Los veinte años que transcurren entre las dos soluciones de las Villas que diseña para sí mismo Otto Wagner en Viena, ejemplifican el tránsito entre dos siglos de manera evidente, como ha sabido contar Carl E. Schorske en su texto Viena Fin-de Siècle. Política y cultura. Y ejemplifican, además, la mutación de los valores de la representación formal de las Villas residenciales de la periferia de la capital Imperial, una vez trazado el Ring de circunvalación urbana sobre la vieja muralla medieval.
Claro que Wagner, nacido en Penzing en 1841 y fallecido en Viena en 1918, representa sobre sí mismo y sobre su propia obra la inflexión imparable del tránsito del siglo XIX al siglo XX, del que Wagner sólo llega a descubrir las ventanas de la extinción del Imperio Austro-húngaro, tras la primera Guerra Mundial. Es elocuente de esa transformación y de esa encrucijada, el monumento del Káiser Francisco José de 1909. Donde se formulan dos lenguajes antitéticos y puede que imposibles, como ocurriera años atrás con el monumento de Karl Frederic Schinkel del berlinés Kreuzberg de 1815 a 1821, que combina elementos de hierro con lenguajes neogóticos.
Titulado en 1857 en el Colegio Técnico de Viena, Wagner amplia estudios en Berlín en 1860, en la Academia de Construcción, para concluir en la escuela de Arquitectura de la Academia de Viena entre 1861 a 1863. Años en los que diversas transformaciones sociales y el impulso de nuevas técnicas constructivas formulan el cierre estilístico del legado histórico y formal de los viejos valores y la aparición de alternativas formales de ruptura. Incluso la mutación productiva que sobre la producción artesanal abriría el incipiente maquinismo y que daría paso a esa pretensión de combinación de industria y artesanado en el Wiener Werkstätte creado por Josef Hoffmann en 1903. Un Wiener Werkstätte, que combinaría los viejos oficios artesanos con las nacientes técnicas industriales, todo como prolongación del Arts and Crafts de Morris, y como el anticipo de la Bauhaus de Gropius.
Es por ello que algunos manuales, insisten en el carácter precursor de Wagner en la arquitectura que se desarrollaría posteriormente. Tanto que la nómina de sus discípulos destacados van desde Adolf Loos a Josef Hoffmann y desde Josip Plecnik a Josef María Olbrich. Wagner cabeza visible de la llamada ‘Escuela de Viena’ que bebe en un clasicismo muy alterado en paralelo con la disolución de formas de representación imperiales y burguesas, iniciaría el tránsito hacia las nuevas vías expresivas de la gran ciudad. Nueva ciudad y nuevas realidades, tematizadas por los nuevos transportes en los que trabajaría Wagner, y por la Abstracción que corroe los apacibles cimientos del Imperio. Como ejemplifica tanto su magisterio en la llamada enfáticamente ‘Wagner school’, como su lección inaugural en la Academia de Viena en 1894 con la advocación de la ‘Moderne Architektur’.
Una posición de avanzada por una parte, y de cierre de un legado por otra, que le emparenta con hombres en la encrucijada, como Berlage, Van de Velde o Behrens. Y que le vincula con los hombres y nombres activos de esa Viena finisecular: desde Freud a Hofmannsthal, desde Schnitzler a Schoenberg. Y que le lleva, en 1897, a abanderar la creación de la Secesion, junto a Olbrich, Hoffmann, Gustav Klimt y Kolo Moser. Piénsese que el lema del grupo artístico, no dejaba dudas de su carácter de ruptura, al afirmar: “Der Zeit ihre Kunst, der Kunst ihre Freiheit” (“A cada tiempo su arte, y a cada arte su libertad”) como rezaba en el frontispicio del Palacio de la Secesión en Viena, obra de Olbrich.
La primera de las Villas wagnerianas de 1886, en el 26 de la Hüttelbergstrasse vienesa, se produce desde una apacible formulación clasicista, tanto en su planta como en su lenguaje. Una planta simétrica y ordenada en perfecta armonía y composición palladiana, y con un tratamiento formal del pórtico principal, en disposición tetrástila y en orden jónico, escalinata monumental y pérgolas laterales, componían una unidad formal atada, claramente, al pasado. Incluso la posterior incorporación de piezas ornamentales como esa estatua irónica de bronce, en el pórtico principal, de Palas Atenea, alterada y erotizada no deja de fijar la inquietud que el proyecto manifiesta sobre sí mismo y el futuro venidero. Visible, por otra parte, esa inquietud que se avecina en las vidrieras de un de las alas laterales, donde Wagner instalaría su estudio desde 1900. Unas vidrieras, claramente Secesión, con el nombre de ‘Paisaje de otoño en el bosque de Viena’ obras de Adolf Böhm. Pues, eso el otoño que se avecinaba.
Veinte años más tarde, en 1905 y en la misma Hüttelbergstrasse 28, se produce la solución de su segunda vivienda junto a la primera Villa, anclada en una melancolía inevitable de lo que se abandona y pasa. Solución nueva que ha perdido el énfasis clasicista de la primera, y que ya sólo deja ver una caja silenciosa de triple altura, con el cuerpo lateral y posterior saliente de la loggia. Sin el pórtico majestuoso de acceso de la primera de las Villas, sin referencia a los órdenes clásicos previos, la segunda de las Villas, expresando la contención formal que se había abierto paso, desde lo predicado por uno de sus discípulos, como fuera Adolf Loos con la publicación en 1908 de ‘Ornamento y delito’. Contraste del jambeado y la simplificación desplegada en los accesos, desde la solemne escalinata y de los huecos regulares y regularizados. También el pórtico cubierto de la primera de las residencias, contrasta con la simplificación de la entrada en la segunda; con el recercado triple y la vidriera del hueco superior diseñada por Kolo Moser, sobre una carpintería de aluminio, como ya había utilizado el año anterior en el edificio de la Postparkasse. En clara alusión a los valores desplegados desde 1897 por el movimiento Secesión, en la construcción de la llamada por Adolf Loos como ‘ciudad tatuada’.
Un tatuaje, como síntesis expresiva y lingüística de los excesos del hiper-decorativismo y de la profusión formal que lidera la Secesión y que propaga toda la nómina del Art Nouveau por Europa. Todo ello como una escapatoria visual y cultural, en vísperas del hundimiento definitivo del viejo orden imperial y del parricidio freudiano, como cita Schorske.