“Currents”: Tame Impala y la nada como atractivo

Si hay un disco que catalogar como la sensación del verano, por lo menos a juzgar por lo que está dando que hablar, ése es Currents, tercera ración en largo de los australianos ‘Tame Impala’. Este grupo que salió a la palestra en 2008, ha gozado desde entonces de un apoyo excepcional por parte de críticos y modernos de todo pelaje, y se les puede situar sin titubeos como primeros referentes de la actual renovación generacional de la psicodelia. No es para menos, Kevin Parker y sus chicos han dado, cual expertos químicos, con el ajuste estequiométrico entre guitarras al punto de ácido y magmas de sintetizadores en la proporción óptima de densidad y fluidez; haciendo que sus temas no resulten ni demasiado rudos ni demasiado tímidos, siendo fácil digerirlos y aún más fácil mandarlos a tu lista personal de ineludibles sin necesidad de pensárselo mucho.

Pero hete aquí que lo de ser el ejemplo a seguir, lo de que te surjan imitadores a patadas (algunos con mejores ideas que tú) y lo de mantener algo parecido a una planificación creativa (al menos un par de años entre disco y disco, mientras que otros por el estilo se atreven incluso con dos al año, tal y como hacían sus maestros en los 60) han hecho que los ‘Tame Impala’ hayan tenido que pensar más de la cuenta tratando de continuar su carrera en la buena dirección. Las demandas del oyente actual son inescrutables, y cuando tu parroquia crece exponencialmente se desborda la presión ejercida sobre ti. La banda se encontraba en ese momento puñetero en el cual has facturado un debut con estilazo (Innerspeaker, 2010) y en el segundo disco encima lo mejoras (Lonerism, 2012). Con pupilos avezadísimos pisándoles los talones (creo que Sun Structures, de Temples, es el ejemplo más claro), tocaba seguir haciendo lo mismo, sin excusas, o dar el típico golpe de timón hacia algo diferente, a riesgo de que no te salga nada bien. Al escuchar Currents no se sabe si se han tomado demasiado en serio lo de las expectativas o demasiado poco. Lo más esperable es que Parker y compañía hubieran tomado el camino de la electrización completa (curioso, el cambio de sonido desde el rock a electro o synth pop es muy habitual, pero no al revés). Pero como eso era demasiado obvio, han decidido que ni pa’ ti ni pa’ mí, y han hecho de ello el concepto del disco.

La cosa se extiende a todos los niveles: pasa por lo formal (lo mismo da un escarceo prog de más de siete minutos que fragmentos aislados de uno), lo rítmico (el disco está formado exclusivamente por medios tiempos), lo lírico y, por supuesto, lo puramente musical. Como lo de Elephant estaba muy bien pero había que superarlo, la apuesta deliberada del álbum ha sido la de eliminar cualquier atisbo de single, pero sin llegar al punto de convertir la cosa en puramente experimental, porque eso también está muy visto ya. La cuestión era, una vez más, de proporciones. Para ello había que empezar por despejarse de todo lo que potencialmente encauzara el sonido por los derroteros más directos y reconocibles: adiós a los guitarrazos y a los condimentos sesenteros. Posteriormente había que cuidar que las melodías se comportaran en consonancia y eludieran cualquier eco beatleliano; lo de captar a la primera no está bien. Igualmente había que vigilar que confiar la mayor parte de sonido al sintetizador y los efectos electrónicos no provocara un viraje excesivo hacia la moda ochentera, en cuyas fauces se cae sin que se dé uno ni cuenta, pero tampoco se debía manifestar un rechazo tajante frente a ella, porque entonces no habría evolución como grupo. Al final, el asunto era peliagudo hasta el grado en que con tantos factores a observar, la única herramienta de trabajo con la que se podía dar un paso al frente de forma sorprendente era la nada. No en el sentido de no hacer nada sino en el de hacer algo de ella. Había que hacer un disco vacío, sin melodías demasiado interesantes, sin fuertes contrastes rítmicos ni picos de intensidad, lo más homogéneo posible en cuanto a producción, discreto pero terriblemente atractivo. Había que mantener el lado alucinógeno del grupo pero sin descontrolarse. Vamos, que había que demostrar que si se es un genio, es porque eres más listo que nadie y tu siguiente movimiento ha de descolocar y obnubilar por igual a los que esperan algo de ti.

Y ésa es, ni más ni menos, la sensación que me provoca Currents, una vez tras otra. Durante su escucha me pregunto simultáneamente cómo es posible que manteniendo un carácter tan monótono, con una línea melódica tan pobre y con la acumulación de teclados prácticamente como único recurso, pueda crearse una masa de sonido tan seductora; y cómo es posible que esta banda, que tenía una fórmula efectiva y potente aún no demasiado explotada, hayan sido capaces de cambiarla así y de dar por válida una cosa tan anodina alegando que, si cuela, cuela. Bien, pues cuela y no cuela: no sé si cada canción está repleta de detalles sutiles o si carece por completo de ellos en cuanto se analiza un poco; no sé si hay una falta preocupante de inspiración melódica o si dicha inspiración es la que no hacía falta; el conjunto es repetitivo pero no puedo dejar de escucharlo; no sé si se han pasado de listos o si, efectivamente lo son.

Ante esta situación, lo único que se puede hacer es reconocer que ‘Tame Impala’ han fotografiado el momento de la música actual con un ojo tan certero que el momento son ellos mismos. Por eso no me queda otra que recomendar este condenado disco a quien aún no lo haya catado, so pena de estar desactualizado y out; y dejar que el tiempo me diga qué demonios hay que hacer con él.

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3 Comentarios

  1. says: Óscar S.

    Claro, es sólo el precursor desde el punto de vista viejuno. Pero tu mención a la psicodelia (y en varios artículos que he consultado sobre este grupo que nos has presentado) me ha recordado una vieja intención mía de investigar la música psicodélica, pero un vistazo a la cantidad de bandas bajo esa rúbrica en Wikipedia me disuadió por completo. Tampoco tenía facultades para ello, y para colmo no soy nada psiconauta. No obstante, el título iba a ser ese: “Syd Barrett no estaba loco”…

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