“La caballería ya no tiene sentido”,
comentó en capitán Arderius al
término de la reunión del 8 de febrero, martes.
Juan Benet. Herrumbrosas lanzas.
No sé cuándo ni cómo llegué a Gambogaz, el cortijo de Gambogaz, entre Camas y Santiponce, muy cerca de Sevilla. Desde luego no fue en el tiempo en que viví en Sevilla, ocupado en otros menesteres y otras urgencias que dictaba el momento. Por más que conserve fotocopiada la publicación de 1938 del Ayuntamiento de Sevilla, Labor del Primer Año Triunfal, editado por la Imprenta Municipal, donde obviamente, surge con continuidad la figura de Gonzalo Queipo de Llano, el general libertador, provisto de “facultades extraordinarias de Jefe del Ejército de Operaciones”. Donde bajo el mando del Alcalde Ramón de Carranza, Marqués de Soto Hermoso, se practicaron cambios en el nombre de las calles: así Mendizábal pasó a ser General Mola y la Avenida de Carlos Marx mutó a Avenida de Sanjurjo, y la llamada Avenida de la Libertad fue removida por la de José Antonio Primo de Rivera y sólo, y lateralmente, dar el nombre de la plaza del General Franco a la llamada antes irónicamente del Pacífico.
Y eso que el Proyecto Fin de Carrera que desarrollé en 1977, versaba sobre una hacienda en el aljarafe sevillano, que bien podría haber iluminado el caserío y la cortijada de Gambogaz. Y que ese trabajo me llevó a recorrer y fotografiar algunos caseríos, haciendas y cortijadas, en un momento en que el Aljarafe no había asumido aún sobre su territorio la segunda residencia de los habitantes de Sevilla. Todo merced a la diferencia de temperatura del verano entre la cornisa aljarafeña y el llano sevillano, propició e inició el impulso de población del Aljarafe a lo largo de esa década.
Fue tiempo después cuando se superan los prejuicios de mirar atrás, cuando empezó a llenarse de sentido esa palabra de Gambogaz. Se que fue en el curso de la escritura de “Primavera y Niebla“, entre 2005 y 2006. Y que, por tener escenarios del Sur de España, me obligaba a recorrer el Virreinato del general de carabineros Gonzalo Queipo de Llano. Así le llamó Manuel Barrios en su biografía desprejuiciada de 1978, que denominó “El último Virrey”, donde ya desplegaba algunas rarezas del que ocupó las ondas de Unión Radio Sevilla en un ejercicio de propaganda anticipada, donde se mezclaban improperios sonrojantes para los rojos de toda ralea, junto a exabruptos producidos por la ingesta elevada de alcohol. En las lecturas complementarias que verificaba, como documentación de ese texto en curso, llegó a mis manos la rara biografía del torero Curro Romero del año 2000, que realizara el escritor y periodista Antonio Burgos, y que denomina “Curro Romero: la esencia“, donde salen a relucir las estancias infantiles del futuro matador de toros cuando era un zagal y guardés de la vacada de Queipo. Y ahora en estos días que posceden a los efectos de le Ley de Memoria Democrática, me vuelvo a encontrar con Gambogaz en las páginas de El País del 26 de septiembre de 2020. Ahora, como bien inmueble que podría ser restituido a sus primitivos propietarios desde lo actuales, la Fundación Pro-Infancia Queipo de Llano. De ese texto extraigo algunas líneas referidas a esas vicisitudes de Sevilla, Queipo de Llano, la Guerra Civil y Gambogaz
Dos años dura el destierro romano de Queipo, en donde subsiste una nota de los ‘Diarios’ de Ciano en que hace ver el desdén del general herido, ante la visita de octubre de 1940 que realizara Serrano Suñer a Roma; y queda otra nota menor de Pedro Sainz Rodríguez en donde habla del cuaderno de notas de Queipo, que sólo él pudo leer y sentenciar, y en donde transcurren apuntes ácidos sobre sus compañeros de armas y sobre el Generalísimo mismo, ya revestido de los oropeles del mando unificado. Años del exilio romano en el Hotel Excelsior, en los que Queipo de Llano da notas y forma sus apuntes, de lo que sería más tarde su memorial de la guerra. Un memorial de guerra que ya tendría en mente, en su discurso del 18 de julio de 1939, en el homenaje –como un anticipo de la despedida que se presiente y se barrunta– de Andalucía y Badajoz al general libertador. Un memorial de guerra, que se intuye y se detecta en elaboración y en progreso, con la nota anterior de marzo de 1938, que publica ABC, bajo el título exhaustivo ‘Para la Historia de la Gran Cruzada Nacional’: “El general en Jefe del Ejército del Sur, agradecería a las personas que hubieran recogido el texto, taquigráfico o no, de sus primeras charlas, pronunciadas en los cinco días iniciales del Movimiento- o sea, desde el 18 de julio de 1936 al 22 inclusive- le facilitaran una copia del mismo, por serle necesario para una proyectada reconstrucción de sus charlas”. Unas charlas de los primeros días de la sublevación, que no han dejado huellas de su paso y presencia; y que por ello ahora se buscan y se solicitan con afán, para esa suerte de reconstrucción escrita de la ‘Historia de la Cruzada Nacional’; unas charlas varadas en la memoria de los oyentes que demuestran su carácter improvisado y urgente, y por ello se erigieron y confeccionaron a salto de mata con muy diversos materiales y asuntos. Unas charlas que luego se normalizaron –si es que puede hablarse de normalidad en esas tertulias nocturnas del ‘speaker’ Queipo de Llano– y adquirieron continuidad y aceptación y rechazo a partes iguales. Unas charlas, que a esas alturas de 1938 – en que se buscan las palabras primitivas y salvadoras–, han ido perdiendo su mordiente y su frecuencia, han ido perdiendo su carácter primario de ‘Parte de guerra’, que despliega, comenta y elabora Queipo, con la ayuda de sus leales Cuesta Monereo y López Guerrero. Incluso esas charlas nocturnas han sido desplazadas en su carácter informativo de los movimientos en curso, por la aparición en 1937 del ‘Boletín informativo del Cuartel General del Generalísimo’ y más tarde por el ‘Parte oficial de guerra’, que firma el general de Estado Mayor, Francisco Martín Moreno.
Un general libertador que ha perdido, tres años después del tiempo rememorado, el ascendente que desplegara en ese instante, y que ahora desde el salón Colón del Ayuntamiento sevillano enhebra los hilos de su memoria para descubrir lo que se sabía, pero no se conocía o se silenciaba. Por ello la queja críptica de lo que va ocurriendo: “Todos sabéis lo que hemos hecho, pero por la lectura de alguna prensa y de algunos discursos acaba uno de pensar si la historia no recogerá los hechos con fidelidad”. Y si la historia aludida por Queipo no cuenta lo que pasó, ¿qué quedará y quién contará lo realmente ocurrido?
Unos hechos que le fuerzan a reclamar su protagonismo central en esas horas y días de julio de 1936, y que ahora, postergado y poco reconocido, lamenta el poco peso otorgado a algunos movimientos centrales a su juicio. Por ello su afirmación: “Yo temo que ahora se diga que en Sevilla reinaba la paz octaviana en julio del 36, que yo no vine a esta ciudad y que el que salió a la calle fuera quizás alguno que en dicha hora estuviera en la zona roja”. Por ello ¿qué quedará y quién contará lo realmente ocurrido?
Y en ese memorial de la sublevación, Queipo alude a Yagüe, a Cabanellas, pero sobre todo a Mola, de quien recuerda lo manifestado por el ‘Director’ en el primer encuentro sostenido por ambos días más tarde. Un Mola que, en la noche del 19 de julio, según expone Queipo, advierte de las dificultades del éxito de la sublevación; y por ello le manifiesta que “yo tenía todo preparado para marcharme a Francia, pero le oí por la Radio Sevilla y dije ‘no está todo perdido, es necesario resistir’. Es decir, sin Radio Sevilla, el Movimiento nacional hubiera fracasado”. Con ello, con la vinculación del éxito de la sublevación y de Radio Sevilla, se señala a sí mismo, a su propia persona, como el garante del éxito inicial pese a la postergación experimentada.
Un memorial impreciso, el de las notas romanas, que parece cerrar el 7 de julio de 1940, aunque luego prosiguen otras notas dispersas de fechas posteriores. Un memorial acumulado de las notas anteriores guardadas con celo y paciencia, a las que da forma y que recrea desde la soledad romana del Excelsior y desde cierto alejamiento de los acontecimientos que se suceden en España y en Italia misma. Como fuera el acto pomposo de la toma de posesión como jefe de la Falange en Italia por parte de Agustín de Foxá, revestido de atributos poéticos, diplomáticos, falangistas y hasta considerado un espía confuso en favor de Franco. Un alejamiento militar y un cansancio civil tras la batalla que se gana y que se pierde al mismo tiempo. Y también de lo que Queipo, considera como “una muerte civil, dictada por el arma del silencio”. ¡Qué paradojas!, el que inventara el arma del ruido radiofónico y del charlismo nocturno, caído y abatido por las más letales municiones del silencio, que también acaba matando y produciendo melancolía.
Acabada la estancia romana, Queipo de Llano regresa a España el 18 de junio de 1942 taciturno y cabizbajo, mientras progresan y se concluyen las obras del Sud Wall que él auspiciara en parte, en 1939, según algunas referencias; y se ve despachado como disponible forzoso en Málaga, aquella plaza que sumó para el Alzamiento, con la colaboración de las tropas italianas de Roatta y del cuerpo del CTV. El mismo Roatta, que años más tarde sería tildado por Hitler de espía en favor de los británicos, en la entrevista sostenida en mayo de 1943 con Von Neurath. Incluso el mismo Von Neurath advierte pesaroso, que el Estado Mayor de Roatta está colmado de oficiales anglófilos y de oficiales casados con inglesas; y que el mismo Roatta, es un tipo astuto, pero un soplón que dicta e informa a los británicos. Y que de alguna forma contribuirá, por pasividad o por otras razones, al desembarco aliado de Sicilia.
Años difíciles y años vacilantes en todo caso, en donde se va tejiendo el final de conflicto y de los que sabemos poco o casi nada, más allá del memorialismo de los generales mendaces; desde Dönitz a Guderian; desde Kershaw a Von Manstein y Rommel. Más allá incluso de las actas de las reuniones del Estado Mayor, levantadas por el Servicio Estenográfico de los Cuarteles Generales del Führer, publicadas por Helmut Heiber. Pero unas actas que comienzan sólo a partir de 1942, cuando Queipo regresa somnoliento y vacilante, y cuando ya va creciendo la distancia entre Hitler y sus generales que comienzan a organizarse en la llamada Widerstand, a modo de resistencia que traba el movimiento de la Geheimes Deustchland o ‘Alemania Secreta’. Una distancia que retoma las imprecaciones de Hitler, ya en noviembre de 1941, cuando considera difícil ganar la guerra con generales dubitativos y faltos del ánimo que exige el Reich, según expone Joachim Fest. Años, por otra parte, en los que proseguir el memorial de agravios de Queipo de Llano y de su cuaderno de notas; aquel que leyera una noche romana Sainz Rodríguez y que al final no fuera nada, más que la carta tardía a Franco de 1950.
En febrero de 1944, con la Segunda Guerra Mundial ya en su tramo final, a Queipo de Llano en un reconocimiento tardío, se le concede por parte de Franco y a propuesta del bilaureado General Varela, Ministro del Ejército, la Gran Cruz Laureada de San Fernando. Cruz que en la misma Orden Ministerial de su concesión, se le hace compartir con Saliquet, su sustituto de la Segunda Región en julio de 1939, tras el airado discurso del 18 de julio, donde ya reclamara la más alta condecoración para Sevilla y que le acabaría costando su marcha romana.
Una afrenta, otra más, que determinará su tardío escrito de 1950, cuestionando algunas cosas y causas del proceder mismo de José Enrique Varela, Ministro del Ejército y proponente de la condecoración, con quien mantiene un prolongado contencioso. Una carta muy en el estilo altanero y dicharachero, de aquel que aspiró a las más altas jefaturas del ejército y que por mor de las circunstancias vio declinar su estrella en las noches sevillanas primero y romanas después. El tardío reconocimiento de esos méritos acreedores de la Gran Cruz Laureada de San Fernando impidió que Queipo de Llano figurara en la edición del libro propagandístico y turiferario ‘Laureados 18 de julio de 1936’, promovido por las ediciones de Fermina Bonilla a finales de 1939; con unos textos más que sorprendentes de Antonio De Obregón y Álvaro Cunqueiro. Y unas ilustraciones singulares, y a veces raras, de José Picó, Eduardo Santonja y Domingo Viladomat. Unas ilustraciones entre tópicas a veces, como la morería de Santonja, que acompaña la escueta biografía del Gran Visir Muley Hassan; y lecturas expresionistas en otras ocasiones, como las ruinas calientes y dormidas de la ciudad Universitaria de Madrid de Picó; unas ilustraciones que nos muestran en la página 54 la importancia de esas fortificaciones pegadas a la tierra, ya búnker, ya casamata, ya blocao, ya tronera; como las que se venían desplegando por ese litoral aventado por los vientos de Poniente y de Levante, casi de forma sucesiva.
Textos los citados de ese memorial de Laureados, que relatan la grandeza de las gestas personales y de los lugares emblemáticos; no en balde aparecen Oviedo, Valladolid o la Ciudad Universitaria de Madrid; junto a la nómina de heroicos combatientes, desde Franco a Mola, desde Aranda al Gran Visir o desde Blasco Vilatela a Luís Alba Navas, el que huyó y no volvió del Alcázar asediado de Toledo. Pero ni Queipo de Llano, ni Sevilla, que tan decisivos resultaron en los primeros instantes de la sublevación, tenían entonces ese acomodo y ese reconocimiento onomástico y guerrero en el memorándum de laureados. Incluso, y por ello, en los primeros días del movimiento, un escrito de Suárez Somonte en ABC establecía el paralelismo de Sevilla con Covadonga, por lo que en buena lógica el mismo Queipo, y no Franco, sería el nuevo Don Pelayo promotor de la nueva Reconquista. “Me inclino con patriótico fervor ante aquel puñado de valientes. Modelo de la raza que ahí en Sevilla con su heroísmo y valor escribieron la primera página de esta cruzada contra los infieles de la Patria y de la Religión. Y me inclino también ante el ilustre caudillo de esos valientes, Queipo de Llano, quien con doble heroísmo de notas calladas de Guzmán el Bueno y órdenes vibrantes de mando y dirección conquistaba Sevilla y la ensachaba por toda Andalucía…cantaba al micrófono con verbo militar y gracejo andaluz, las victorias de cada día, levantado el ánimo de todos los españoles y llevando la verdad a todo el mundo”.
Un reconocimiento omitido, plasmado por Juan Benet, al fijar la centralidad de la sublevación sevillana dirigida por el viejo centauro. “Tan personal fue aquella acción que cabría sospechar un curso completamente distinto al alzamiento si alguien se hubiese atrevido a desarmar al general, pues Sevilla fue la clave –el único enlace entre el Ejército de África y del Norte- sin la cual probablemente se habría desmoronado el edificio de la sublevación”. Un reconocimiento que, si refleja Pemán, pese a todo, en su texto de 1939 ‘Queipo y Andalucía’, al advertir que “Todo ha sido providencial en esta guerra. Y dentro de ella, providencialísimo este general, construido pieza a pieza tal como hacía falta para este ‘golpe’ semiimposible de Sevilla: fundamental para el éxito”. Centralidad sevillana, expuesta por Queipo en su ya citado discurso del salón Colón, el 18 de julio de 1939. “Los puntos centrales de la guerra española fueron en el Norte de Navarra y en el Sur de Marruecos. Pero me atrevo a deciros por convicción, que Sevilla y Andalucía fueron la clave de la salvación de España”. Opinión compartida además, por el hijo de Queipo, quien anota en los diarios de su padre, el comentario de este, sostenido el 20 de julio de 1939. “No podía dejar de pasar la ofensa que se le ha tributado a la ciudad; conceder la Laureada a Valladolid y no a Sevilla, cuando fue la clave del alzamiento, es verdaderamente inaudito”. Opinión prolongada aún más tarde, por el nieto de Queipo y de Alcalá-Zamora, al fijar igualmente que “la actuación de Queipo de Llano es decisiva para el precario éxito del pronunciamiento militar”.
Más allá de la distinción y de la ofrenda de las insignias de oro que realizaran la ciudad misma de Sevilla, su entorno y las Falanges sevillanas; en un gesto paradójico éstas, toda vez que Queipo de Llano no simpatizó abiertamente con el falangismo, aunque lo utilizara a su medida y aunque tampoco limitara sus tropelías, en los primeros instantes del Alzamiento, y de la represión de los ejércitos africanos y andaluces sobre las poblaciones vencidas. Como ocurriera con José García Carrascosa, El Algabeño II, falangista pronto, torero discreto e implacable matarife; o como lo hiciera con aquel cuerpo extraño y rural de la exótica Policía Montada. Al mando del comandante Erquizia la unidad sevillana, y al mando del comandante Cañero, ex-profesor de equitación y ex-rejoneador de toros, la de Córdoba; en una consecuente demostración del amor por los caballos y por los caballistas que aún profesa Queipo de Llano.
Policía Montada del Sur que asoló la Campiña y las Vegas Bajas en persecución y castigo de todo sospechoso de no ser adicto a la sublevación y al Movimiento. Una Policía Montada que batió y barrió no sólo la Vega y la Campiña, sino que azuzó sierras y serrazos, sotos y collazos de Huelva y Aracena, de Pozoblanco y de Cerro Muriano, en persecución de escapados y no adictos; mientras la voz de Queipo de Llano tremolaba soflamas en las noches cálidas de la saturnal Sevilla, esperando el sueño la ciudad y esperando su sueño, el General charlista y hablador. Un año después de esos movimientos iniciales del Alzamiento, en 1937, y por iniciativa del Ayuntamiento, la sociedad sevillana organizó una suscripción popular a aquel que había sido considerado su salvador preclaro, habida cuenta de la delicada situación económica de Queipo de Llano; que no sería tan delicada pese a todo y pese a las demandas del patriciado hispalense. En pocos meses o quizás en menos tiempo, cita Barrios, se recaudó un millón y medio de pesetas que le fueron entregadas al que fuera General del Ejército del Sur. Con tales réditos, Queipo compró la finca Gambogaz que contaría con una extensión de 500 hectáreas de los municipios de Sevilla, Santiponce y Camas. Una finca o una cortijada provenientes de frailes cartujanos que habían sido desamortizados, y que, por esa suscripción popular, pasaría a manos de Queipo para que pudiera desarrollar su otra gran afición, como fuera la agricultura. Una finca o un cortijo, cuyo caserío principal, aislado y melancólico, adquiere visibilidad y se erige como una estampa vigilante en el membrete de la correspondencia posterior que utiliza Queipo de Llano.
Esa finca de Gambogaz, aparece melancólica, en los recuerdos livianos y primeros del torero Curro Romero; cuando aún no lo era y sólo era un simple zagal guardés de los cochinos y ovejas, y pastor a ratos de la vacada del General, en las proximidades de su Camas natal, en el rompiente de la cornisa del Aljarafe. Un General que aparece en la memoria del torero, que antes fue pastorcillo, a caballo siempre, como un centauro legendario y callado; un centauro impreciso y vacilante, permanentemente escoltado por una pareja a caballo de Guardias Civiles. Un centauro, que Benet atisba y dibuja como “anticlerical, valleinclanesco y parlanchín”; y que más tarde lo captura apresado en la quieta enea del sillón de un casino de la madrileña calle de Alcalá, lanzando improperios contra Franco. Un centauro ya mudo, que agota su jornada y pone pie a tierra con brío, mientras se atusa los bigotes y palmea los pechos de la jaca inquieta. Todo ello, en una estampa reducida y pospuesta de otros centauros habladores y parlanchines; como las estampas viejas de aquellos grupos de caballistas represores, que comandaba en 1936 el comandante Erquizia y que batían a todos los que olieran a República y a proletariado. También, en otra estampa pospuesta, como la que se produjo en la Málaga ya vencida, el 8 de febrero de 1937; con Queipo de Llano y su Estado Mayor oyendo misa a caballo, sin descabalgarse ni descubrirse; tras la toma de la ciudad a sangre y fuego por los italianos de Roatta y por los españoles del coronel Francisco María de Borbón, duque de Sevilla. Queipo de Llano a caballo, como un anticipo inmóvil de su futuro y como una mostración continuada de su paso por la Academia de Caballería.
Tanto en Málaga como en Gambogaz, Queipo compone una imagen a destiempo que refleja la lenta extinción de la Caballería, de la que proviene y a la que se aferra en un gesto incomprensible y no exento de melancolía. Como aún ocurriera en 1953, al llegar la ayuda militar americana, formada por carros de combate y vehículos blindados; vistos con desdén por los viejos mandos de la no menos vieja Caballería, como el general Monasterio Ituarte; que aún sostienen, en esas fechas avanzadas, opiniones raras y antiguas, como las del valor espiritual de la equitación frente a la evidencia rutinaria y prosaica de la técnica y de las máquinas de fuego. Ignorando la afirmación del barón Von Freitag-Loringhoven, autor del texto ‘Folgerungen aus dem Weltkriege’, cuando advierta ya que “la labor de los ingenieros conduce a los Ejércitos a la victoria”. No ya la victoria vieja de la Caballería, sino el impulso nuevo de la técnica que empuja y puede. Una técnica que se abre paso también, en el pensamiento estratégico de Von Stauffenberg y sus disertaciones en la Escuela de Estado Mayor en 1938; aunque aún el coronel conspirador sienta el apego de la caballería que quiere hermanar con las fuerzas blindadas.
Aunque ahora, los caballistas del serrazo aljarafeño no fueran dados a la persecución de huidos, fugitivos y resistentes; todo lo más a la observación paciente de esas camadas de vacas sumisas y de su pastoreo a caballo. Un territorio que el mismo Romero recuerda como un agregado de fincas varias y diversas, unidas por la compra con el rédito de la ofrenda popular sevillana, con un paraje que aún permanece llamado como Carricuesta. Las vacas de Queipo, que tal vez soñara torear Romero, aunque fueran vacas de leche, e incluso de mantequilla que ya se gastaba en Gambogaz, a punto estuvieron de impedirle ser torero más adelante; como el mismo recuerda: “Si a mí me hubieran tratado mejor en Gambogaz, no me hubiera dado por querer ser torero”. De tal forma que la misma Sevilla taurina que tanto veneró al diestro años después, a punto estuvo de impedir su carrera en los ruedos; si no hubiera realizado esa ofrenda jubilar en favor de su libertador preclaro, Gonzalo Queipo de Llano; y si el patrón hubiera sido condescendiente con el joven vaquerillo.
A partir de la adquisición de esas tierras, se creó la Fundación Agrícola Queipo de Llano, adscrita al titular de la misma, con dotación de recursos y para el cumplimiento de determinadas funciones sociales. Igual que Jevenois Labernade se dedicara a estudios civiles y a observaciones hidráulicas desde su puesto militar; sorprende el interés agrario y rústico, de otro reputado militar como Queipo. Como si la milicia y su desempeño, contuviera ya una condena inequívoca o un maleficio imparable; y todos aquellos que de ella vivieron y a ella se dedicaron, estuvieran a la espera de huir de esa rutina de cuarteles y cuartos de banderas; de toda esa monotonía quieta de toques de corneta y de bandera arriadas, buscando otros paraderos y otros varaderos. Como compensación del obsequio de sus fieles y leales, Queipo donó parte del regalo a la mencionada Fundación Agraria y a su Patronato, que adquirieron ciento cincuenta hectáreas de regadío, en Isla Mayor del Guadalquivir. En cuyas tierras, Queipo asentó, como un patricio antiguo, cierto número de colonos; sufragando incluso la compra de aperos y otros instrumentos de labranza; como si fuera ya un señor medieval o un extraño fisiócrata latino aposentado en el Sur español. Esa es la visión sostenida por José María Pemán en su trabajo nacionalista ‘Crónicas de antes y después del diluvio’: “En la iconografía bélica de España, don Gonzalo Queipo de Llano, señor y patrono de las Andalucías, figurará ya siempre con un micrófono; como San José con la vara de nardo y San Jorge con el espadón”. El mismo Pemán que ya bautizara a Queipo, años antes, como la ‘Segunda Giralda’, opta ahora por la identificación del militar caballista y charlista con el santoral patrio, como hiciera veinte años más tarde en su artículo ‘Polémica entre afines’, mezclando política con religión de forma alarmante: “Tened en cuenta que están ahí esperando turno para instalarse los ateos de Occidente con sus degenerados y suicidas, o los de Oriente con su materialismo que parece religioso y su salvajismo que parece educado”. Unos afines que son pues los dos ateísmos en acción: el occidental y el oriental, que acosan y asolan a España; como ya lo hicieran en el tiempo presente de la batalla, en que glosa a “Gonzalo Queipo de Llano, señor y patrono de las Andalucía…; como San José con la vara de nardo y [como] San Jorge con el espadón”. Un santo patrón, como dueño de las tierras que se labran y sudan, que suple la simbología usual del santoral por la rareza de un micrófono en mano; y se le compara al Padre Putativo y a la arrogancia guerrera del santo de Capadocia; cuando bien cierto es que la comparación radiofónica del Patrón Queipo de Llano, debería de haberse emparentado con la espada guerrera del San Jorge y con el rústico arado de San Isidro; para relacionar la Guerra con la Agricultura.
Haciendo valer con tales juegos de símbolos agrarios y guerreros, el deseo expresado por Queipo de Llano a principios de 1938, cuando en la reunión del Consejo Nacional en el que se trata de dar forma al Fuero del Trabajo, y solicita que se incluya el principio, raro en su boca, de que “la tierra es del que la trabaja”. Contraviniendo otros principios de los que con él se sientan y formulan observaciones bien diferentes. Principio solicitado el de “la tierra es del que la trabaja”, más que impropio en ese contexto de restauración del orden conculcado; y que sonaría en las paredes de la sala en que se reúne el Consejo Nacional, como una rememoración seca de lo proclamado por aquellos a los que se combate en el campo de batalla.
Una extraña beneficencia de Queipo de Llano, con fines difusos y no exentos de una visión precapitalista del patrono y sus beneficiados labradores que explotaban las tierras. Y al amo y señor, que a la sazón ya le había sido concedido el marquesado pese a las reticencias por las apetencias del ducado más que del nuevo título, le entregaban los réditos agrarios y el agradecimiento de por vida. Pero pese a todo y en esos momentos de reconstrucción agrícola, una intervención extraña y novedosa; bien diferente de las que se comenzaban a poner en marcha en esos mismos años por parte del Instituto Nacional de Colonización, que trataban de desmontar los efectos de la Reforma Agraria republicana y trataban de reponer a sus antiguos propietarios, de la incautación y colectivización de las fincas habidas durante la dura contienda.
Intervención y colonización, aunque ya hubiera regadío en Isla Mayor, que compite y contrasta con la misma pretensión del Instituto Nacional de Colonización, que ya había comenzado sus realizaciones primeras en Montijo y en Guadalcacín. Como si todo en Queipo de Llano fuera la afrenta y el forcejeo con Franco y su sombra; desde sus planes militares en la costa gibraltareña a sus modelos de organización social que realiza en Sevilla en 1936 y 1937; para acabar en su desdén por títulos y condecoraciones. O su incipiente modelo colonizador a escala reducida, y la introducción anticipada de tractores pioneros, en Gambogaz, en fechas tan tempranas como 1942; una rareza del caballista inveterado al optar por la tracción mecánica en sus propiedades, frente a la tradicional fuerza motriz de la sangre. Una afrenta sostenida, que se perpetúa en sus enemistades, como relata Barrios: enemigo de Alfonso XIII; enemigo del dictador Primo de Rivera; enemigo de la República y enemigo, finalmente, de Franco; al que maldice apresado en la enea del sillón de un casino de la madrileña calle de Alcalá. Tal vez enemigo de sí mismo. Y enemigo de su propio tiempo, que ya abandona y olvida la caballería.
“Muchas veces he pensado como el destino semeja un árbol tan lastimado por el hacha del leñador como por la fuerza del viento, cuya forma cambia tanto con la amputación de una o varias de sus ramas cuanto por el crecimiento de otras, empero conserva su unidad, el sistema radical con el que se alimenta y la foliación que constituye se diría su última razón de ser”, En la penumbra, pág. 137.
Otra sagacidad de Benet. Vincular el hacha con el viento para deformar y formar los atributos de la forma vegetal. Por más que la unidad del misterio arbóreo quede desplazado al universo radical que yace en el subsuelo.
“La mujer es un engaño: un engaño de la naturaleza que no podría haberse desarrollado como se ha desarrollado sino hubiese tenido en su mano dos papeles (…) Si no tuviera dos papeles todo sería verdad y eso no puede ser, sería insoportable. Y más que eso, estéril. Porque la variedad (no la fecundidad) necesita dos papeles y entonces, lo quieras o no, se introduce el engaño. Entonces uno es más que otro y uno de ellos tiene que engañar. A la fuerza. La diferencia y el engaño son la misma cosa”, Íbidem.
Al final O. serás un benetiano inconfeso. Menudo ensayo, una aproximación al papel de la mujer en la narrativa de J.B. Saltarían chispas.
Pero si lo soy confeso desde la facultad. Leí mucho hasta que llegue a Saúl ante Samuel, que me acojono. Igual hasta podría ahora, pero después de los que me restan de Bill. Incluso leí con gusto Inglaterra victoriana. La cita está ahí la tienes, yo no la entiendo.
Esta con la tilde cambiada. También leí, estaba recordando, El ángel de señor etc., y el magnífico prólogo al más magnífico libro, The mirror of the sea….
La mujer es un engaño, por Eva. Los dos papeles ineludibles de la mujer serían los modelos de madre/esposa y de carnal/amante. La virtud y el vicio, de aquí el engaño y la superación de uno u otro papel. El esfuerzo de J.B por llegar a la academia fue por contentar y complacer a su madre, que había asumido tras el fusilamiento del padre en 1936, el centro de gravedad doméstico. No por que el lo necesitara, era una ofrenda filial. El resto es conocido, matrimonio de conveniencia con su prima Nuria Jordana que terminó terriblemente con su muerte y que abre un periodo de desconcierto. Desde Rosa Regas a Emma Cohen, terminando en Blanca Andreu con la que matrimonio. Sin olvidar el tibio idilio epistolar con Carmen Martin Gaite.
Gracias por la explanación. Pero le falta la monja. Espero que no fuese la Gaite la figura de la monja, que era un rato maja y atractiva.