Amores insomnes

“Te conviertes en cosas, puedes convertirte en una atmósfera, y si te conviertes, y lo incorporas en tu interior, también puedes darle la vuelta. Se puede poner este sentimiento en una imagen. Un pintor puede hacerlo. Y un músico, y creo que hasta un fotógrafo…

Yo lo llamaría soñar con los ojos abiertos.” –

Ernst Haas

La noche avanzaba y como en las películas, la maldita oscuridad caía sobre mi almohada como una caricia sin dueño, sin que supiera dónde diablos me encontraba. Pero no era de noche y tampoco estaba despierta porque si algo estaba, era soñando o eso creía. Donde quiera que me encontrase, estaba sola, desnuda, pendiente del reloj, tan impaciente como un personaje de los muchos que mi memoria trasnochada inventaba antes de bajar la persiana y sumirme en el laberinto de mis deseos más ocultos. Nerviosa, deambulaba sin rumbo por los recodos de una ensoñación que me hacía ver su cara borrosa en cada cara que me cruzaba, en cada gesto que dejaba atrás, en cada insinuación o roce prohibido de cualquier desconocido cada mañana en el metro.

Eran varias las noches que le esperaba. Varios los días que vagué entre brumas vestida de vísperas, viendo pasar el tiempo desde una cama que se me antojaba enorme, atravesando sueños y cielos de algodones, deseosa de continuar con esa fantasía gozosa que me acercaba a él, pero no…, el despertador sonaba y volvía a mi vida como una Cenicienta de ciudad cualquiera que olvida el zapato de cristal en la mesita de noche… Volvía a mi realidad, a la de verdad, intentando llenar ese vacío nocturno provocado por su ausencia, intentando bloquear la luz que se filtraba a través del estampado naranja de las cortinas, cerrando fuerte los ojos; luchando cuerpo a cuerpo con esos sentimientos de desesperación que como el goteo de un grifo mal cerrado me volvían loca.

Imagen de Yamasaki Ko-Ji

Mi vida seguía… el plato del microondas daba vueltas como mi cabeza… Todo podía esperar… el desayuno, el trabajo en la gestoría… mi marido…, pero no, yo no… Tenía que regresar a mi sueño, a ese sueño tan extraño como un iceberg en mitad del cielo. Tenía que volver con él al Hotel de las mil estrellas, a ese momento mágico en el que bailábamos desnudos esa canción de Battiato que ni siquiera nos gustaba y nos entregábamos con rubor. Placer prohibido, momentos pecaminosos que me daban la vida. Tenía que volver con él, él… Él que me comía la boca con avaricia en cada esquina. Él de cuya vida nada sabía, y que me había pedido huir, huir de nosotros mismos en un Alfa Romeo amarillo. Nosotros, unión entre dos seres de mentira, extraña serenidad, que hasta entonces no conocía, y que hice mía en aquellas habitaciones en penumbra, en un intento desesperado por negar la realidad, mi realidad de cada día: mi triste realidad.

“Atrévete, despójate de tus miedos, vuela. Libérate, te espero en esta orilla como la primera vez, como antes de conocerte. Si Penélope aguantó, también lo haré yo. Tejeré y tejeré un abrigo de ilusiones con el que cubrirte las noches de frio. Y entre puntada y puntada leeré a Homero queriéndote y deseándote.”

 Todavía le oigo…

No necesitas equipaje, ven…

Hasta que llegó el maldito insomnio, ese querer soñar y no poder; poder y no querer…. Una y muchas yo, tan distintas, prisioneras todas… y mi maleta roja cargada de noches en vela junto al quicio de la puerta… Impaciente, nerviosa mirando el reloj con la luz encendida, incapaz de abandonarme al sueño, incapaz de abandonarme a mi suerte, a mi mala suerte… Temblando, como si alguien me hubiera puesto cabeza abajo en una noche de cielos bajos y calles desconocidas.

 Imagen de Yamasaki Ko-Ji

Y una carta a mi marido, tantos porqués sin explicación, frágiles caprichos a los que abandonarme con desgana. Y otra vez, mi cama, ahora otra… y esa almohada sobre la que la noche cae de bruces y mis ojos apretados con rabia recuperando fragmentos de ese pasado, contándole mis secretos a las estrellas… y el pasillo al fondo, estrecho y largo como una carretera en el desierto, y un Alfa Romeo que despacio escapa sin mi… y yo caminando lentamente por calles grises, ajena al rumor del tráfico en dirección al kiosco de música. Un escenario sin música, sin público como aquella primera vez. Y a su alrededor, sillas de lona vacías, el susurro de los fantasmas. Sólo fantasmas y yo prisionera de mi….

*Foto de Yamasaki Ko-Ji

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