“El tercer policía”: los círculos infernales según Flann O´Brien

Flann o`brien

Desde Dante Alighieri en el s. XIV no sabía yo de ningún literato que se hubiera atrevido a describir el infierno hasta que he conocido a este Flann O´Brien, irlandés algo posterior a Joyce pero a quien Joyce leía. Y es que mira que son raros los escritores irlandeses, pero lo compensan porque también son sumamente originales, y O´Brien (que ni siquiera es su nombre, sino uno entre sus muchos pseudónimos) casi se lleva la palma. En este libro, que apenas es una novela ni posee género definido -al menos, lineal sí es-, O´Brien teje una pesadilla que tiene reminiscencias de Lewis Carroll y también de Franz Kafka, con algún toque de G.K. Chesterton y también de H.P. Lovecraft, que son todos autores que con toda seguridad conocería, como si mezclándolos todos nos hallásemos ante un cocktail literario inaudito, en algunos de sus tragos difícil de beber y con efectos secundarios psicotrópicos, alucinógenos. Para decir unas cuantas palabras acerca de él voy a tener que cometer algún spoiler, pero es que ya la contraportada de Nórdica libros incurre en este mismo defecto, y además no estoy muy seguro de recomendarlo al paciente lector, ya que muchos pasajes son desconcertantes, otros aburridos incluso en su delirio y todos, absolutamente todos, locos como una cabra y dos regaderas. El infierno no sería el infierno si no poseyese también sus monotonías…

 

policemen

 

A mí me gustan los libros de fantasía adulta, por así llamarlos, del estilo de aquel genial y constantemente sorprendente de Gonzalo SuarezRocabruno bate a Ditirambo. Pero esto es demasiado. Es como un Stop making sense de los Talking heads desde la segunda página hasta la penúltima, sin freno. Ya digo que ni siquiera es una novela, porque, de serlo, de entrada serían dos, y la segunda de ellas se desarrollaría únicamente en las notas a pié de página. Sin embargo, incluso en su monstruosa manera de ser, era de algún modo necesario que “El tercer policía” existiera, para que la imaginación humana no se permitiera ningún terreno sin hollar, y para que dispusiésemos de una versión del infierno a la altura del s. XX. Los párrocos de las aldeas medievales inventaron durante siglos muchos infiernos físicos y morales para asustar a sus pobres feligreses, pero eran todos infiernos horrendos, espeluznantes, pródigos de tormentos y oscuridad y dotados además de la más aterradora de las cualidades: eran incuestionablemente eternos… Aquellos astutos curitas, en su casi analfabetismo, sabían muy bien como sujetar a sus fieles, y no ahorraban en toda clase de metáforas a la hora de hacer sentir a su rebaño la infinita extensión de tiempo que implicaría la eternidad. El infierno de O´Brien, en cambio, no es un infierno exactamente moral, pero sí físico o más bien donde lo físico se desdobla en mental, y desde luego no contiene sólo tormentos y oscuridad, sino heteróclitas maravillas desquiciadas y desquiciantes. Es el infierno que se corresponde a la inflexión subjetiva de la filosofía moderna, y está repleto de percepciones equívocas y locas, muchas de ellas prodigiosas y probablemente localizadas solo en la conciencia criminal de su protagonista. Es un infierno también eterno, seguramente, pero de una eternidad en espiral, como si fuese la eternidad propia de las circunvalaciones cerebrales de un demente.

 

Componentes de The first Bloomsday el 16 d3 Junio de 1954: John Ryan, Anthony Cronin, Brian O’Nolan (a.k.a. Flann O’Brien), Patrick Kavanagh y Tom Joyce, primo de James Joyce.

 

 

Pero lo más curioso, para mí, es lo que Flann O´Brien nos insinúa acerca de la función de las finalidades con que se dota a sí misma una vida cualquiera. El protagonista cree tener una finalidad, y se aferra a ella, pero el resto de los personajes de su pesadilla de ultratumba no, se limitan a flotar como en una pecera de incertidumbre y satisfacción. Y seguramente sea ese el elemento que más inquieta al lector y que abona en ocasiones su apatía. Que persistamos en una especie de tonta existencia onírica pero sin nada definido que hacer, nada que buscar o desear: eso es propiamente un infierno en el marco de la conciencia subjetiva moderna, el infierno del hastío o de la inanidad, aunque dé lugar, aquí, a pequeños portentos. O´Brien lo deja caer casi al final del relato: “el mundo entero parecía no tener finalidad salvo la de encuadrar aquella casa”. Somos nuestras finalidades, nuestras metas, e incluso el protagonista espera o anhela algo distinto a lo que pertenecer después de la muerte, en los pasajes más líricos del texto. Pero todo ello queda prohibido finalmente por el tercer policía, que yo conjeturo que es el Diablo, un Diablo parsimonioso y tranquilo que lleva el rostro de nuestro pecado y que está extraña y anómalamente obsesionado con las bicicletas…

 

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6 Comentarios

  1. No se me habría ocurrido sacar una lectura tan dantesca de este libro, pero desde luego sí lo recomendaría a pies juntillas.
    Es tan imaginativo y deliciosamente absurdo que pasar cada página es casi como empezarlo de nuevo. Además,hace gala de finura en el humor muy propia de aquellos lares.
    Estupendo, sin duda

  2. says: Trilce

    Muy buen análisis sobre una lectura arriesgada, de acuerdo con todo la incertidumbre, la finalidad, la subjetividad y sobre todo con el planteamiento de Brien sobre el siempre.

  3. says: Óscar S.

    En todo “siempre” dotado de memoria está ya el infierno, por eso el cristianismo (esto no estaba en la religión griega, que pensaba que todo acaba y se renueva) incurre en paradoja: otorga al muerto culpable una vida eterna, pero de sufrimientos sin fin… O’Brien no es tan cruel, porque su protagonista al final cae en amnesia y vuelve a empezar la espiral. Un poco como en la doctrina de la reencarnación, pero quedando todo en la mente del sujeto…

    1. says: Javier Ortega

      Completamente de acuerdo en que se trata de una novela muy recomendable, junto con Dos pájaros a nado (At-Swim-Two-Birds), que fue leída y admirada por Borges (y sólo por otras 244 personas, por lo visto, en veinte años), por Graham Greene, que hizo que se publicara comparándola con Tristam Shandy y el Ulises, Samuel Beckett, que le llevó un ejemplar a Joyce (el cual también elogió la novela), Dylan Thomas…
      El tercer policía, que se publicó póstumamente, tras el fracaso de ventas de At-Swim-Two-Birds, es un ejemplo del desencuentro entre los grandes autores y los lectores del momento que, aparte de esos 244 que compraron la novela (aunque algunos fueron excepcionales), no supieron reconocer el genio de O’Brien.
      Además, alguien que inventó los cubitos de whisky helados para no aguar las copas merece la pena que sea leído…

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