cuantos meridianos al oeste respecto al de Greenwich, que como se sabe está en Londres. Pero, claro, entre que la actualidad de 1938 estaba compuesta de los últimos coletazos de la Gran Depresión y de los primeros pinitos del Reich alemán invadiendo los Sudetes, y que la gente tenía poca o ninguna práctica en descreer de los medios de comunicación de masas (desconfianza que antes era propia de la izquierda divina y humana pero que ahora es patrimonio de la Alt-Right o Derecha Alternativa), pues al menos tres millones de norteamericanos incautos cogieron el programa empezado y casi no se reponen del susto. Hoy parece que tres millones de radioyentes son pocos, pero en los años treinta conformaban una buena cantidad –la humanidad de aquellos años aún tenía más mucha más vida fuera de casa que dentro. El programa sólo había durado una hora, y Orson había advertido dos veces del carácter apócrifo de la cosa, pero igualmente tuvo que comparecer al día siguiente para disculparse por sembrar el pánico entre la población inocente (y eso que los aliens mueren al final: una invasión de tan solo una hora es todo un récord…)

La anécdota habla del inmenso poder que ya entonces estaban recabando los llamados Medios de Comunicación de Masas para configurar la opinión pública y meterse en el cerebro reptiliano del personal, un poder que sólo puede ser parangonado con el de la Santa Iglesia Católica en la Edad Media[1]. Pero habla también de la gran eficacia y habilidad narrativa del texto original de H.G. Wells, el victoriano de ojos claros de cuya muerte se cumplen hoy 75 redondos años . Aquel momento de fraude inintencionado por parte del joven Orson Welles fue legendario, pero estoy seguro de que después muchas veces -montones de veces, en realidad- se habrá seguido su ejemplo para manipular los gobiernos ajenos, la Historia y los acontecimientos grandes y pequeños en general. Al fin y al cabo, eso es en lo que consiste la volatilidad misma de la Bolsa en la economía mundial: en una minoría de personas o entidades que manejan información privilegiada enfrentadas o en consuno con otras personas o entidades que cuentan con la posibilidad y las cajas de resonancia adecuadas para difundir desinformación privilegiada… Ya no la Bolsa, sino el Poder mismo consiste en ese juego supremo, y hasta el mismísimo Platón, un santo en todos los demás aspectos, reconocía en República que el pueblo necesita congénitamente ser engañado con mitos agradables y fáciles de comprender o no habrá gobernanza sabia en este mundo que merezca ese nombre.

H.G. Wells conocía ese libro de Platón, y puesto que fue socialista fabiano, se pasó toda su vida preso de la contradicción entre obligar a la población a ser justa y buena bajo un régimen político diseñado desde arriba o entender que las personas, por sí mismas y siempre que posean la instrucción suficiente, demandarán ellas mismas la utopía sin necesidad de coacción alguna. Pero ahora ensayemos a quedarnos con una vía intermedia por el recurso de coger el experimento mediático de Orson Welles y añadirle un buen rodaje de terrores apocalípticos como en la mini-serie francesa El colapso. Pensemos, en fin, cómo sería lograr que la población realmente se cagase de miedo de un día para otro en lo que se refiere a la amenaza del Cambio Climático, sólo por un tiempito, no más que por enderezar el futuro de sus hijos… Sería facilísimo, si lo pensáis. Dado que ya existen asociaciones terraplanistas, ya hay colectivos anti-vacunas y ya hay cientos de millones de necios que se creerían lo que fuere que aparezca en sus pantallas con tal de que resulte llamativo, impactante y ruidoso, es que estamos preparados para comernos cualquier cosa. La catástrofe, en el s. XXI, es cool, secretamente todos estamos deseando el Armagedón… 

“El colapso”

Como en el libro de Amin Maalouf (El siglo después de Beatrice), lo primero que habría que hacer es formar una conjura, a la que llamaremos “El Club de los Sensatos”. A esa conjura deben pertenecer los mayores filántropos de la Tierra: científicos, hombres influyentes, grandes fortunas que hayan saboreado bien a fondo el vacío existencial, Greta Thunberg y acaso otros “espíritus libres”, por decirlo con el léxico de los ancestros. Lo difícil viene después, al tratar de vencer las resistencias de la CNN, Al Yazeera, del monomaniaco de Zuckerberg -el Amo del Calabozo-, del viejete de Rupert Murdoch y del atrabiliario de Putin para que se nos sumen a la confabulación (pero a Vladimir es que le encantan las confabulaciones)… Superadas esas “pequeñas” trabas, ya no quedaría más que abrir los informativos de todo el mundo y saturar las redes con la fuerza visionaria de Wells, seguida con la voz de Orson -que me imagino de potencia consantinoromeresca- y de unas secuencias tipo El colapso: de repente, el planeta entero estaría sometido a olas de calor brutales, a ciclones e inundaciones, millones de pobres y refugiados estarían asaltando la frontera de los países ricos, tendría lugar un incremento exponencial de las muertes por dengue, paludismo, malaria y ébola (covid-19 variante omega también, por supuesto), se declararía la ruina de las grandes cosechas, una desertización escala Arrakis, el retorno de la plaga de la vaca loca, el agotamiento total de las reservas de combustibles fósiles… el Antropo-obsceno, en fin, desenmascarado hasta sus últimas consecuencias, pero gracias a una simulación global. Acto seguido, todas esas buenas personas corrientes y molientes que un momento antes ponían su fe en un tipo que salía en Youtube a contarles que con sus técnicas exclusivas de trading iban a pasar a ganar 10.000 euros al día sin formación alguna y dejando que la maquinita funcionase sola 24/7 encanecerían súbitamente y se meterían sin dudarlo en sus casas para siempre a probar si los cables del router, de la fibra móvil o de su flamante Alexa se pueden comer… Los ultraricos, en cambio, cogerían sin demora su avión privado para viajar a las parcelas de clima templado que tenían previamente compradas para cuando vinieran mal dadas y Brad volvería con Angelina, acojonaito, y Melinda con Bill. Greta Thunberg sería elevada a la máxima responsabilidad mundial, con la ONU en una mano y el control de las emisiones de CO2 en la otra (el Borbón ofrecería su intermediación con los árabes para implementar las energías renovables…) 

A partir de ese momento, barra libre absoluta para el Club de los Sensatos. Se acabó la tontería. Se acabó eso de Pedro Sánchez, aquello de que “es que la tarifa de la luz se decide más allá incluso de Europa…” Se acabó el Metaverso y la Realidad Aumentada, se acabó la economía financiera y la doble contabilidad, ya no hay más mundo que el analógico y el escatológico, pero este último debe venir siempre después del primero, no como hasta ahora. Palo y tentetieso, noocracia platónica, utopía wellsiana. Al fin la especie humana haciendo frente como una piña a los verdaderos desafíos del presente, en vez de jugar a que estos no existen, y a que sólo el dios de la tecnociencia puede salvarnos…. Ya no hay clases, ni etnias, ni relevancia de género, ni nacionalidades o banderías o Superliga. Ya no hay ni Jeff Bezos ni Elon Munsk, ni Jair Bolsonaro ni Donald Trump, ni la Repsol ni la Monsanto, ya sólo está nuestro Hogar, la Tierra, nuestro lucero, el Sol, y Al Pacino interpretando eternamente el monólogo de Shylock en El mercader de Venecia de William Shakespeare…  

Es una pesadilla, sí, una pesadilla de la imposición del Bien por medio del control de las conciencias, pero creo que no una pesadilla indigna del insigne e imaginativo autor de El hombre invisible, La máquina del tiempo, El nuevo Maquiavelo, Anticipaciones, La guerra de los mundos o La isla del Doctor Moreau.


[1] ¿Y qué se cree que son, si no, todas esas basílicas, catedrales, iconos, frescos, etc., que decenas de millares de turistas visitan por toda Europa cada verano? Pues el aparato propagandístico del poder espiritual pero sin duda también terrenal más amplio y hegemónico que se ha conocido en el mundo tras el Imperio Romano. Una catedral gótica, en efecto, en nada tiene que envidiar respecto a efectos especiales o recursos tecnológicos a un informativo actual. La diferencia estriba, si acaso, en lo que apuntara Aldous Huxley en 1958 en su Nueva Visita a Un Mundo Feliz, hablando de otro asunto, acerca de que “(…) el desarrollo de una vasta industria de comunicaciones en masa, interesada principalmente, no en lo cierto ni en lo falso, sino en lo irreal, en lo más o menos totalmente fuera de lugar. En pocas palabras, no tuvieron en cuenta el casi infinito apetito de distracciones que tiene el hombre”. Satisfacer ese apetito de distracciones e irrealidad será, en mi opinión, lo que marque la diferencia entre las actuales redes sociales y las viejas religiones monoteístas, o entre acudir en bermudas a visitar la catedral de Chartres y freírla a fotos o matar adversarios dentro de una virtual en el Assassin´s Creed… 

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