El musical es un problema. Insertar números de canto y baile en una historia ya de por sí forzada es un abuso de la credulidad o la benevolencia del espectador. En esta caprichosa manera de desarrollar el drama reside la magia del musical, tantas veces asimilada a la magia del cine. El cine musical quiere realizar el truco definitivo: movimiento, imagen y música. Un mundo nuevo cuya grandeza debe encarnarse en una historia de amor. Creer y disfrutar de esta fantasía es mucho pedir para la generación que vive con Tinder, Netflix y Trump. Este año Hollywood ha tratado de dar una solución al problema del musical con la vistosa La La Land (Damien Chazelle, 2016). La película es espectacular y colorida, como los musicales de los años 30. Nos cuenta una historia de amor efímero, caduco, consciente de que los espectadores no pueden asumir la idea del amor eterno y todopoderoso, primer motor de la narrativa romántica. La música es un jazz sobrio porque no estamos para excesos, y una melodía rota parece confirmar la necesaria incompletitud de nuestra existencia. Claro que nos ha gustado La La Land, puesto que es tan bonita y triste como el newsfeed de Instagram y viene con acompañamiento musical.
Comprobada de nuevo la necesidad que tenemos de cantar y bailar, vengo a recomendar la serie Crazy Ex-Girlfriend (The CW, 2015). Rachel Bloom, actriz protagonista y creadora de la serie, lleva años utilizando distintos géneros musicales en sus vídeos para hacer comedia. Aquí Bloom explota una fórmula parecida, esta vez al servicio de una historia en la que el amor no es lo que parece. Rebecca Bunch, la protagonista, deja atrás una brillante carrera como abogada en Nueva York para perseguir a Josh Chan, su novio de adolescencia, hasta West Covina (California). Asumiendo, como La La Land, que ya no podemos creer en el amor como destino, la serie expone los lugares comunes del cine romántico – la protagonista neurótica, el chico ideal, el chico que de verdad le conviene – para desmontarlos. Esta solución al problema (del musical, de Hollywood, de las historias de amor) es distinta a la de Chazelle, y me atrevería a decir también que es mejor, e incluso que se disfruta más. Dime qué te emocionó de La La Land y te diré por qué debes ver Crazy Ex-Girlfriend.
Los números musicales. En La La Land hay más bien pocos. Una gran coreografía, un número coral, uno de claqué, el solo de Mia (Emma Stone) y la improvisación de Seb (Ryan Gosling), que no dura mucho porque el canadiense, ay, no tiene la voz tan gallarda como el porte. En Crazy Ex-Girlfriend tenemos dos dúos románticos, uno estilo Broadway clásico y otro en los felices 70; hay baladas, canciones de girl pop, números de cabaret, temas de rock clásico, referencias a músicas folclóricas y hasta un himno gay. La elección del estilo musical nunca es aleatoria: por ejemplo, una canción nu metal expresa la ilusión por contraer matrimonio, y el alcoholismo se cuenta a través de una melodía irlandesa. Todas las canciones son adorablemente pegadizas. Además, cualquier miembro del reparto canta mejor que Ryan Gosling, y a Scott Michael Foster los trajes le sientan casi igual de bien.
La estética. La La Land apuesta por sintetizar la historia de Hollywood en imágenes coloridas. El vestuario, como la historia que cuenta, pertenece a un tiempo indeterminado entre los años 20 y nuestra época. La belleza está en la nostalgia. En Crazy Ex-Girlfriend las referencias a una época pasada no son abstractas sino concretas, deliberadamente kitsch. Pantalones acampanados, fracs en blanco y negro, mullets, aparecen en pantalla para el desarrollo de los personajes y diversión del espectador. La belleza está en nuestra imaginación.
La melancolía. El romance ofrecido por La La Land no es cómodo. A Chazelle le interesa mostrar cómo supeditamos nuestras decisiones sentimentales a las exigencias profesionales. Sin duda, la movilidad que se le supone a un joven de 2017 le hace más difícil proyectar el futuro junto a otra persona, así que las relaciones largas están desapareciendo de nuestro imaginario; aun así, la alternativa propuesta por La La Land se apoya en el mito de que el sacrificio emocional asegura el éxito laboral. Este dilema trabajo/amor sólo se comprende desde una posición egoísta: yo necesito un tipo de relación determinada, yo necesito una realización profesional muy concreta, y todo ello de manera inaplazable. Es una ética solipsista, puesto que Mia y Seb actúan en función de unos ideales de pareja y trabajo que en ningún momento están dispuestos a negociar.
A Bloom, en cambio, le interesa diseccionar estos ideales. Rebecca es una abogada triunfadora en Nueva York, pero no es feliz. Decide dar un paso atrás en su carrera profesional por amor, una decisión que no garantiza que la relación con Josh salga adelante. Por otra parte, Rebecca tampoco tiene muy clara la diferencia entre el sentimiento amoroso y el afán de posesión, de manera que el espectador se pregunta hasta qué punto Rebecca quiere a Josh, quiere tener a Josh como pareja o quiere volver a ser la chica de dieciséis años que salía con Josh en un campamento de verano. A pesar de realizar los sacrificios recomendados por la narrativa convencional (como reducir su vida personal para ser una profesional brillante o convertirse en una mujer perfecta para conseguir a un hombre), Rebecca no obtiene el resultado esperado. En Crazy Ex-Girlfriend no hay un deus ex machina que premie a los que sufren; sus personajes sólo son más felices cuando empiezan a aceptarse a sí mismos y afrontar sus problemas. Si la última escena de La La Land puede leerse como la enésima regurgitación de Casablanca, Bloom replica que Rick era un onanista moral e Ilsa una señora bastante dependiente, y que debemos de tener muchos problemas emocionales para fijarnos en gente así. La melancolía no nace del qué pudo ser y no fue, sino de la certeza de que nada nunca será como queríamos que fuera.
La actualidad. La historia romántica de Mia y Seb podría ser la de cualquier relación en esta época, y por esa razón es aburrida. Llamadme caprichosa, pero no pago una entrada de cine para que restrieguen por la cara uno de los dramas de mi generación y no me proporcionen más consuelo que el gracejo de Emma Stone y el chaleco de tweed de Gosling. Cuando Chazelle cuenta esta fábula ya hay mucho escrito sobre la necesidad de cuidar y de que nos cuiden, sobre la integración del individuo en una comunidad, sobre el afecto como condición para el desarrollo de cualquier capacidad. Conseguir el éxito laboral por la vía aislamiento sentimental es un indeseable cuento de hadas. Queremos que nos enseñen a vivir con los demás y con nosotros mismos: queremos que nos enseñen a vivir sin modelos profesionales y románticos que no podamos alcanzar. Queremos emocionarnos más y emocionarnos mejor. En estos tiempos de Tinder, Netflix y Trump nada más potente que la corrosiva Crazy Ex-Girlfriend, un musical sobre la realidad y la responsabilidad. No se pierdan la magia.