Halcones de la noche

Fotografía de Sarah Moon

La pantalla se apagó justo cuando una voz robótica anunciaba: operación exitosa. Llovía con intensidad y las gotas se convertían en ríos de agua cuando chocaban contra la superficie de la ventana. Era el piso más alto de aquel rascacielos así que el impacto se hacía más violento. Lin estaba sentada junta a un gran ventanal. Llevaba una camiseta negra y ropa interior blanca, se abrazaba las piernas mientras miraba la ciudad y se fumaba un cigarrillo. Después de cada operación se ponía muy tensa, daba igual si habían sido dos o diez horas, pero el humo y las sucesivas caladas conseguían calmarla. Era algo bastante anticuado, eso de fumar cigarrillos no electrónicos. De hecho, a veces tenía que esperar un par de meses hasta que su tabaco orgánico llegaba por correo.

Aquella tarde había tenido una operación oftalmológica sencilla. El paciente era joven, sano, pensaba que del interior del país, aunque en aquel momento los datos se le confundían en la mente. La intervención solo había requerido cuarenta y cinco minutos más media hora de preparación del software, así como los controles rutinarios que la máxima autoridad sanitaria establecía en ese tipo de operaciones. Volvió la cabeza hacia el interior de su apartamento; allí estaban su ordenador y el robot que le permitía ser cirujana, y forrarse. No había mucho más en la habitación, le gustaba que fuera así, para no tener ninguna distracción mientras estaba en acción. Dejó el cigarro al borde del cenicero para que se apagara solo. Lo único que odiaba de aquel tabaco consumible era el olor. No le gustaba aplastarlos ya que le daba la impresión de que luego los dedos le olían más fuerte. Estaba anocheciendo, la tensión se había transformado en nerviosismo y no sabía dónde meterse. Podía trabajar un poco pero no tenía demasiadas gestiones que hacer aquella semana.

Fotografía de Sarah Moon

Hacía diez años que había aprobado el examen de acceso a la Universidad Central, desde entonces su beca le obligaba a dedicarse en cuerpo y a alma a su trabajo, ser la mejor. Pensó en llamar a su madre. Llevaba más de dos meses sin responderle las llamadas. Era imposible hablar con ella sin que le recriminara haberse ligado las trompas de Falopio, impidiendo que un zigoto se implantara cual parásito en su útero. Llamarla requería abrir la caja de pandora, y no calmaría su hastío.

Decidió que lo mejor era salir a dar una vuelta. Se puso unos pantalones de lino blanco y una camiseta que dejaba su ombligo al aire. Hacía mucho calor. Pensó en ir a la zona antigua de la ciudad pero le quedaba un poco lejos, se acababa de mudar a unas horas del centro, en una nueva extensión de aquella ya enorme metrópolis. Bueno- se dijo a sí misma -, cerró la puerta y salió a la calle sin ningún destino en concreto. No era un barrio muy vivo, situado a dos manzanas de una gran avenida donde se concentraban los buses, las bicicletas, las personas, todo. Pensó en fumarse otro cigarrillo pero en realidad tenía la boca seca, no le apetecía.
A unos cien metros vio a un hombre joven en traje de chaqueta entrando en el único bar que parecía abierto. El local estaba vacío pero se le antojó que lo que necesitaba era una cerveza, o quizás un poco de ginebra. Las luces eran tenues así que no llegaban a iluminar del todo el espacio. Se decantó por un licor que había probado recientemente y le había gustado. En menos de un minuto desde que cerró la aplicación, salió el vaso por una cinta transportadora, ya apenas quedaban camareros, era una pena. En la esquina había una cámara a la que sonrió brevemente, como si estuviera posando. Las mesas tenían un estilo extraño, como las banquetas en una antigua hamburguesería estadounidense, de falsa piel y acolchadas. Había una mesa inamovible y rectangular en el medio. Claramente era una mesa para más de una persona pero no quería sentarse sola en la barra. Las banquetas tenían un respaldo bastante alto, creando una sensación de cubículo que no era demasiado agradable.

Fotografía de Sarah Moon

Al levantar la vista de su vaso vio a una mujer de unos cincuenta años, iba vestida de modo tradicional, aunque había algo muy moderno en su estética. Se acercó al chico de la chaqueta y le dijo algo al oído. Le sonrieron brevemente cuando se dieron cuenta que Lin les observaba. Ella estaba cansada y un poco triste, llevaba una temporada así, se le habían juntado demasiados sentimientos que no quería hablar con nadie. El chico seguía solo, quizás su cita le había cancelado. Como si le leyera la mente, se dirigió hacia ella, andando lentamente, como con duda. ¿Me puedo sentar? Antes de acabar la pregunta ya había apoyado el vaso sobre la mesa y tenía la cadera girada hacia la izquierda dejando su nalga en disposición para sentarse. Sí – dijo una dudosa Lin.

¿Qué te trae por aquí? No esperas a nadie, ¿no? – le dijo antes de dar un sorbo a su bebida. No, he venido a tomar algo – Lin se mojó los labios y su garganta hizo un ruido raro, se sonrojó.

Ah, ¿sí? – sonrío al darse cuenta – Yo no, he venido porque este sitio me gusta mucho. Se puede decir que en cierta manera te esperaba a ti. A Lin le pareció la manera menos atractiva en la que podía mostrar interés, pensó en irse. Me llamo Michael… sí, es verdad. Lin se sorprendió un poco de su mandarín perfecto, sus rasgos eran claramente orientales pero su actitud y su nombre parecían de otra parte. Y me gustaría acostarme contigo, aquí – le dijo mirándola a los ojos. ¿Cómo que aquí? – Lin no le dijo que no.
La conversación se mantuvo breve y concisa en los siguientes minutos, casi monosilábica, hasta que Michael se levantó, tendiéndole la mano y dispuesto a descubrirle los secretos de los que le había hablado unos segundos atrás. Era un hombre atractivo aunque no necesariamente guapo. Tenía unos dientes perfectos, una sonrisa amable, ojos profundos. Su pelo estaba demasiado peinado para su gusto pero parecía alguien perfecto con quién tener sexo casual: le costaría poco esfuerzo, no le volvería a ver en su vida, tenía buen físico y parecía limpio. Lin le siguió, excitada.
Al final del local había una puerta de cristal por donde se había esfumado la mujer. A escasos tres metros había una librería, Michael la movió gradualmente con relativo poco esfuerzo, dejando descubierta una escalera de madera. Así que es uno de estos sitios – dijo Lin con una mueca algo divertida. Las puertas secretas no era algo desconocido para ella. Conocía muchos bares con salas escondidas y todo de tipo de distracciones para adultos en aquella ciudad que se aburría con facilidad. No te hagas la sorprendida – dijo Michael mientras subía las escaleras, en esta ciudad os encanta jugar al escondite, eso sí, se paga caro.

Fotografía de Sarah Moon

Subieron las escaleras y pasaron por un pasillo, luego giraron a la derecha. “Wow” pensó Lin hablando consigo misma “salgo demasiado poco”. Aquello era bastante extravagante, como un hotel de lujo del siglo pasado, aunque no de los mejores. Las puertas tenías unas placas doradas con los números escritos. Al llegar a la habitación 14, Michael se paró y abrió la puerta con su reloj. La habitación tenía un decorado clásico, muebles de madera oscura y robusta, una gran cama con sábanas blancas y un cabecero de inspiración oriental. Lin se cansó de esperar y le besó. Se fundieron brevemente hasta que llegaron a los pies de la cama. Empujó al tipo que cayó con una risa un poco falsa, sentado. Se quitó la chaqueta y se desabrochó un poco la camisa. Lin se desnudó por completo muy rápido, su ropa se lo permitía. Estaba de rodillas entre sus piernas y le besaba con ahínco, en realidad le ponía más cachonda estar ahí con un desconocido que aquel hombre en concreto. Michael le cogió de los brazos y la paró en golpe. Le miró seriamente, aunque había una sonrisa incipiente en la comisura de sus labios: Me encantaría…me fliparía que me la chuparas así, yo, vestido y sentado en la cama, y tú, desnuda a cuatro patas. Lin se quedó parada, no le apetecía nada hacerlo, pero a la vez, llegados a ese momento, no quería irse a casa con las ganas de follar. Por otro lado, le gustaba el tono dominante, aunque no era del todo creíble. Tenía un pene bastante normal, así que empezó despacio, y luego aceleró…en realidad quería que la penetrara cuanto antes. No lo vio venir. Michael se disculpó por acabar tan rápido pero Lin no vio remordimiento real en su mirada. Enfadada, se fue al baño a escupir, y cerró la puerta de un portazo. Se puso un albornoz blanco colgado detrás de la puerta, no le apetecía salir desnuda después de aquel circo. También había cepillo de dientes y pasta, por lo que se lavó los dientes con ahínco. Cuando cerró el grifo escuchó la puerta de la habitación cerrándose. Será cabrón…- murmuró Lin para sí misma. Abrió la puerta del baño y comprobó que allí no había nadie. Se vistió rápidamente y cogió su teléfono. Acababa de recibir una notificación de la aplicación del bar, en la que literalmente le invitaban a aceptar los 200 dólares que el señor había pagado por sus servicios.

Fotografía de Sarah Moon

Lo quería matar. Lin estaba fuera de sí, salió de la puerta corriendo, esperando a encontrar a Michael aún en el bar. Bajó las escaleras, abrió la puerta-librería, y presenció una pareja que tomaba asiento en uno de aquellos cubículos. Casi como una bombilla que se encendía pensó en que aquello debía ser una casa de citas, un prostíbulo, o en abstracto, un lugar en el que la gente intercambiaba dinero por sexo. Aquel local tan particular, que no estuviera repleto una noche como aquella, la mujer con aires de madame, el desparpajo con el que él le había propuesto tener sexo, las habitaciones…Quería llorar pero se negaba. No se sentía así desde que había perdido la virginidad con aquel chico en la universidad, cuando su consentimiento se había ido difuminando, aunque en realidad nunca había existido. Ella lo sabía, la mujer del kimono – pensó entonces – sabía que ese hombre quería pagar por sexo ¿Por qué no le avisó? ¿Por qué dejó que él, o más bien, ella, siguiera en su confusión? Michael había desaparecido, así que solo le quedaba un lugar donde mirar. Empujó la puerta de cristal con fuerza, y se fue en busca de aquella mujer misteriosa. Lin gritaba a pleno pulmón. Pasó por la cocina, que seguía impoluta, donde un cocinero esperaba paciente su próxima comanda. Al fondo de aquel pasillo había una puerta de madera en la que aparecía el nombre de una mujer. Lin abrió sin avisar. ¿Qué es esto? – dijo mirando a aquella señora y señalando el mensaje que había recibido. Cuando aquella mujer levantó los ojos de su ordenador, Lin hizo el amago de acercarle la pantalla, pero para su sorpresa comenzó a hablar con un tono calmado, nada estridente, sin levantar la vista de su pantalla. Siento decirte que no me das pena, no es mi responsabilidad que una adulta entre en un bar y tenga sexo con un desconocido a los cinco minutos de conocerse. Las reglas están claras y escritas en nuestra aplicación, te ha debido llegar cuando has pedido tu bebida. Todo es perfectamente legal – al acabar su retahíla, finalmente, levantó los ojos. Lin se sonrojó brevemente y reaccionó gritando aún más. Quiero que se lo devuelvas, ese dinero no es mío, yo soy una profesional, una cirujana de renombre, y quiero que se sienta como una mierda, ¡tengo fotos de su pene! – Lin mintió. No creo que a una exitosa cirujana le interese asociarse con un sitio como éste – continuó con una mirada casi maternal. Aun así, no te conozco, no me pareces una mujer feliz, no le puedes culpar de eso a este hombre, ni a nadie.Lin se quedó parada, le hervía la sangre, sabía que nadie le había forzado a hacer nada, y aun así se sentía engañada. Sin dejar que se fuera, aquella mujer siguió hablando. Me recuerdas a mí. Algo ingenua, sin control sobre mi vida. Has debido de trabajar muy duro para llegar a donde has llegado, pero ¿y ahora qué? ¿es esta la vida que querías o la vida que tu familia diseñó para ti? ¿Cuándo fue la última vez que fuiste libre o te saliste del camino? Si quisieras, mañana te podrías ir de esta ciudad, sin billete de vuelta. Yo empecé como tú, alguien me tendió la mano y me dio la posibilidad de ser libre. Podrías trabajar, siendo médica, para nuestros clientes. Estamos abriendo una nueva clínica de bienestar en Estados Unidos, donde queremos dar tratamientos holísticos desde servicios sexuales hasta meditación. Podrías conocer un poco de mundo y un poco de gente, te he enviado un contrato y una ficha informativa a través de nuestra aplicación, por si te interesa. Se odiaba a sí misma pero ya había decidido.

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