“No solo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce [son infinitos] los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo.”
JORGE LUIS BORGES, La Casa de Asterión
“Mirar casas es un arte. Hay que desarrollar un modo ver cómo se asienta cada edificio en su paisaje natural o urbano. Hay que descubrir cuánto espacio le toma al mundo, cuánto mundo desplaza.”
EDMUND DE WAAL, La Liebre con ojos de Ámbar
En un momento de El Barrio, delicada suma de destellos literarios, maleabilidad lógica e investigaciones geométricas coleccionada por el portugués Gonçalo M. Tavares, se pregunta el ebrio Señor Henri, uno de sus habitantes, acerca del infinito: “¿Será posible que una casa tenga una de las paredes con un ancho interior de diez metros y que por fuera mida solo cinco? Mi concepto de infinito es éste: una caja que por dentro mide 20x10x10, y que por fuera mide 10x5x5″.
Esto, que podría pasar por una más de las numerosas chanzas que sazonan la obra de Tavares, es sin embargo una de las coincidencias literarias (correspondencias, prefiero llamarlas yo) más afortunadas con las que he topado, en primer lugar porque constata cómo desde orígenes geográfica y culturalmente muy dispares, y persiguiendo metas artísticas a priori muy alejadas, se puede acabar recalando en el mismo concepto, hecho más probable cuanto más universal sea dicho concepto; y en segundo lugar, porque ser sorprendido por estas correspondencias es uno de los pequeños grandes placeres que proporciona la experiencia artística a quien la vive, en este caso como lector.
Y es que La Casa de Hojas, el mastodonte con el que que Mark Z. Danielewski quiso sentar la novela americana (por extensión, la narrativa) del Nuevo Milenio, parte precisamente del mismo punto que la idea del Señor Henri: cuando Will Navidson, recién instalado con su familia en un inmueble de Ash Tree Lane, descubre una anomalía que hace que la anchura interior de la casa sea de 6 mm más que la exterior, comienza un proceso obsesivo que le lleva a adentrarse en un pasillo (aparecido donde antes no lo había), que resulta ser un abismo oscuro, inconmensurable y cambiante donde todo es posible, distorsionándose la percepción del espacio-tiempo. Para lograr transmitir esta sensación, Danielewski recurre a un polimorfismo exacerbado que es uno de los dos motivos por los que su novela ha dado tanto que hablar. El otro es su descarada voluntad de erudición.
Si bien un objetivo claro de La Casa de Hojas es dinamitar cualquier aparato literario conocido, su razón de ser primordial es la misma que la de todas las grandes novelas: analizar la relación del hombre y su naturaleza. En este caso, naturaleza que se manifiesta en el entorno de la casa. Dice Lewis Mumford en su excepcional ensayo La Ciudad en la Historia que la vida humana se mueve entre dos polos: movimiento y asentamiento. Con la creación de ese mundo insondable que es la casa de Ash Tree Lane, Danielewski persigue crear un conflicto entre esos dos polos, haciendo que el asentamiento (la casa) se vuelva movimiento, y ese movimiento sea el que paradójicamente deja a los personajes irremisiblemente anclados al lugar, esto es, asentados. En varios de los capítulos de El expediente Navidson, que ocupa casi toda La Casa de Hojas, se analiza el fenómeno de la casa partiendo de un enfoque en particular, lo que permite ir conformando una visión panorámica a la vez que se mentan diversas ramas de la ciencia, el conocimiento y la creación (desde la mitología, la Historia y la arquitectura a la física y la geología). Lo que se pone así de manifiesto es cómo cualquiera de ellas permite alumbrar rincones de esa oscuridad donde se mueven los personajes, que es la casa, el mundo, ellos mismos; a la vez que se exploran formas inusitadas de discurso narrativo y construcción de caracteres. Si el lenguaje es la casa del ser, parece pensar Danielewski, y esto va sobre la casa y sobre el ser, por qué no jugar con el lenguaje.
También Gonçalo M. Tavares, de forma mucho más sencilla y grácil, crea atrevidos contrastes entre el movimiento y el asentamiento. Mientras el Señor Valery y el Señor Calvino son muy asiduos al paseo (a moverse, a trasladarse), otros como el señor Walser (paradójicamente, trasunto de Robert Walser, conocido por sus paseos) se afanan en mantener su casa arreglada. El señor Swedenborg, por su parte, en una serie de abstracciones ilustradas que recuerdan a los poemas que con tanto ahínco buscaban los protagonistas de Los Detectives Salvajes, cuestiona diversos ámbitos espaciales y les da entidad a través la percepción emocional de los mismos. Hay también en ellos una clara vocación por transgredir el formato habitual de la prosa, mucho menos acusada que en la obra de Danielewski, pero no por ello menos emparentada.
El Señor Calvino llega incluso a encontrar el infinito en una de sus correrías. De nuevo el infinito como referencia última del hombre en el espacio, como aglutinador de todos los espacios. Tanto La Casa de hojas como El barrio (que es la conjunción de varias casas) indagan a su modo en la interacción con el lugar que habitamos, de qué modo somos nosotros quienes construimos el lugar y el lugar el que nos construye, así como en la constante búsqueda de un lugar que nos sea propio, aquél al que podemos llamar casa.
Y partiendo de la casa como unidad humana básica, se puede aumentar la escala hasta configurar una ciudad (lo que, de nuevo en palabras de Lewis Mumford es un recipiente de recipientes), y continuar así hasta alcanzar las resonancias míticas del laberinto de Asterión: el asentamiento que se mueve permanentemente, el mundo como la casa total.
REFERENCIAS:
Mark Z. Danielewski: La Casa de Hojas (Ed. Alpha Decay)
Gonçalo M. Tavares: El Barrio (Ed. Seix Barral)
Lewis Mumford: La Ciudad en la Historia (Ed. Pepitas de Calabaza)
Jorge Luis Borges: Cuentos Completos (Varias editoriales)
Edmund de Waal: La Liebre con Ojos de Ámbar (Ed. Acantilado)
Roberto Bolaño: Los Detectives Salvajes (Ed. Anagrama)
https://es.wikipedia.org/wiki/El_hotel_infinito_de_Hilbert