Una neblinosa mañana de invierno, un grupo de hombres se agolpa frente a una modesta casa a las afueras de La Haya. Aguardan con impaciencia la llegada de la autoridad, que se retrasa un poco. Cuando por fin pueden entrar en la vivienda, el intenso olor a cerrado les recibe en el interior. Abren las ventanas; apenas unos muebles se apresuran a salir al encuentro de los invasores. Una pequeña mesa de trabajo, un equipo para pulir lentes, ciento cincuenta libros por todo tesoro. El representante de la autoridad toma nota silenciosamente de los muebles y utensilios que van hallando. El trabajo termina pronto. La casa vuelve a ser clausurada hasta que se decida su porvenir. Y aquellos testigos inertes de una de las mentes más brillantes que ha dado la filosofía vuelven a quedar a oscuras, a merced de la quera y de la humedad.
Baruj Spinoza fue un pensador con una visión de la realidad muy especial. En vida, apenas gozó de reconocimiento más allá de su interlocución con la obra de René Descartes, y en cambio fue expulsado de la congregación hebrea a la que pertenecía por sus peculiares ideas religiosas acerca del sentido de la divinidad, la naturaleza y la entidad de Dios. Fueron sus amigos quienes póstumamente recopilaron sus escritos inéditos para publicarlos en latín y en holandés. Y gracias a este esfuerzo, fruto de la admiración y el cariño humanos, conocemos el pensamiento de Spinoza, que aún hoy sigue despertando profundos debates académicos y cosechando tantas filias como fobias hacia su producción filosófica.
Uno de estos libros es Ética demostrada según el orden geométrico, considerada su obra principal. No es para menos: en ella, el filósofo neerlandés se esfuerza por acometer la exposición de su pensamiento desde la lógica y la racionalidad. Se trata de un libro desbordante, profundo y planteado con una estructura compuesta de una sucesión de breves proposiciones, demostraciones, corolarios y escolios eludiendo toda retórica infértil y persiguiendo la convergencia con la verdad por encima de todas las cosas. Que no se asuste el lector que aún no haya leído la Ética de Spinoza. Lejos de tratarse de una disertación emboscada, el libro es concebido no para buscar la aprobación de quien lee, sino para exponer unas ideas desarrolladas al amparo del ululante silencio de la indiferencia. Por eso, Ética demostrada según el orden geométrico es una obra al alcance de todos los públicos que sólo precisa de ganas de leer y un gusto básico por la reflexión.
Editorial Trotta rescata este libro imprescindible del pensamiento occidental. En una época edulcorada como la nuestra, en la que triunfa la dócil adaptación frente al desafío intelectual de la puridad, resulta esperanzador que editoriales como Trotta sigan apostando por conservar la fidelidad a los textos genuinos. Esta edición de la Ética de Spinoza lleva la firma del doctor en Filosofía Pedro Lomba, quien ofrece al lector la versión original en latín junto a una precisa traducción al castellano en un libro con papel de buen gramaje y elevada calidad, un tamaño de letra cómodo de leer y una maquetación en tapa dura meticulosa y de notable belleza.
Por todo ello, tanto si han leído a Spinoza como si se trata de la primera ocasión les invito a descubrir este libro. Un lujo a su alcance que les agradará en su lectura, expandirá sus inquietudes culturales y les aportará un encomiable valor añadido a su patrimonio bibliófilo.
Pedro Lomba fue un amigo mío muy asiduo en la facultad y tiempo después, tiene una larga experiencia como traductor, no digamos ya como conocedor de Spinoza (yo mismo vi un ejemplar suyo de la Ética en latín y otro en castellano a fines de los noventa, y estaba prácticamente todo, pero todo, qué para qué se pregunta uno en broma, subrayado, en lápiz rojo si no recuerdo mal), así que seguro que esta edición es de una escrupulosidad exquisita, y lo que está claro es que Ética more etc. es mucho más que un libro, y sin duda uno de los más altos pináculos del genio humano…
(Eso sí, como comentario suyo yo prefiero el texto de Francois Zourabichvili a las monografías de Gilles Delueze, pero lo uno, naturalmente, no quita a lo otro).
-el primer “que” del “que para qué” sin tilde, claro-
Gracias, David.
Pero… ¿Y el fulgor? ¿Hay fulgor en la iluminación súbita, pero luego durable, de que todo está preestablecido, de que no tus propios fulgores pertenecen, sino que se derivan, de la necesidad del todo? Sí y no. Sí, porque de repente yo no soy yo, sino que soy el infinito, la substancia en todos sus atributos y modos, como cuando te comes un LSD. No, porque qué fulgor cabe en serlo todo, a costa de no ser uno mismo, y quién dice uno mismo dice la historia del hombre. Schelling, Hölderlin, la Spinozismusstreit, habitaron, incómodamente, en ese drama. Yo, si tuviera que elegir, e importara en algo mi elección, estoy con Hegel, contra Spinoza, con la mucha admiración que Hegel tenía a Spinoza. Para fulgores, los del mundo, si haylos, y luego ya veremos o no si emanan de las leyes inmanentes de Dios, y si siempre son los mismos, si no hay nada más que esperar…
Magníficos apuntes, Óscar. ¡Gracias!
Que va, si el tercero no lo entiendo ni yo, parezco un posestructuralista francés… Luego recordé que Pedro tenía ese ejemplar tan subrayado encuadernado en cartón duro: normal que ya entonces concibiese que la edición de Alianza estaba necesitando un reemplazo… (Yo, sin embargo, le tengo cariño)
Hombre, la verdad es que, leyendo tus comentarios y observando tus dificultades con la acentuación, se diría que no pareces, ni de lejos, un “posestructuralista francés”, sino más bien una persona muy deficientemente (in)formada.
Es cierto… Pero persona humana al fin y al cabo… Un respeto, digo yo… (Llanto incontenible, vuelta a las medicación…)
(Uy, he perpetrado una falta de coordinación sintáctica, ji, ji! -con un día aciago como esté el joker se hizo joker, que seguro que es tu peli favorita después de Amelie).