Rafael Nadal, un deportista admirable

Escribo mientras contemplo el homenaje que le hacen a Nadal en París tras ganar su décimo Roland Garros. Trato de tomar perspectiva de lo que esto significa recordando lo que suponía en mi infancia que Manolo Santana fuera un jugador legendario por haber ganado un Wimbledon, dos Roland Garros y un US Open o que Manolo Orantes también lo fuera por ganar un US Open en 1975. El deporte español entonces vivía de las gestas de Bahamontes o de Luis Ocaña en el Tour y de las copas de Europa del Real Madrid y las peleas de Pepe Legrá y de Pedro Carrasco.

Todo ha cambiado mucho en fútbol, en baloncesto, en ciclismo (sobre todo en la época de Indurain) e incluso en atletismo sobre todo alrededor de la olimpiada del 92. Pero el caso de Nadal es especial. Sobre todo porque el tenis es un juego solitario, donde no se puede fichar a nadie que juegue en la pista la próxima temporada por más millones que se tengan, lo más se puede cambiar de entrenador o de masajista pero al final hay que enfrentarse en cada partido con alguien nuevo que está muy cercano en cualidades, que puede estar más fresco o más motivado, que puede ser simplemente más joven.

 

 

Recuerdo como me fascinó Boris Becker cuando ganó Winbledon con 17 años y volvió a ganarlo el año siguiente pero Nadal tambien emergió muy joven y a los 18 ganó casi solo esa eliminatoria legendaria de la Copa Davis contra Checoslovaquia de 2004 donde ya mostró todas sus virtudes. Desde entonces su carrera ha sido magnifica con muchos periodos como número uno del mundo, cosa especialmente dificil porque ha coincidido en el tiempo con otro tenista extraordinario: Roger Federer.

Sin embargo en los últimos años, cuando perdía a veces, cuando se lesionaba o ya no era el primero del mundo mucha gente lo dio por acabado o simplemente lo desdeñaba. El aire social en todos los terrenos se ha impregnado de un estúpido culto al éxito a cualquier precio, sin importar los medios, convirtiendo en fracasados a todos los demás que no quedan los primeros, que ha contaminado hasta los sueños de los niños. Sobre todo en el fútbol los aficionados pretenden que su equipo gane siempre, de cualquier manera, fichando a los mejores jugadores con todo el dinero del mundo que no se sabe muy bien de donde sale. Al final la diferencia entre los equipos es tan grande que siempre ganan los mismos, casi no hay competición. Pero eso no parece importar a nadie, como tampoco que los más oscuros mafiosos controlen los palcos de la mayoría de los equipos o las organizaciones nacionales e internacionales. Una manipulación y un sectarismo que han trascendido a otros terrenos de la vida pública.

 

 

Pero hoy hablamos de Nadal. De un tipo que lleva 13 años compitiendo de manera profesional, solo, peleando cada punto, ganando o perdiendo, sin un mal gesto, siempre diciendo algo parecido a “la próxima vez lo haré mejor” o “esta vez mi contrincante jugó mejor lo felicito“. Respetando al adversario. En 2015 mucha gente lo dio por acabado. Era la primera vez que no ganaba más del 80% de los partidos pero había ganado 61 y perdido 20. 2016 también fue un mal año y su cuerpo parecía a punto de romperse, quizá como consecuencia de su juego tan físico, siempre tan al límite. Pero se tomó un respiro, buscó la ayuda de Carlos Moyá y acaba de conseguir su décimo Roland Garros ante el asombro de toda la pista de París que alguna vez le pitó y hoy lo ha aclamado. Lo ha hecho además de manera abrumadora ante un rival Wawrinka que había ganado a Andy Murray en semifinales.

El viejo Albert Ellis se alegraría de una victoria como ésta por lo que pone de manifiesto respecto a la bondad de su teoría. Es posible ganar sin globalizar el yo, siendo una persona que juega al tenis (con muchas otras dimensiones) antes que solo un tenista que se siente derrotado como persona si pierde un partido o demasiado importante si lo gana. Es posible tener tolerancia a la frustración, aprender de los errores, saber perder para saber ganar porque es preferible ganar pero no se acaba el mundo, ni se es un miserable fracasado si se pierde, algo que en el deporte llega siempre si se permanece en activo el suficiente tiempo. Cualquiera que haya jugado a algún deporte sabe que a alto nivel las diferencias entre los competidores son mínimas y que una final puede decidirse en pequeños detalles.

 

Foto tenisweb.com

Por eso tiene tanto mérito que Nadal haya ganado 10 veces Roland Garros. Cada año habrá llegado en una forma física, con unas emociones, con distintas cosas en la cabeza, probablemente cada vez más cansado de entrenar cada día. Se ha tenido que enfrentar a rivales que se habían preparado específicamente para ganarle en tierra batida, quizá ya más jóvenes que él o mas ambiciosos o, incluso, al gran Federer, al que ganó cuatro veces. Este torneo quizá se lo había planteado como un gran reto, como una forma de demostrase a sí mismo que todavía podía ser un campeón. Podía haber perdido. Pero ha ganado y con su estilo de siempre.

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