Hasta pronto, AMM

Muchos echaremos de menos aquellas mañanas que comenzaban leyendo “Escrito en un instante”, la alegría de encontrar una conexión interesante y amable: alguna información de otra ciudad soñada o de la que conocemos de cerca; una canción memorable; la referencia de una novela o un poema; escenas de la cotidianidad de un escritor que tanto apetece saber cuando gusta la literatura o apetece escribir. Muchas veces esa reflexión viajaba de inmediato a otros amigos o la recibíamos en el buzón de nuestro correo, mandada por otros. Esa es la maravilla que procura internet y que tanto disfrutamos.

Pero, al final, ni los mejores escritores se libran del juego de incentivos que siempre, a la larga, determina lo que hacemos o dejamos de hacer. No se libran de evaluar si compensa, de alguna manera, ese esfuerzo, esa exposición concreta que muchas veces no se sabe muy bien lo que aporta. Mucha gente quizá piensa que un escritor de éxito tiene que soportar cualquier cosa porque eso forma parte de los gajes de su oficio. Pero imagino que cada uno tiene su temperamento y hay gente que se siente más cómoda que otra en el fragor de una batalla irracional que quizá no pueda ganarse planteada de una cierta forma.

Quizá ha llegado el momento de volver a leer “Las armas y las letras”, como una vacuna necesaria, para coger perspectiva histórica, para darse cuenta de cómo una determinada situación económica y social, y los errores o la codicia de algunos, pueden hacer emerger ideologías de la sospecha, nutridas del resentimiento o del miedo o la envidia, que alteren el aire social y secuestren con sus memes hasta a las cabezas más privilegiadas. Algo que no debe volver a ocurrir. Que no debemos permitir que ocurra.

Te seguiremos leyendo, AMM.

https://hyperbole.es/2013/08/ventanas-sobre-manhattan/

https://hyperbole.es/2013/06/el-premio/

https://hyperbole.es/2012/12/canciones-de-otro-tiempo/

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“(…) Este blog, tal como ha sido hasta ahora, termina hoy. Se ha infiltrado en él la misma toxicidad política que lo inunda todo en España, y habiendo tantos foros ya donde cultivar el encono, donde sentirse afrentado, donde encontrar motivos meticulosos de discordia, no hay ninguna necesidad de que éste se mantenga abierto.

El enconamiento español no sería tan triste si no fuera tan estéril, tan inútil, cuando hay tantas cosas imprescindibles que hacer; tanto que cambiar para mejor, tanto que haría falta corregir con urgencia: mejores escuelas, universidades, centros de formación profesional que alentaran el talento, administraciones austeras, eficaces y transparentes, políticas de respuesta al deterioro ambiental, iniciativas económicas que aprovecharan lo mejor y lo más original que tenemos -la cultura, el patrimonio, una lengua supranacional- para crear puestos de trabajo cualificados: por no hablar de esa aceleración que se vivió en los campos de la investigación científica y que ahora mismo está siendo ahogada. En todas las peleas furiosas, extenuadoras de tan repetidas, jamás se discute de nada que sea de verdad importante. Qué tristeza. Me pregunto quién sale ganando en toda esta confusión.

En cualquier caso, yo prefiero no seguir contribuyendo a ella. Con la ayuda del gran Gotardo intentaré inventar alguna otra cosa que será más episódica, que tratará de cosas que nos gustan a los dos y a muchos de los que nos han acompañado aquí, pero excluirá rigurosamente la política.

Mientras tanto, y en agradecimiento por tanta compañía, me despido con dos regalos muy queridos para mí, un poema y una filmación musical. El poema, de Borges, resume mi ideario político. La filmación Jammin’ the Blues, es un testimonio incomparable de la alegría y la tristeza del jazz, y tiene como protagonista a uno de mis héroes, Lester Young (…)”.

 

LOS CONJURADOS

En el centro de Europa están conspirando.
El hecho data de 1291.
Se trata de hombres de diversas estirpes, que profesan diversas religiones y que hablan en diversos idiomas.
Han tomado la extraña resolución de ser razonables.
Han resuelto olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades.
Fueron soldados de la Confederación y después mercenarios, porque eran pobres y tenían el hábito de la guerra y no ignoraban que todas las empresas del hombre son igualmente vanas.
Fueron Winkelried, que se clava en el pecho las lanzas enemigas para que sus camaradas avancen.
Son un cirujano, un pastor o un procurador, pero también son Paracelso y Amiel y Jung y Paul Klee.
En el centro de Europa, en las tierras altas de Europa, crece una torre de razón y de firme fe.
Los cantones ahora son veintidós. El de Ginebra, el último, es una de mis patrias.
Mañana serán todo el planeta.
Acaso lo que digo no es verdadero; ojalá sea profético.

http://antoniomuñozmolina.es/2014/06/hasta-pronto/

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