Olga entonces, aquella tarde del 9 de Septiembre de 1898, justo antes de conocerlo personalmente. Lo cuenta Irène Némirovsky en “La dramática vida de Antón Chejov”. El recién fundado Teatro Artístico de Moscú, con Stanislavski de escenógrafo, ensayaba “La Gaviota” en una sala lóbrega y fría del Ermitage. El autor los miraba tras sus quevedos, pellizcándose la barba, con aprensión, con dudas, aterido. Aún no había olvidado el fracaso de la obra en San Petersburgo, hacia solo dos años. Tampoco le terminaba de convencer la protagonista ni la puesta en escena. Pero sí se fijó en ella, que hacía un papel secundario, el de la actriz Arcadina, una mujer coqueta y vanidosa pero también tierna y triste. Luego los actores se acercaron a conocerlo, muchos lo admiraban porque era un escritor muy famoso, también Olga: “Cómo me estremecí al escuchar que el autor acudiría a la representación de esa tarde” le escribió luego. “Nos atrapó a todos de repente con el encanto de su personalidad, de su sencillez, de su escasa habilidad para enseñar, para mostrar…Cuando se le hacía una pregunta, Antón contestaba de manera afirmativa, como dejándolo de lado, y nosotros no sabíamos como tomar esas observaciones, si en serio o en broma…”
La volvió a ver días después, en el ensayo de “El zar Fedro” un drama de Tolstoi. Ella representaba el papel de la zarina Irene. No solo le pareció bella sino llena de un talento singular en el que creyó vislumbrar un carácter noble y vigoroso a través de su voz, de sus gestos. Le preguntaron qué opinaba de la obra. Respondió que le agradaba sobre todo esa actriz, tanto que quizá si se quedara en Moscú se enamoraría de ella…pero tenía que irse al día siguiente…
Y es que Anton Chejov a los 38 años era ya un hombre muy enfermo. Llevaba 14 años padeciendo una tuberculosis que lo debilitaba paulatinamente y que también marcaba su sensibilidad y su actitud ante la vida. Acababa de comprar una casa en Yalta porque ya no soportaba los inviernos de Moscú pero allí se sentía solo, muy lejos del mundo del teatro, de las bambalinas, las conversaciones y las fiestas que tanto amaba. Nunca se había casado aunque había tenido varios amores y gustaba a las mujeres. Cultivaba una imagen amable, algo distante y fría, frágil y burlona. Como quien precisa protegerse ante la realidad del mundo al que sin embargo no se resignaba. Desconfiaba del matrimonio quizá por lo que podía suponer de pérdida de libertad y de conflictos (esos que trasluce en “La Dama del perrito” que escribió en 1899) pero probablemente también por las dudas que tenía sobre su salud. “Quiero casarme -escribió a un amigo-pero dadme una esposa que, como la luna, no esté siempre en mi horizonte. Ella en Moscú y yo en el campo.” Una profecía que se terminó cumpliendo y con la que tuvo la oportunidad de estar a la altura.
Olga Knipper a sus treinta años estaba a punto de conseguir lo que siempre había soñado. Había logrado entrar en la que sería la compañía de teatro más importante de Rusia y pronto sería su gran estrella. Toda su vida había querido ser actriz, desde que jugaba a hacer teatro en “la loca familia Knipper” como la calificó Máximo Gorki. Su padre, ingeniero, murió pronto y creció en una gran familia culta, donde su madre daba clase de canto y sus tíos y primos recitaban, discutían con vigor sobre cualquier cosa, tocaban el piano o bailaban. Algo que recuerda a aquellas escenas de “Quemados por el sol” la gran película de Nikita Mijalkov.
“La gaviota” se estrenó con éxito en Moscú, donde Olga actuó, en la primera función, con una fiebre alta por una bronquitis, el 17 de Noviembre de 1898. Pero hasta la primavera de 1899 no volvió Chejov a Moscú. Representaron la obra para él solo y Olga ya había conocido a una hermana, Masha Chejov, lo suficiente para ser invitada a la casa familiar de Melilkhovo a pasar unos días. La relación se había iniciado.
No es difícil imaginar lo que representaba Olga para él. La juventud, la belleza, la alegría, el vigor, la fuerza de la vida cuando, quizá, ya había pensado en el adiós a todo eso. Pero también la intimidad con una interlocutora a su nivel con la que podía hablar de cosas trascendentes para los dos. La creación, la ambición de ser lo que se quiere ser, la incertidumbre de los artistas, el teatro, lo “mondaine“, las renuncias que se está dispuesto a hacer o a no hacer para perseguir lo que se quiere. De pronto un sueño se hacía realidad para un escritor como él en una situación como la suya. Ella lo amaba. Quizá por lo que representaba, por la calidad de la voz que emanaba de su literatura, por la sabiduría que le atribuía, por esos motivos misteriosos por los que la gente se desea, siempre un poco por sorpresa, de forma de algún modo involuntaria. Por esa burlona ternura con la que, al parecer, él la trataba. Quizá por su soledad y su tristeza.
Fue a verlo a Yalta y comenzó un periodo de seducción y dudas. Se amaban pero eran conscientes de que no podían vivir juntos. Ella quiere casarse. Él se resiste. Al fin le escribe: “Si me das tu palabra de que nadie en Moscú se enterará de nuestro matrimonio hasta que se haya realizado, me casaré contigo el día mismo de mi llegada, si quieres. Tengo un miedo espantoso de la boda, no sé por qué, y de las felicitaciones y de la copa de champaña que hay que tener en la mano, sonriendo vagamente”. Se casaron un mes después, el 25 de Mayo de 1901, en una pequeña iglesia de Moscú, solo con cuatro testigos. Partieron hacia Nijni-Novgorod, en las orillas del Volga. Pasaron la primavera en un sanatorio y terminaron en Yalta donde solo pudieron estar juntos hasta el otoño. La temporada de teatro comenzaba en Moscú y ella no estaba dispuesta a renunciar a eso. “Sin trabajo me aburriría enormemente. Deambularía de un rincón a otro, irritada por todo. Perdí la costumbre de la vida ociosa y ya no soy tan jóven como para destruir en un segundo lo que obtuve con tanto trabajo.”
Una vida de intimidad y distancia comenzaba para los dos, de anhelos y separaciones, de nostalgia y vanas esperanzas, quizá también de una extraña intensidad. Chejov a veces se quejaba de su soledad, de sus condiciones domésticas, de su aburrimiento, y no comprendía como ella podía entristecerse demasiado por lo que vivía en Moscú, donde lo tenía todo: el teatro y la vida de diversión y relaciones que conllevaba, la salud que a él le faltaba. Nunca había visto más nítidas las posibilidades de la vida que desde esa orilla oscura desde la que, sin embargo, trataba de comprender, de ser lúcido, de no caer en reproches o en una amargura que entre ellos no hubiera tenido sentido. Las cosas eran como eran y no era mucho lo que se podía hacer. “Quisiera apasionadamente que mi mujer fuera solo mía. La extraño a ella y a Moscú, pero nada se puede hacer. Pienso en ti y te recuerdo casi a toda hora. Te quiero mi dulce amada”. Ella a veces se inunda de culpa y se lo dice: “Quisiera estar contigo. Me maldigo por no haber abandonado la escena. Yo misma no comprendo lo que me sucede y esto me irrita…Me hace mal pensar que estás solo allá lejos, que estás triste, que te hastías, y que yo estoy ocupada aquí en una tarea efímera, en vez de entregarme por completo a nuestro amor.”
El, a pesar de su tos y de sus frecuentes hemoptisis, se refugia en la literatura y escribe, en esos años, sus mejores obras, creando papeles para ella. “Tio Vania”(1900), “Las dos hermanas”(1901) y “El jardín de los cerezos”(1904) terminan siendo grandes éxitos de público y crítica. Olga ya es una actriz muy reconocida y el Teatro Artístico uno de los más importantes del país. “El Teatro Artístico -escribió Gorki– es tan hermoso e importante como la Galería Tretiakov, como Vassili Blajenny, como todo lo mejor de Moscú.” Ella trata de comunicarle lo que vive en Moscú, también para que lo viva él, aunque sea en la distancia. “!Si supieras como te envidio! ¡Envidio tu valor, tu frescura, tu salud, tu humor…! Vivo como un monje y solo pienso en tí…”le responde tras relatarle que se había acostado a las ocho de la mañana bailando y bebiendo.”
“El jardín de los cerezos” fue un triunfo y a él los médicos le dieron permiso para ir a Moscú. “Parecería –escribió Olga- que la suerte al fin hubiera decidido mimarlo y darle por una corta temporada todo lo que él quería…¡Moscú, el invierno y el teatro.” Aquella noche del 17 de enero de 1904 el público lo vio subir al escenario, débil y pálido, por sorpresa, al final de la representación. Los aplausos fueron atronadores y muy largos. Tuvieron que sacar un sillón para que se sentara. Celebraban en él no solo al Maupassant ruso, sino también al ser humano que había vivido con dignidad y valor. El que había ayudado a los campesinos durante las epidemias de Melikhovo, el que había ido a ver de cerca la situación de los presos de la isla de Sajalin, el que había renunciado a la Academia porque el zar había vetado a Gorki, el que caminaba por la tierra, como dijo éste, como un médico por un hospital: “Hay muchos pacientes pero no hay medicinas y , además el médico no está seguro de que las medicinas sirvan para nada”. Él parecía contemplar al público ya desde muy lejos, pero se sintió feliz, igual que de los agasajos que vivió en los días siguientes. Ese era su mundo y estaba dispuesto a disfrutarlo el tiempo que pudiera. A pesar de todo.
Al comienzo de verano partieron para Baden Willer, una estación termal alemana en la Selva Negra. Antes había pasado por Berlín, donde los médicos alemanes se dieron cuenta de que estaba muy grave. Puso el dinero que le debían a nombre de su mujer y se instalaron en un hotel agradable y luminoso rodeado de un hermoso jardín. A mediados de Julio se sintió peor. Al anochecer Olga se echó sobre un diván cerca de la cama y él comenzó a contarle una historia para distraerla, como solía hacer cada tarde. Le habló de una estación termal muy elegante, con muchos bañistas, sanos, ricos, ingleses y americanos sobre todo, amantes de la buena mesa. Todos vuelven al hotel hambrientos, después del baño, soñando con la comida y encuentran que el cocinero se ha ido. ¿cómo reaccionaría esta gente feliz, mimada, ante este contratiempo. Olga lo escuchaba sonriendo cuando se quedó dormido. Algunas horas después despertó y le pidió que llamara a un médico, cosa que no había hecho nunca. Ella le rogó a un estudiante que vivía en el hotel que fuera a buscarlo, mientras rompía hielo para ponerlo en su corazón moribundo. “No se pone hielo en un corazón vacío” le dijo. El médico le puso una inyecciónn de aceite alcanforado que no sirvió para mucho. Trajeron champagne. “Antón Paulovich, escribió luego Olga, se sentó y gravemente, le dijo en voz alta, en alemán al doctor: “Ich sterbe (me muero). Después tomó la copa, se dio la vuelta hacia mí y sonriendo con su maravillosa sonrisa dijo: hacía mucho que no tomaba Champagne; bebió todo tranquilamente hasta el fondo y se acostó suavemente sobre el costado izquierdo.”
Irene Nemirovki cuenta que “Una mariposa de noche, enorme y negra, entró en ese instante en el cuarto. Volaba de una pared a la otra, se golpeaba contra las lámparas encendidas, caía dolorosamente, las alas quemadas, y retomaba su vuelo ciego y fatal. Después encontró la ventana abierta , sobre la tibia noche oscura, y desapareció. Chejov, mientras tanto, había dejado de hablar de respirar, de vivir…” Olga viviría 54 años más, siendo una diva del teatro y sobreviviendo en un siglo turbulento y cruel. Su sobrina Olga Chejova siguió su estela de actriz y vivió una vida tan fascinante que merece ser contada en otra ocasión en estas páginas …
“Recuerdo que papá comenzó a educarme cuando yo tenía cinco años, o, para decirlo más claro, a azotarme cuando sólo tenía cinco años. Me azotaba, me tiraba las orejas, me golpeaba en la cabeza, de modo que la primera pregunta que se me ocurría al despertarme en las mañanas era: ¿seré golpeado nuevamente hoy? Me prohibieron todo juego o diversión. Tenía que asistir en la mañana y en la tarde a los oficios religiosos, besar las manos de sacerdotes y de monjes, leer en casa los salmos… Cuando tuve ocho años, debía atender la tienda, trabajar como muchacho de mandados, todo lo cual afectó mi salud, pues me golpeaban casi a diario. Luego, cuando fui enviado a la escuela secundaria, estudiaba hasta la comida, y de ese momento en adelante, debía encargarme de la tienda.”
Antón Chejov
Fragmentos de cartas
Anton. 19/06/1999. Melijo
Y usted, ¿porque se entrega la melancolía? ¿cuál es la causa? Usted vive, trabaja, espera y bebe, se divierte cuando su tío lee… ¿que mas es lo que necesita? Lo mío es otra cosa. Yo sido arrancado de mi tierra, no vivo una vida plena, nos bebo, por más que me guste beber; me gusta el ruido no lo entiendo; en una palabra soy como un árbol trasplantado que se enfrenta un dilema: echar raíces o secarse.”(…)
Antón. 27/09/1900. Yalta
“Sabes Antón, que le tengo miedo a soñar, es decir a interpretar los sueños, pero me parece que de nuestros sentimientos va a surgir algo bueno, fuerte, y que cuando tengo esta creencia siento mi ánimo despejado, de maravilla, siento el corazón cálido, y tengo ganas de vivir y trabajar, y las mezquindades del día día ni me afectan y ya no me planteo preguntas sobre el sentido de la vida. Tú avivas en mí esa fe, esa esperanza. Los dos vamos a estar bien y no nos va a resultar tan difícil vivir separados durante estos meses, ¿verdad querido? No sé por qué, pero me parece que ahora vas a ponerte a trabajar a gusto y además en Niza vas a descansar y darás paseos. De esa forma te atraerá aún más tu mesa de trabajo.”
Olga. 17/04/1901. Moscú
“¡Aquí estoy por fin en Moscú mi Antón querido!
Antón 5/01/1902. Yalta
Esta noche te vi en mis sueños pero no puedo saber cuando te veré en carne y hueso, me da la sensación de ser algo muy lejano. ¡No te van a dejar marchar hasta enero! Ahora la obra de Gorky y después será otra. Así que ese es mi destino.
Pero bueno, no quiero que te entristezcas, querida, maravillosa esposa mía. Te quiero y te querré aunque me diera golpes con un bastón. Salvo nieve y heladas no hay nada nuevo, todo está como antes.
Abrazo, aprieto, acaricio mi amiga, a mi mujer. No me olvides, no me olvides, no te desacostumbres de mí. Están cayendo gotas del tejado, es uno de los sonidos de la primavera, pero si se mira por la ventana estamos en invierno aún. ¡Ven hacia mi en sueños alma mía!
Olga 15/01/902. Moscú
“(…)No sé por qué pero me parece que ya debes de estar harto de mis cartas. Pensaré que pulsado la tecla errónea. Todo sería mucho mejor si no te escribiera hoy, tengo un día horrible.
Ahora estás muy solo y aún te entristeceré más. Siento horrorizada como mi vida se estrecha. Hacia donde me gire no hay más que barreras. La vida es muy grande, muy vasta y no se puede ver nada con claridad.”
Antón/01/1902. Yalta
“(…) ¡Que boba eres alma mía, que simple eres capaz de ser! Escribes que todo es exagerado y que eres una perfecta inútil, que tus cartas me han hartado, que sientes que todo te agobia etc. ¡Que boba eres! No te escrito nada sobre la obra futura no porque no tenga confianza en ti, como tú afirmas, sino porque aún no tengo confianza en la propia obra. Acaba de aparecer en mi cerebro como una primera luz del día y, ni yo mismo, comprendo cómo es o que va a salir de ahí; y además cada día se modifica.
¡Por favor no te pongas melancólica! ¡Ríe! Yo tengo derecho estar deprimido porque vivo en el desierto, porque no tengo nada en que ocuparme, no veo a nadie, paso enfermo casi todas las semanas, pero ¿y tu? Tu vida, lo queramos o no, está completa, pesar de todo.”
Antón 18/03/1903. Yalta
“(…) Volveré a escribirte mañana. No digas tonterías de ninguna de las maneras tienes la culpa de no poder pasar el invierno conmigo. Al contrario, somos un matrimonio unido, mientras no nos impidamos el uno al otro llevar a cabo nuestras propias cosas. ¿Tú no amabas el teatro? Si no lo amases sería entonces otra cuestión. Bueno, pues que el señor esté contigo. Pronto, muy pronto nos vamos a ver, te cogeré en mis brazos y te besaré 45 veces. Que estés bien chiquilla”
Olga 19/08/1904. Moscú. (Antón había muerto el 15 de Julio)
“(…) Al fin soy capaz de escribirte querido mío, mi bien, tan lejos y tan cerca, Anton mío! No sé dónde estás ahora. He esperado mucho tiempo el día en que pudiera escribirte. Hoy, cuando fui a Moscú y visité tu tumba… ¡Si supieras como es! Después del árido sur aquí todo parece fragrante, con aroma a tierra y hierba fresca, los árboles y su ligero rumor. ¡No puedo creer que ya no estés entre los vivos!
Necesito escribirte, escribirte mucho, contarte todo lo que superado desde el último minuto de tu enfermedad, cuando tu corazón se detuvo, tu pobre y enfermo corazón.
Ahora me parece extraño escribirte, pero tengo un irracional deseo de hacerlo. Y mientras te escribo siento que estás vivo en alguna parte, esperando mi carta. Queridísimo, querido mío, déjame decirte una palabra de ternura, déjame tocar tu suave y sedoso un pelo y mirar bonitos, brillantes y tiernos ojos.
¡Si yo hubiera sabido que te ibas a ir de esta vida!”
Hace poco terminé el tomito que Alianza editó como “El violín e Rotschild y otros cuentos”. Ya había leído otras recopilaciones anteriormente, pero ahora, siendo más mayor, me sorprendió lo duro que Chéjov era con sus personajes. Hace que un adolescente se suicide en siete páginas, por ejemplo. Las obras de teatro ofrecen una sensación parecida, la de una sensibilidad que realmente es de otra época y otra región del mundo. Todas son tristísimas, sin redención posible. Naturalmente, un señor con ese tipo de cabeza no podía tener unos amores convencionales, tenía que mantener a su amada algo alejada. Chéjov es el cronista último de la Rusia zarista: justo un año después de morir se produciría la primera revolución en aquellas tierras…
Chejov probablemente estuvo marcado por su infancia, por lo que la profesión le permitió contemplar de la condición humana, en la Rusia de aquel tiempo, y por su enfermedad que le hacía ver siempre el mundo un poco desde lejos, con melancolía y piedad. Los escritores de su tiempo se vieron en la tesitura de describir lo que veían y a plantearse ¿qué hacer? ante ello.
Eso le ocurrió a un escritor como Tolstoi que proponía la no resistencia al mal y a un socialista utópico como Chernishevski que proponía luchar por el contrario para cambiar las cosas. Chejov se fue alejando de la visión de Tolstoi y decidió que su compromiso como escritor era reflejar lo que veía con total veracidad aunque pensaba que había que tratar de hacer algo para cambiar la realidad social, que tanto sufrimiento procuraba. En “La sala número seis” está magníficamente reflejada la tensión entre estas posturas y las posibles trampas.(http://10millibrosparadescargar.com/bibliotecavirtual/libros/LETRA%20C/Chejov,%20Anton%20-%20La%20Sala%20numero%20seis.pdf)
Por otro lado en “La Grosella”,(http://apostillasnotas.blogspot.com.es/2006/08/la-grosella-chejov.html) está reflejada la cuestión personal, la amargura por el olvido que los sanos y los felices tiene de los enfermos y los tristes, la nostalgia de una vida mejor que cada hombre tendría derecho a anhelar y poder alcanzar.
“ Aquella noche comprendí que también yo era un hombre feliz y satisfecho —prosiguió Iván Ivánovich poniéndose de pie—. Que yo también, en la mesa o en mis paseos de caza, daba lecciones de cómo vivir, cómo creer o cómo dirigir al pueblo. Que yo también decía: El estudio es luz, es necesario instruirse, pero para la gente sencilla basta de momento con las cuatro reglas. La libertad es un bien, decía yo, vivir sin ella es imposible, es como el aire, pero por ahora hay que esperar un poco. Sí, así hablaba yo. Pero ahora pregunto: Esperar, ¿en nombre de qué? —preguntó Iván Ivánovich mirando con severidad a Burkin—. Esperar, ¿en nombre de qué, les pregunto. ¿En nombre de qué argumentos?
Me dicen que no puede hacerse todo de la noche a la mañana, que en la vida cualquier idea se hace realidad de modo paulatino, a su debido tiempo. Pero, ¿quién dice eso? ¿Dónde está la demostración de que es justo? Ustedes se remitirán al orden natural de las cosas, a la ley intrínseca de los fenómenos. Pero ¿qué orden y ley hay en el hecho de que yo, un hombre que vive y piensa, me encuentre ante un foso y espere que este se llene por sí solo o que se cubra de barro, cuando podría saltarlo o construir sobre él un puente? Y nuevamente digo: Esperar, ¿en nombre de qué? Esperar cuando no haya fuerzas para vivir, ¡y entre tanto hay que vivir, hay ganas de vivir!”
Por otro lado creo que su amor con Olga lo vivió, a pesar de todo, como un regalo que trato de vivir como pudo aunque probablemente hubiera preferido vivirlo en Moscú, juntos, con hijos (ella tuvo un aborto) y muy cerca de la farándula que también sabía disfrutar.
El realismo, esa forma manifiesta del romanticismo…
Excelente evocación.
Maravilloso articulo. Gracias!!
Antón: “No se pone hielo a un corazón vacio”. Que gran verdad ante una situación que pudo haberse evitado. Si de verdad Olga lo hubiese amado, ni el teatro ni nada la hubiese separado de Antón. De qué vale su reflexión y su arrepentimiento tardío …Que fin tienen aquellas lineas de Olga: “Ahora me parece extraño escribirte, pero tengo un irracional deseo de hacerlo. Y mientras te escribo siento que estás vivo en alguna parte, esperando mi carta. Queridísimo, querido mío, déjame decirte una palabra de ternura, déjame tocar tu suave y sedoso un pelo y mirar bonitos, brillantes y tiernos ojos.
¡Si yo hubiera sabido que te ibas a ir de esta vida!”.
Los seres humanos dejamos escapar de nuestras manos los cosas más importantes, pensando que las bambalinas llenarán el alma, pero un día cuando nos damos cuenta que fue lo que hicimos, ya es tarde.
Gracias por todo el documento que publicaron.
Saludos.
Desiré.
GRACIAS POR LA INFORMACIÓN, AYUDA ENTENDER AL SER HUMANO DETRÁS DE SU OBRA1