“Con pleno conocimiento del origen aumenta la insignificancia del origen, mientras la realidad más próxima, aquella que está alrededor y dentro de nosotros, comienza poco a poco a mostrar los colores y bellezas, los enigmas y riquezas de un significado… que la humanidad Antigua no podría siquiera soñar.”
Friedrich Nietzsche, Aforismo 44 de Aurora.
Si las montañas tuvieran percepción (lo que es lo mismo que decir: si tuvieran alguna clase de integridad orgánica), sentirían que el tiempo pasa muy rápidamente. En un abrir y cerrar de ojos, han pasado mil años. Los hombres, en cambio, tenemos una vida lenta. Como los cambios de todo tipo se suceden a nuestro alrededor y en nosotros mismos, los vamos acumulando en el espesor de nuestra existencia. Nada hay más exasperante, pero a la vez más humano, que el aburrimiento. Acostumbrados a las alteraciones, los hombres las echamos de menos cuando estamos tranquilos. Sin embargo, al contrario de lo que se piensa habitualmente, el tiempo pasa más deprisa en los ratos muertos de la vida, porque en ellos no sucede nada significativo. Son intervalos geológicos, que no dejan memoria, y, por tanto, no cuentan, como los de las montañas. Es como lo que señalaba Thomas Mann en algún lugar de La montaña mágica, cuando el tiempo se estancaba en su sanatorio perdido para el día a día de Hans Castorp, mientras que, en retrospección, los años habían pasado volando para él, puesto que la rutina los superponía en su memoria unos a otros y al cabo parecían todos iguales. Lo mismo sucede con la frase arrogante que Lou Reed inscribió en la portada del LP Berlín, de los primeros años setenta: “Mi semana es como tu año”. Quiere decirse, supongo, que su semana era tan rica en incidentes (y en experiencias de drogas, también) que dejaba un poso semejante al de un año corriente del quiet man, o sea, del ciudadano medio. Según este punto de vista, para el Lou de entonces un año entero de calendario debía de hacerse larguísimo…
De manera que es al contrario de cómo lo metaforiza el sentido común. Los periodos geológicos son veloces, los tiempos vitales son morosos. Un niño de siete años recuerda perfectamente cada rincón que ha visitado y lo que en él se ha dicho y hecho, porque para él siete años son una eternidad concreta, casi imposible de abarcar. “Dentro de un millón de años” es una distancia temporal que puede provocar vértigo en la mente de un soñador, pero en realidad es un suspiro fugaz desde la perspectiva del Universo. Alguien muy concienciado con el destino del Hombre, un filántropo, un humanista, sentiría una nausea irreprimible con sólo imaginar la idea de un millón de años más de historia humana. Pues o bien dentro de un millón de años la humanidad se habrá extinguido desde hace mucho, o bien ya no restará nada nuestro en lo que podamos siquiera reconocernos, pensará. Mozart, París, el chiste del loro… se habrán olvidado irremediablemente, tal vez no por el mero y mecánico desgaste del tiempo, sino porque el acopio ingente de otros músicos geniales, otras ciudades con encanto y otros chistes legendarios habrán enterrado inevitablemente a Mozart, a París y al chiste del loro. Eso bajo la hipótesis de que no se haya extinguido la humanidad, de modo que todo lo que ésta ha amado y odiado se habría convertido definitivamente en polvo de estrellas. ¿Será ceniza de estrellas, “más tendrá sentido”? ¿Será no más que polvo, “más polvo enamorado”? El filósofo de ocasión, como el poeta meditativo, no podrán más que desesperarse ante la visión, que no obstante es dolorosamente real, de que están por pasar un millón de años más, y después de ese millón otro millón, y así hasta un enloquecedor y abrumador infinito…
Porque el millón de años previo a nuestro presente sí que parece tener sentido por sí mismo. La especie humana ha avanzado en cuerpo y alma, por decirlo así, extraordinariamente durante ese tiempo, que parece haber sido preciso como un crecimiento hasta nuestro estado actual. Pero después, ¿qué?… ¿hasta dónde, hasta qué podemos crecer, tanto que justifique no 500 años más de evolución biológica y cultural, pongamos por caso, sino un todo un vasto y descomunal millón? Teniendo en cuenta, además, que un millón de años de los hombres son mucho más duración de tiempo, como hemos visto, que un millón de años transcurridos para una estrella, cuyas modificaciones atómicas o subatómicas apenas dejan huella en ese tiempo. ¿Qué tareas, qué preocupaciones, qué esperanzas podría albergar todavía el ser humano dentro de un millón de años? Si son como el último millón de años, del que sólo tenemos una diminuta memoria consciente (y, seguramente, una profunda memoria biológica o corporal, en todo caso subconsciente), los hombres podrán repetir tareas, preocupaciones y esperanzas ya concebidas sin percatarse de ello. Pero si dentro de un millón de años se guarda aunque sea una síntesis muy abreviada del acervo de la experiencia humana pasada, entonces puede ser que la humanidad futura alcance la consciencia de que las tareas, las preocupaciones y las esperanzas no tienen fin, y se sienta como un anciano moribundo sin ganas ya de nada. Más aún: puede ser que esa conciencia incluya ya, en un recorrido de experiencia tan enormemente largo, sucesivos cansancios y rejuvenecimientos, decadencias e invasiones bárbaras, en una medida tal que la memoria del propio ciclo resulte agónica, como una función de teatro tan repetida hasta la saciedad que ya no ilusiona a nadie…
Isaac Asimov, en su novela El fin de la eternidad, imagina un futuro en que la tecnología hará posibles los viajes en el tiempo, y la dedicación de la humanidad futura será corregir el pasado, es decir, introducir los desvíos necesarios que hagan perfectos cada uno de los episodios del pasado. Esta es una salida original e ingeniosa: si el futuro no trae nada nuevo, renueva entonces el pasado. Por su parte, Jorge Luís Borges elucubra en su cuento El inmortal una vida tan larga que finalmente lo olvide todo y el último hombre pase a ser de nuevo el primero, el bardo Homero (Borges no piensa ni por lo más remoto en Adán). Esta, en cambio, es una solución más trillada pero menos inverosímil, al menos, que la de Asimov. Sea como fuere, parece que tenemos cinco escenarios posibles para lo insondable del futuro lejano e incierto, todos tan fantasiosos como los de Asimov o Borges, desde luego, pero tales que difícilmente pueden ser pensados otros muy distintos –se trata aquí de agotar todas las posibilidades pensables, no de jugar a pronósticos o profecías:
1- Dentro de un millón de años de la humanidad no queda ni rastro. Los hombres no han sido capaces de superar la “adolescencia tecnológica” a que se refería Carl Sagan y han perecido. El Universo, como un gran maestre de las fallas valencianas que quema alegremente lo que tanto esfuerzo le había costado crear, ya tiene otros ases en la manga y algo se está agitando pugnaz en las entrañas de la materia (o de la Nada).
2- Dentro de un millón de años la humanidad persevera pero desea suicidarse como especie a causa del exceso de memoria que le impide creer en el mañana, en que haya un mañana del mañana. El desenlace querido por Borges no se da, la amnesia no es posible, y nuestro destino resulta schopenhauariano, es decir, pesimista y horrible.
3- Dentro de un millón de años la humanidad persevera pero en formas de existencia que nos resultan del todo inconcebibles hoy, de modo parecido al enigmático bebé del final de 2001, odisea del espacio de Arthur C. Clarke. Otras dimensiones, otras temporalidades, otras maneras de percibir, etc. No lo encuentro en absoluto creíble, y, en cualquier caso, ya no seríamos nosotros, como cuando aprendemos a hablar y ya somos incapaces de recordar cómo era el mundo sentido sin lenguaje, es decir, cuando éramos precisamente bebes. El ser humano ahora y ese ser humano futuro serían inconmensurables, y además esta idea tiene mucho de embeleco religioso, en el sentido de que, en vez de indagar en el problema, aporta una respuesta más problemática aún por constituirse en una vaga promesa de lo desconocido.
4- Dentro de un millón de años la humanidad persevera pero no cambia demasiado, puesto que la invención y el uso de tecnología cada vez más avanzada tuvo su punto de inflexión a finales del s. XX y desde entonces eso es lo que hacemos, lo que ocupa nuestras vidas: jugamos al juego cada vez más sofisticado del poder y del erotismo tecnológicamente, porque nunca caducan para las sucesivas generaciones que empiezan en ellos, pero no ya al de la sabiduría, que, como vimos en el punto segundo, sólo conduce a la tristeza, al fin de la curiosidad y a un callejón sin salida.
5- Dentro de un millón de años la humanidad persevera y Dios al fin se manifiesta y arma el espectáculo de cinco estrellas del Juicio Final. Se había olvidado de nosotros, pero no de Jordi Hurtado, que es contratado como presentador. El resto de los pobres humanos lo agradecen infinitamente en lo que tiene de novedad inesperada, porque también ellos se habían olvidado de las religiones, y así todos terminan en el Infierno, que al menos está más caliente que el Universo en progresivo enfriamiento entrópico.
Esto último era una broma, naturalmente. Como conclusión, sólo se me ocurre recurrir a la cita de Nietzsche que figura como epígrafe, un aforismo corto que gusta mucho al filósofo italiano Gianni Vattimo. Nietzsche estaba pensando en el origen, sí, pero también en el arché de los griegos antiguos, que significaba a la vez principio, fuente y soberanía. Lo que venía a indicar, entonces, es que aunque conociésemos perfectamente cuál es el fundamento de todo, como la ciencia, la mitología o la filosofía han dicho desear desde sus orígenes, ese descubrimiento tan grandioso no robaría interés, sino todo lo contrario, a lo fundado, a la realidad tan variada emanada del fundamento. Habría, igualmente, que vivir… y que vivir en lo real inmediato. Para nuestras intenciones (las intenciones de este texto, quiero decir), podríamos, pues, cambiar la palabra “origen” del aforismo de Nietzsche por “futuro” y probar a volverlo a leer de otra manera, por ver si la desoladora pesquisa que nos ha traído hasta este punto ha servido verdaderamente para algo:
Con pleno conocimiento del futuro aumenta la insignificancia del futuro, mientras la realidad más próxima, aquella que está alrededor y dentro de nosotros, comienza poco a poco a mostrar los colores y bellezas, los enigmas y riquezas de un significado… que la humanidad futura no podrá siquiera soñar.
Se nota que eres un auténtico filósofo ¡Pensando en dentro de mil años! Me gusta el final. Yo no me preocuparía más allá de cien años y solo, egoistamente, por mis posibles descendientes más cercanos. Además no creo que vayamos a llegar mucho más lejos. Pero, efectivamente, nos queda el ahora. Que le den al futuro.
Llamaremos a eso una postura punk, pero de punk que ha procreado…
Si te refieres a género humano como somos, no estaremos. Eso es claro. Evolucionados sí -creo- hasta el punto de no parecer nosotros, quizá.
Humanos no.
Vida inteligente que “dirija” el/los planetas, sí.
Y para ellos seremos un hito en la historia de SU evolución. Habrá libros de texto centrados en nosotros como “El inicio de la inteligencia” igual que nosotros estudiamos las bacterias y protozoos como el inicio de la vida (un periodo realmente largo donde mayormente no pasó nada. O sí) Así, sus estudiantes nos confundirán con los gorilas en los exámentes (sí, serán exá-mentes, porque se examinará “en la mente del estudiante” -mediante electrodos wifi, claro- si los conocimientos están o no, y si están correctamente colocados) igual que los de ahora confunden los periodos Devónico y Cámbrico.
Cierto que sus mentes estarán mucho más desarrolladas -quizá conectadas a un ordenador (como ahora pero naturalmente, sin un móvil en la mano) donde podrán hurgar los curiosos y los expertos. De modo que nuestra cultura e idiosincrasia como seres humanos perdurará. Nuestros grandes hitos permanecerán ocultos, aunque accesibles para quien los busque. Quedará registro de nosotros como lo que somos y algún experto de dentro de un millón de años publicará un artículo hablando de nuestra música “las canciones de nuestros ancestros” (para venderlo bien) donde se podrá escuchar a Mozart o los Rolling…o todo lo que se haya digitalizado alguna vez. Seguramente no lo entenderán, o escucharán todos los sonidos a la vez…no sé. Nosotros tampoco sabemos nada de la música de los protozoos. Quizá la tengan.
En lo demás, habremos colonizado la luna y demás planetas vacíos que nos vengan bien (40.000 años (/luz) tampoco son tantos en un millón, así que nos habrá dado tiempo a perseverar en la obtención de energía limpia y viajar a otras estrellas con otros planetas parecidos a los habitables en nuestro sistema. Habrá un desarrollo tecnológico tal que no podemos imaginarlo. Al ganar espacio y recursos, nos extenderemos por la galaxia -y por otras galaxias con el tiempo- hasta colonizar el universo entero. (pero eso nos llevará algo más de un millón de años)
Talmente como un cáncer o un depredador. Lo que somos.
Y la “gente” “irá” a trabajar de un modo u otro, y se pondrá retos y luchará por ellos y a unos les irá bien y a otros mal, pero a la mayoría bien, por eso creceremos, aunque no seamos nosotros. Seremos parte de ellos de algún modo. Sabrán que todo empezó aquí, en la Tierra. Con nosotros. (hace 10.000 años, una pizca para ellos). No está mal.
(Aunque me gustaría más que fuéramos exactamente nosotros, y que se escuchara una bachata en Beltegueuse, o un concurso de vialacteavisión (que duraría dos años) y a un humano respondiendo un correo con bb king de fondo.
Me ha gustado el artículo. como ves, mezclo opciones de tus posibles respuestas. Me gusta por poética la aniquilación, volver a ser polvo de estrellas, que es de donde vino todo. Muy epanadiplósico todo, todo un volver a empezar. No nuestro plan, sino el del universo en expansión-contracción-como un-corazón muy grande.
Muy grande todo.
Quizá, pero a más largo plazo. Dijiste un millón solamente, no la eternidad -que es eterna o pasiempre. Por eso no escojo la opción uno.
Descarto la cuatro porque remite a la dos y descarto la dos porque es contra natura que un cáncer se suicide. Nunca hemos sido tantos, y seguimos creciendo. Igualmente,descarto que se opte por la no-sabiduría. Se optará por la sabiduría que convenga para la ocasión, como se ha hecho siempre (eso no creo que vaya a mutar en uno o 10 millones, o 200, de años) por eso descarto la cuatro.
Así que por descarte de la cinco que impones tú, me he de quedar con la tres. ¿cómo que embeleco pseudo religioso? ¿de verdad quieres -QUIERES- saber de verdad, qué va a pasar?
(¿y te importa?)
O es un juego de especulación, de proyección, de fantasía…o la pregunta es absurda. Realmente todas las propuestas son “vagas promesas de lo desconocido” no veo por qué alguna puede ser otra cosa. Lo que sí veo en la tres es un poco de exageración. Como dije, mezclo propuestas tuyas y hago una mía. 😉
Para ser “idéntico” te veo con una gran confianza en el porvenir de lo “distinto”… ;-P
Si somos un cáncer, o un depredador… ¿cuáles son las células sanas, o las presas? ¿todo lo demás, nosotros mismos? Yo más bien pienso que somos una especie con una ingente capacidad de organización, por encima de todo. Eso explica que seamos tan capaces de hacer víctimas en nuestro beneficio (el cáncer no saca nada de sus metástasis, y el tigre es tan pobre que solo caza para comer en el momento), pero también de prometer esas inmensas conquistas que tú adivinas. Sin embargo, a mi la tres es la que más me convence, aunque sea la que menos me gusta. No puedo creer en la evolución (¡ni siquiera Darwin creía en la “evolución” propiamente dicha!), y menos si la memoria del pasado sigue disponible, así que, de no habernos extinguido, jugaremos a vivir en su forma más básica con las herramientas más avanzadas. O sea, lo conocido de formas desconocidas, que es, creo, una buena síntesis…
Gracias por tu gran comentario, agudo y bonito, y además he aprendido lo que significa “epanodiplosis”…
Es el momento… el instante es la fuente de todo… incluso de la felicidad. El pasado huele a muerto… y en cuanto al futuro… yo no me preocuparía demasiado… ni siquiera por el aburrimiento mortal de muerte… queda tanto por destrozar…
La 4, quizir…