Cuando el crítico Kenneth Tynan afirmó que la publicación del Sgt. Peppers Lonely Heart Club Band constituía un momento decisivo en la Historia de la civilización occidental, no muchos acertarían a augurar que tenía toda la razón. Pero cuando se cumple medio siglo de aquel acontecimiento, podemos confirmarlo sin dudar.

La obra magna de los Fab Four es solo el estandarte, la punta del iceberg, la cara más visible de lo que la calenda que ahora conmemoramos supuso a nivel cultural. En los años inmediatamente pasados hemos celebrado la salud de hitos concretos, Like a Rolling Stone, Sound of Silence, Pet Sounds, pero si hiciéramos lo mismo para la temporada que nos ocupa acabaríamos seriamente desbordados, por lo que es mejor cogerlo todo en bloque.

 

 

Los mismos Beatles parieron a finales de año Magical Mystery Tour, que no tiene el peso conceptual de su hermano mayor pero puede considerarse casi un greatest hits de la banda. Tal era su influencia por aquél entonces que en el primer programa televisivo de transmisión vía satélite a nivel mundial estrenaron por todo lo alto All you need is love. La fecha de emisión, el 25 de junio, lo convierte prácticamente en la inauguración oficial del Verano del Amor, el de Scott McKenzie y las flores en la cabeza.

 

 

Puede parecer absurdamente nostálgico o idealizado, pero hay que reconocer que acontecimientos como éste supusieron un espectacular avance en el camino hacia la progresiva aceptación social del disfrute de la libertad individual. No hacía mucho que Martin Luther King había abierto la veda, el feminismo cogía carrerilla, Stonewall estaba al caer. En los 60 convivían un conservadurismo heredado de la postguerra con una revolución socio-cultural (y no precisamente la china, aunque fuera contemporánea y algunos artistas occidentales dieran bien la murga por entonces) que sentaba las bases de lo que habría de venir para quedarse. Cierto es que las posteriores crisis de los 70 provocaron que los 80 echaran freno y marcha atrás, pero el sustrato estaba sembrado.

Para hacernos una idea, en 1965 Sonrisas y Lágrimas ganaba el Óscar principal. Dos años después lo hacía En el calor de la noche, contra El graduado y Bonnie & Clyde. Cada una de ellas es un punto y aparte: la primera en la lucha contra el racismo (junto a Adivina quién viene esta noche, de la misma hornada también), la segunda en el despertar sexual (Belle de jour desembarcaba igualmente por entonces), la tercera en la llegada de la violencia explícita al cine, y en la consecución de una forma de rodar radicalmente nueva. En 1968 el Oscar volvería a las andadas con Oliver, pero la partida del tiempo se la ha ganado 2001.

 

 

Claramente había dos mundos compartiendo momento, uno en vías de extinción, el otro sentando los referentes para la segunda mitad del siglo: el de David Hockney pintando A Bigger Splash, el del icono fotográfico de Marc Riboud, el de Gabriel García Márquez alumbrando Cien años de soledad. Todos los espacios creativos se expandían en paralelo a la agitación social, pero ninguno simboliza ese cambio como lo hace la música.

1967 es la fecha más relevante del S. XX a nivel musical, junto con el estreno de La Consagración de la Primavera en 1913. Durante sus doce meses, las jovencísimas formas populares englobadas en el término genérico “rock”,  pasaron por derecho propio a ocupar su sitio en la primera línea de la cultura, es más, pasaron a confirmarse como el medio de expresión artística más definitorio de los tiempos venideros. Lo hicieron gracias a la acumulación de una serie de discos que trascienden su propia calidad musical, que es inmensa, para convertirse en piedra angular de movimientos que aún no habían surgido.

 

 

Los mentados discos de los Beatles (entre ellos el considerado más importante de la Historia) son aún hoy fuente de inspiración para cualquier clase de género; el debut de The Doors, los dos discos de Jimmi Hendrix (Are you experienced? y Axis: Bold as Love) y el Disraeli Gears de Cream son fundamentales para entender el surgimiento de bandas como Led Zeppelin y Black Sabbath, precursores del hard-rock y el heavy metal; la psicodelia alcanzaba su punto cumbre, que no es otro que el The Piper at the Gates of Dawn, primer disco de Pink Floyd, quienes serían posteriores reyes del rock sinfónico y progresivo, género que a su vez nacía con el Days of future Passed de The Moody Blues; The Rolling Stones se convertían en sus satánicas majestades; The Velvet Underground & Nico, con su plátano de Andy Warhol por bandera, abría la puerta a la vastísima realidad contracultural que va desde el noise al punk, por no hablar de la liberación que supone a nivel lírico; Aretha Franklin versionaba Respect y cimentaba los modernos soul y rhythm and blues; el folk entraba en otra dimensión con Forever Changes y Love.

 

 

La lista de obras maestras de 1967 es interminable. Por no desmerecerlas, citaré algunas más: Big Brother and the Holding Company (Janis Joplin, vamos), Surrealistic Pillow de Jefferson Airplane; Safe as Milk de Captain Beefheart, The Who Sell Out de The Who. Y aunque no sacaran disco, los Brincos se hacían mayores, como single llegaba, entre otras, Nadie te quiere ya.

Leí un artículo muy acertado que conjeturaba, a raíz de la ristra de muertes ilustres del 2016, que el año presente será mucho peor. Lo hacía afirmando algo que por increíble que parezca es cierto: que todos estos mitos, por mucho que mantengan su actualidad e influencia, tienen ya 50 años, y que 50 años es mucho tiempo, el suficiente para que todos sus autores estén ya, si no en la tumba en la tercera edad (por cierto, David Bowie y Leonard Cohen también debutaron en 1967) y para que tengamos que aceptar que se está cerrando una era.

 

 

Esto es tan palpable como que la música y otras artes desgraciadamente pierden terreno en cuanto a su importancia social, en favor de la tecnología y la actividad deportiva. La propia música camina ahora hacia unos derroteros significativamente distintos de los que se fundaron o consolidaron medio siglo antes.  Pero es indudable que sin todo aquello no  habría llegado donde está ahora. Y el ahora le debe mucho más de lo que somos conscientes a aquel momento donde la cultura y su proyección en la mejora de la sociedad dieron un paso de gigante que no podemos sino agradecer eternamente.

 

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2 Comentarios

  1. says: Óscar S.

    Yo me quedo con la banana, pero sobre esta irrepetible portada del Sargent existe un libro que se pretende de filosofía rizomática pero que comenta todas las referencias la que infestan/pueblan: Esto no es música, José Luís Pardo.

    Formidable recordatorio.

  2. says: JOSE RIVERO

    Hay otro libro balance y recordatorio de los fulgores citados. La década prodigiosa (Alberto Corazón y Pedro Sempere), de ediciones Felmar. Hoy inencontrable.

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