Escondite


Me gustaba jugar al escondite contigo cuando las tardes caían y la luna se atisbaba entre un horizonte de colores naranja. La luz empezaba a desaparecer entre los muebles ocres del estudio y ya no era tan fácil descubrir el destello de tu pelo cobrizo en alguno de los rincones. Todo comenzó el día que me di cuenta de que te gustaba sentirte perdida y que yo te encontrara, y que repetir ese acto te daba la seguridad de las barajas impares y los objetos imperfectos. Y después reías y reías, y me hacías el amor como si no me conocieras, como si mis ojos nunca hubieran sido mis ojos y fuera la primera vez que desabrochabas mi camisa. Las sabanas se acostumbraban al roce de tus pechos desnudos, y te sentías en calma. Todo recordaba al sabor del batido de vainilla que tomaba en aquella teteria cuando te conocí con uno de tus vestidos perfectos y tu pinta de frágil, tan femenina, y esos tacones que más tarde siempre pedía que te dejaras puestos aunque ninguna otra prenda se sostuviera ya en tu cuerpo.

Pero, una tarde como otra cualquiera, volví a contar hasta 20. Volví a buscarte tras la cama, en la bañera, detrás de la tele, entre cortinas de rayas… y salí corriendo en tu busca porque vi la puerta entornada y, a veces, habías jugado al despiste escondiéndote en el ascensor. Pero si hubieras estado allí esa noche nada de esto tendría sentido, y quizá nunca hubiera intuido que me gustaba jugar al escondite contigo cuando la tarde empezaba a caer.
*Las fotos que acompañan el texto son del fotógrafo Richard Avedon
Etiquetado en
Para seguir disfrutando de Hugo González Granda
¿Qué hicimos con el tiempo?
¿Qué hicimos ese año? ¿Dónde enterramos el tiempo? Un día recordaremos que...
Leer más
Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *