Los sorprendentes remedios de Dioscórides

Hace algunas horas que el sol ha escondido sus doradas yemas tras el horizonte y la noche se extiende sobre los bosques, los ríos susurrantes y los centelleantes hogares, invitando al descanso y a la certera espera del próximo amanecer. Apenas un puñado de antorchas permiten quebrar la frágil sombra y distinguir a los centinelas que esquivan los aparejos que sostienen las tiendas de campaña en las que los otros soldados intentan amansar el sueño. De pronto, se quiebra el silencio. Varias voces suplican auxilio con impetuosos gritos. Un par de soldados acuden a la tienda del médico, que entorpecido por el descanso interrumpido acude adonde sucede la emergencia. Una víbora ha mordido a un soldado; en sus propias manos depositan el cadáver del animal con la cabeza truncada, al que han conseguido atrapar. Y entregándose al abrazo del deber comienza a preparar el remedio que, si la voluntad de los dioses les es favorable, conseguirá salvar la vida del paciente.

Dioscórides, cirujano militar griego, sirvió en el ejército romano en época de los emperadores Claudio y Nerón, en el siglo I d.C. Durante los largos años de desplazamientos, condiciones insanas y combates de certera masacre tuvo la oportunidad para pulir su capacidad de observación y estudiar gran cantidad de plantas, minerales y sustancias, además de atender a numerosos pacientes. De su experiencia surgieron tratados, como su famoso De materia médica, que fueron y aún son el fundamento de la medicina y la farmacopea modernas.

Uno de los libros que se atribuyen a Dioscórides es El libro de los venenos, la nueva apuesta editorial de Mármara Ediciones dentro de su colección El hilo de lana, donde se recogen obras selectas de la literatura y la cultura clásica. La presente edición en castellano de El libro de los venenos ha sido elaborada con mimo por Antonio Guzmán Guerra, quien además de traducir el texto original del griego al castellano ha incorporado las anotaciones originales al libro que realizó en el siglo XVI el célebre médico español Andrés Laguna, además de algunas referencias literarias a las sustancias estudiadas por Dioscórides. Y es que aventurarse en la lectura de El libro de los venenos desprejuicia el intelecto, depura el exceso de información que adormece la razón y recupera la esencia de la reflexión primigenia, la que desde el origen de la humanidad permite avanzar a la filosofía y a la ciencia en la siempre pantanosa tarea de cosechar el mayor conocimiento posible de la realidad.

Pedanius Dioscórides

Dioscórides reúne en este libro casi setenta variedades de animales, frutos, plantas, fluidos y signos clínicos, como es el caso de diferentes mordidos, que revelan alguna clase y grado de intoxicación. Destaca la capacidad del médico cilicio para analizar la naturaleza de los distintos venenos y sus efectos en el cuerpo humano, aunque también impresiona tanto su capacidad para intentar hallar remedios en una época de muy limitado conocimiento científico como buena parte de las curas propuestas, más que cuestionables en su supuesta efectividad, si no incluso en su propia naturaleza nociva.

El libro de los venenos es, en consecuencia, una curiosidad que merece la pena ser leída y disfrutada. Recuerda también el laborioso esfuerzo que Dioscórides y otros tantos filósofos, científicos y también médicos realizan para el discernimiento del origen y las causas de las múltiples dolencias que afectan al ser humano. En estos tiempos de crisis sanitaria y de fe ciega en el discurso no hay mejor terapia que devolver la duda sobre lo aparente y aproximarnos de nuevo con confianza a la razón para comprender que, lejos de creernos dioses, los humanos somos y seremos una insignificante fracción del inconmensurable engranaje de la vida.

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