El problema es que la realidad siempre es opaca, nos oculta cosas esenciales, sobre todo las motivaciones de los otros, lo que piensan, por qué hacen lo que hacen, lo que desean realmente, lo que hay detrás de sus palabras o de sus gestos. Pero no sólo eso. Tampoco podemos estar seguros de los hechos, de lo que ocurrió en el pasado o de lo que está ocurriendo ahora mismo, incluso aunque lo estemos presenciando y ocurra ante nuestros ojos, lo que no sucede la mayoría de las veces. Tenemos pistas, huellas, pero necesitamos el hilo de un relato para engarzarlas. Un relato que además nos cree la sensación emocional de que es verosímil, lo que nunca supone que sea cierto del todo. La ficción nos permite explorar posibilidades, distanciarnos un poco de lo que sentimos como cierto, quizá para poder distinguir mejor lo que puede serlo o lo que no es fácil que lo sea en absoluto. Es una posibilidad de distancia que permite contemplar mejor la vida, con más perspectivas, con más brillos. Una posibilidad de huida para poder seguir estando aquí.
“Escribo buscando siempre algo que, cada vez más, sospecho que no se trata de un placer estético, es decir, ando buscando la conciencia de que hay algo en alguna parte que es o podría ser más coherente, más hermoso y hasta más real que ese conglomerado de ficciones y conversaciones humanas que llamamos “realidad” y que componen la sociedad en la que vivimos”.
Juan Marsé