Esta mañana, en la oscuridad de la M-30, llovía, pero la lluvia no era púrpura. Sin embargo, da la sensación de que Prince vivía en esa ficción, en la ficción de sí mismo encerrado consigo mismo componiendo una avalancha de canciones en miniatura. Mi admirado Josele Santiago lo ha dicho por la radio, en una opinión pregrabada: era todo tan perfecto en lo que hacía que uno se pregunta si Prince vivía realmente o sólo trabajaba. A mi se me antojaba un duendecillo erotómano y pop, satisfecho con la vida que llevaba en su seta de fantasía pero siempre disgustado con el prosaico y rudo mundo exterior. Si el signo de la música actual (Sign o´ the Times…), como yo pienso, no es este o aquel estilo determinado, sino precisamente una incesante fusión de estilos, de la misma manera que Umberto Eco afirmaba que el idioma predominante de Europa había sido la traducción, Prince habría sido uno de esos crisoles máximos, sobre todo en los ochenta. Ayer murió, también a solas consigo mismo, según parece, y el grifo de la invención se ha cerrado definitivamente; yo le prefiero hoy recordado en uno de sus temas más populares y también más “duendecillos”, por así decirlo:
https://youtu.be/VPwm6YHmlFU