Annie Ernaux: Nobel y lluvia

Con Ernaux (Lillebone, 1940, aunque su infancia y juventud transcurriera en Yvetot, centro vital de su impulso literario y núcleo de sus indagaciones escritas), Nobel de Literatura de 2022, vuelve a ocurrir como con la lluvia: que nunca lo hace a gusto de todos. Por más que haya quien quiera emparentar la lluvia con las lágrimas que se vierten en ocasiones, por fenómenos diversos, como algunas de las precisiones que sobre la escritora se han producido.

Las disensiones que suelen acompañar la concesión de los Nobeles literarios no se han quebrado este año con el reconocimiento de la escritora francesa, ejemplo de la autoindagación como motor de la escritura y que ha adquirido presencia en Francia de manera paciente y lejos de los fenómenos mediáticos, por más que haya sido reconocida por autores diversos como Emmanuel Carrère, Virginie Despentes, Édouard Louis o Didier Eribon. Los armarios vacíos, la primera obra de Ernaux, en 1974 se produce en clave de ficción convencional, campo que abandona 10 años después, en 1984, para comenzar el recorrido autobiográfico que la ha llevado al premio Nobel por el campo de la autoficción y de la literatura de. Aunque ella prefiera hablar de escritura autosociobiográfica, para dar cuenta de un continuo proceso de ajuste de cuentas con su pasado obrero, su presente de mujer incomprendida, su posición política radicalizada, su estructura familiar y su experiencia final de desclasamiento social a pesar de la promoción experimentada. En la clave “del desagarro que supuso pasar de la clase dominada a la clase dominante”, expresión que sólo revela su posicionamiento político con la Francia insumisa de Melénchon, y no una verdadera situación de miembro de la “clase dominante”, absurdo social que no se corresponde con su posición estricta de profesora de Lenguas a distancia y escritora de cierto éxito. Por más que practique una crítica –¿resentida?; llega a decir que: “He tenido enemigos de los que estoy orgullosa. Venían de la derecha, pero también de la izquierda caviar. Ahora ya no se atreven, pero durante mucho tiempo me masacraron”, contaba en 2019, año en el que fue laureada con el Premio Formentor – a la izquierda tradicional –hoy en declive y que ella llama despectivamente Izquierda caviar–. Por más que abomine del éxito social y prefiera, por ello, vivir, desde mediados de los 70, en la nueva ciudad Cergy-Pontoise, un lugar abstracto y gris, que eligió por carecer de historia: “Sé que parece una contradicción, pero esta urbe sin pasado era el único lugar donde me sentía bien. Las ciudades históricas me recuerdan a una larga tradición de exclusión social. Aquí podía vivir sin sentirme sometida a ese determinismo”. Una mixtura variada y diversa entre el yo y el nosotros como asuntos narrativos, y, finalmente, según Rodríguez Marcos una bifurcación “entre el obrerismo narrativo de Claire Etcherelli y del materialismo sociológico de Pierre Bordieu”. Y ese es el trasunto que se desprende del editorial excepcional –por lo raro que es, que el periódico independiente dedique tales materias simbólicas a cuestiones literarias– de El País del 7 de octubre a la premiada Ernaux: Una Noble con clase. Clase Obrera, habría querido decir –posiblemente Jordi Gracia, responsable de Opinión y conocedor de las entretelas literarias–, para legitimar el valor de la premiada. Una premiada que viaja entre “la exploración moral y la agudeza clínica…manteniendo en vigor un sentido de clase trabajadora –sin el menor rasgo de autocompasión– y una audacia cierta para contar la experiencia femenina”. Para acabar reconociendo un casi imposible, que “su simpatía por la izquierda política está sometida en la escritura a un estricto control de calidad literaria”. Control de calidad literaria sobre lo que, la propia Ernaux fija como proceso y como objetivo: “Y quizás el verdadero objetivo de mi vida [confundiendo vida con obra] sea este: que mi cuerpo, mis sensaciones y mis pensamientos se conviertan en escritura, en decir, en algo inteligible y general, y que mi experiencia pase a disolverse completamente en la cabeza y en la vida de los otros”. Escritura somatizada dentro de esa autoindagación que se muestra como escritura.

Pero una autoindagación, en clave bien diversa de la practicada por Marcel Proust. En Proust la indagatoria propia no es tanto sobre la autenticidad de lo escrito y no verificable –como ocurre con Ernaux que asume esa condición y se proclama así misma como escritora y escritura autosociobiográfica–, sino sobre la capacidad formal del estilo como reflexión y trayecto. Una escritura del yo –bien diferenciada en ambos casos– que, en el caso de Proust –como ha señalado en su trabajo Roland Barthes, Marcel Proust– experimenta un salto cualitativo con la muerte de la madre del escritor. De igual forma, podríamos decir que con Ernaux, la muerte del padre –viejo tendero de Yvetot y protagonista indirecto de El lugar– opera como resorte que abre viejos fantasmas y viejas rencillas que acaban por reivindicar un lugar otro de esa pequeña tienda del norte normando. Y desde ahí, dar pábulo al razonamiento de la Academia Sueca al otorgar el Premio a Ernaux por “creer en la fuerza liberadora de la escritura…, así como por el coraje y la agudeza clínica con que destapa las raíces, los alienamientos y las limitaciones colectivas de la memoria personal”. Incluso ese inventario-Vademécum de pesares y dolores –como en un manual de autoayuda o como en un consultorio sentimental– que lista el comité sueco: “aplaude el tratamiento que la escritora hace de temas como el amor, el pudor, la humillación, los celos o la identidad”. Recuento ampliable a más f actores, como la mediocridad de la familia, el aborto clandestino que sufrió a sus 23 años, el sexo en la edad adulta, el final del amor, el Alzheimer de su madre, su cáncer de mama y los cambios en la sociedad francesa. Una memoria de perdedores, según la galardonada, ya que: “El premio representa algo inmenso teniendo en cuenta mis orígenes…Pienso en las personas oscuras, en mi familia. He escrito para los que han luchado mucho”, ha dicho la escritora, considerada una especie de guardiana de la memoria por rebuscar en su intimidad y destriparla desde su infancia, además afirma que “la literatura debe ser política. Tiene que ser sencilla y servir como un cuchillo”. Y desde este lugar, se mueve Ernaux: entre la narrativa, las ciencias humanas, la experiencia de clase y el compromiso social.

Cuando hasta hace pocas fechas algunos apostaban por el reconocimiento del –también imposible– Michel Houellebecq como compensación al área francófona, no reconocida desde 2014 en que Patrick Modiano fue galardonado, algunos pensaron “No se atreverán en Suecia”. Y ello, a pesar de que Houellebecq es tan perdedor como Annie Ernaux, pero su discurso político no es homologable al ‘compromiso social ernauxniano’. He ahí algunas claves.

P.S. Existe un trabajo español imprescindible para el conocimiento de la obra de Ernaux. Me refiero al de Moisés Mori, Estampas de la vida de Annie Ernaux. Diarios de lecturas 2005-2008. KRK, 2011

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