A veces uno despierta un sábado y duda sobre qué hacer mientras permanece en la cama un rato o mientras toma el desayuno. Puede leer los periódicos y sentirse aterido con el clamor del mundo, puede continuar con uno de los libros que está leyendo o puede buscar algo nuevo, que solo puede aparecer por casualidad, para que le procure un cierto estado de ánimo, ese que hace más luminoso el día cuando se sale a la calle, cuando va a comprar fruta o aceitunas a un mercadillo que quizá hoy pueda ver con otros ojos. Así llego, por casualidad, a una entrevista con Marguerite Yourcenar que quizá había visto hace años pero que hoy observo con ojos nuevos y con la sensación de que necesitaba volver a verla para darme cuenta de ciertas cosas o volver a pensarlas otra vez.
Se habla ahora mucho de “concentrarse en el momento presente”, de no “fusionarse” con los pensamientos automáticos, generalmente cargados de preocupaciones por el futuro, las relaciones con los otros o nuestras capacidades, que habitualmente nos inundan casi de forma automática y nos crean emociones que nos subsumen en nosotros mismos y nos aislan del mundo, de tal forma que no somos conscientes de casi nada de lo que nos rodea, ni tampoco de las otras posibilidades dormidas que tenemos dentro, de las otras emociones creativas y gozosas que podrian despertarse si supieramos mirar con atención las muchas posibilidades y matices que existen en la realidad de fuera y de dentro de nosotros mismos.
Hay muchas técnicas de meditación o de “mindfulness”, como se llama ahora, para aprender a liberarse del poder de los pensamientos que nos distraen o nos perturban y ,en realidad, pierden su poder en cuanto nos distanciamos de ellos, cuando los miramos desde lejos, como a hojas que caen de un árbol, y nos concentramos en las sensaciones que percibe el cuerpo, en el ritmo de la respiración o en la tensión de los músculos. Eso nos hace concentrarnos en el momento presente, ser conscientes de todo lo que nos rodea, sentir mayor serenidad y desde ahí poder concentrarnos en lo que queremos hacer para intentar hacerlo en un estado de flujo que nos procure esa sensación de gozo y de sentido que tanto anhelamos.
Marguerite Yourcernar, que tanto conocía y amaba el mundo oriental, aplica su psicología al trabajo del artista, a la importancia que tiene para él desarrollar una atención minuciosa que le permita concentrarse en los detalles del mundo y de su propia realidad interna para desde ahí crear una obra que contenga autenticidad y pueda conmover o iluminar en el lector nuevas perspectivas de la realidad que quizá puedan impulsarlo a vivir una vida más rica o a soportar con mayor levedad la incertidumbre o los riesgos que inevitablemente conlleva.
Pero escuchémosla a ella, observemos su gestos, su manera de hablar, como su sabiduría va hilando posibles caminos o relaciones, posibilidades para crear, incluso para quitarse la presión de encima. La técnica psicologica vinculada a la mejor cultura o que ya pertenecía a ella desde siempre.
“Sé por qué es así. No es el vino que bebí ayer, ni que haya dormido en una mala cama, ni tampoco el tiempo lluvioso. Han aparecido unos demonios y han desafinado una por una todas las cuerdas de mi ser. Ha vuelto el temor, el miedo de las pesadillas infantiles, de los cuentos, del destino de los colegiales. El temor, el acoso de lo inalterable, la melancolía, el tedio. ¡Qué insulso es el mundo! ¡Qué horrible tener que levantarse mañana, volver a comer, volver a vivir! ¿Por qué hemos de vivir? ¿Por qué es el hombre tan tímido y bonachón? ¿Por qué no yacemos desde hace tiempo en el mar?
Ni siquiera ha crecido la hierba. No se puede ser vagabundo y artista y al mismo tiempo un burgués sano y cuerdo. Si quieres embriaguez, ¡acepta también la resaca! Si quieres sol y bellas fantasías, ¡acepta también la suciedad y el hastío! Todo está dentro de ti, el oro y el barro, el deleite y la pena, la risa infantil y la angustia moral. ¡Acéptalo todo, no te aflijas por nada, no intentes rehuir nada! No eres un burgués, tampoco eres un griego, no eres armónico y dueño de ti mismo, eres un pájaro en plena tormenta. ¡Déjala rugir! ¡Déjate llevar! ¡Cuánto has mentido! ¡Cuántas miles de veces, incluso en tus libros y poesías, has fingido ser el armonioso y sabio, el feliz, el iluminado! ¡Lo mismo han fingido ser los héroes al atacar en la guerra, mientras las entrañas temblaban! ¡Dios mío, qué simiesco y fanfarrón es el hombre, sobre todo el artista, sobre todo el poeta, sobre todo yo!”
Hermann Hesse, El caminante, “tiempo lluvioso”.