Amor a(l asombroso) Spiderman

Once you fall, human nature is on you.

           Virginia Woolf

 A Spiderman se le puede querer, porque es el único de los llamados superhéroes que tiene alma. Stan Lee le dotó de una desde el primer episodio, y desde entonces no la ha perdido. Otros héroes encapuchados de las factorías del bowieano homo superior (Marvel, DC y alguna otra) tienen agallas, tienen capa, tienen mucho patriotismo o tienen garras de adamantium, pero un alma humana, tierna, casera y llena de incertidumbres sólo la posee Spiderman. Además, es un tipo positivo, como decía de él un duro comisario en un viejo número en el que el Tigre Blanco terminaba vapuleado y casi muerto. De niño, a mí, esa me parecía su parecía su mejor cualidad. Yo quería, claro, ser el más ágil (la agilidad es la principal característica de Spiderman frente a la fuerza de sus colegas de mallas), llevar máscara y hacer chistes malos a los villanos, pero sobre todo quería ser “positivo”, un término que luego el negocio de la autoayuda ha desvirtuado bastante. Ser positivo en Spiderman consistía en no creerse demasiado su papel, en pactar salidas airosas de las peleas, en hacerse amigos entre los otros superhéroes, en seguir siendo un veinteañero dulce y amable que se preocupa mucho por su anciana Tía May, y, ante todo, en ser una especie de héroe de barrio -neoyorkino, que está lleno de héroes de ficción mucho más poderosos- que cuando deja una nota la firma como “por cortesía de tu amigo y vecino Spiderman”…

 

 

Ahora van a pasarnos una nueva versión de Spiderman por la narices, otra versión en cine de la franquicia en la que se le ha jibarizado a unos tontorrones quince años o así. No sé qué tal va a funcionar, aunque siempre es mejor idea que tratar de oscurecer a Spiderman, convirtiéndole en un héroe ambiguo a la manera de The Punisher o bajofondero como Daredevil. La adaptación encarnada por Andrew Garfield, en cambio, me parecía perfecta, clásica y a la vez modernizada, muy superior al Spiderman ñoño del pasmado de Tobey McGuire. Hasta la indumentaria era la adecuada. Hablando del uniforme (es natural que los superhéroes lleven esos trajes más llamativos y emblemáticos, cuando sus rostros son tan genéricos y cambian tanto en manos de diferentes dibujantes): pienso que debe haber sido una auténtica tortura durante décadas para la parte gráfica de Spiderman trazar tantas redes en su cuerpo. Redes de líneas negras sobre fondo rojo de frente, de perfil, en escorzo, es postura acrobáticas, etc. Esa es la verdadera razón, creo, de que se le probasen otros atuendos, enormemente más sencillos de dibujar, entre los cuales el negro con insignia blanca, el simbionte, Venom, fue el mejor (pero lo bueno de Spiderman es que sigue siendo el humilde Spiderman incluso con el uniforme más fashion…)

 

 

En realidad, en un cómic de Spiderman de los de toda la vida encontramos quintaesenciada la moral masculina tradicional más acendrada sin necesidad de grandes tratados de ética more philosóphico. El mensaje más inmediato es este: los resentidos sobran en la gestión de la vida común, y el héroe es aquel que se enfrenta en nombre de todos al resentido que ha alcanzado poder, que es el realmente peligroso. Todos los “supervillanos” de Spiderman, en efecto, incluida esa gran caricatura del amarillismo periodístico que es Jonah Jameson, se mueven por la conquista del reconocimiento, quieren ser de la manera que sea los mejores en lo suyo sin verdaderamente merecerlo y que el mundo se lo crea a pies juntillas. Spiderman, en cambio, que sí se lo merece por oponerse a ellos y por no usar nunca sus habilidades para pisotear a los demás, no logra más que el reconocimiento esporádico de la gente anónima, que lo más que pueden hacer por él es agradecérselo y no tenerle envidia. Se trata de una ética muy elemental, de acuerdo, pero no hay, en mi opinión, ninguna que la aventaje entre las que conocemos más que si acaso en el aspecto secundario del refinamiento de su formulación. Los chavales, sin embargo, que nunca leerían a un filósofo o escucharían un sermón, la hallan clara, prístina, con sólo abrir las páginas de un tebeo barato con ilustraciones a todo color.

 

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Peter Parker es Spiderman, y a Peter Parker le hemos visto resfriado, sin trabajo, perdiendo los zapatos, llevando su ropa de calle en una mochila de telaraña y muriéndosele las novias en los brazos. Es esencial que Peter Parker permanezca pobre, porque, como decía Antonio Machado de las tierras de Soria, es porque es tan pobre por lo que tiene alma. Donde yo lo dejé, había dejado el Daily Bugle y se había hecho profesor de Física para adolescentes. Se supone que Peter es una especie de genio menor de las ciencias, pero por lo demás es un chico del montón, pelo marrón y ojos marrones. En la etapa gloriosa de Stan Lee y John Romita Sr. vivía en un apartamento pequeño que tenía una estatua de un indio americano en la puerta. Hacía guateques y vestía pantalones de pata de elefante. Públicamente, era perseguido por la justicia y por la prensa. Pero cuando se levantaba alegre, hacía lo que él llamaba “paseos en red”, hasta que se encontraba con algún lío, lo cual era inevitable. En los paseos en red disfrutaba de sus poderes como un niño y no paraba de pensar en sus cosas, evaluando su situación existencial concreta (yo creo que no ha habido nunca ningún superhéroe con tantos bocadillos de pensamiento).

Recientemente, a este chico tan optimista se las han hecho pasar canutas, e incluso parece que lo casaron para luego devolverle la soltería, y que lo mataron para luego medio-resucitarlo. No han entendido bien el personaje, me parece a mí. Peter Parker, Spiderman, está en general para alegrarte la vida, pero incluso cuando está profundamente jodido, que es a menudo, la naturaleza humana está en él.

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